Capítulo 3

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Pasó media hora. Aun no se veía nada excepto los copos blancos que golpeaban el parabrisas.

―¿No deberíamos haber cruzado la frontera hace tiempo? ―preguntó Camila tras echarle nerviosa una ojeada al reloj. Todo lo que quería era volver a pisar su tierra natal, reservar una habitación en un motel, luego una pizza y mirar una película cursi.

―No puedo conducir tan rápido con este tiempo. Lo siento, pero nos llevará más tiempo del que pensaba.

―Maldita sea.

―¿Tienes una reunión importante? ¿O una cita?

―¿Qué? No. Solo quiero quitarme esta ropa y comer algo. Luego darme una ducha. Eso es todo.

―¿Adónde te llevo? Si me das la dirección, puedo introducirla en el GPS.

―Cualquier motel. No demasiado caro, si es posible.

Lauren le dedicó una extraña mirada. Una mirada que la hizo sospechar lo que seguiría a continuación.

―No eres de por aquí, ¿verdad?

―No. ¿Por qué?

―No hay moteles en Coburn Gore. En ese pueblucho quizás haya diez casas. Si tienes suerte.

―¿Y un vendedor de coches usados?

―Negativo.

―¿Alquiler de coches?

―¿Estás de broma? Estamos hablando de un lugar con un puñado de habitantes. ¿Cuántos de ellos iban a alquilar un coche?

―Entonces, ¿cómo se supone que voy a salir de allí?

―La pregunta es más bien, ¿por qué querías ir allí?

―¡No quería ir a Coburn Gore! ¡Tuve que irme de Lac-Mégantic!

Sonó We are the world. El destino probablemente tenía sentido de la ironía, porque parecía que Blake la iba a dejar tirada en aquel pueblucho. Atrapada en medio de la nada sin poder escapar de allí. Mentalmente se vio a sí misma de pie junto a una gasolinera en medio de la ventisca, esperando que algún camionero quisiera llevarla.

―¿Qué tal si me dices qué es lo que realmente está pasando? ¿Por qué tuviste que abandonar Lac-Mégantic?

―Es complicado ―se sorbió la nariz, o al menos eso intentó, porque unas cuantas lágrimas eran exactamente lo que necesitaba en ese preciso instante. Los hombres y algunas mujeres que conocía cambiaban de inmediato de tema en cuanto una mujer empezaba a llorar. Seguro que Lauren era igual. Probablemente entraría en pánico al ver una lágrima. Al menos así lo esperaba, porque le iba a mentir. No quería decirle la verdadera razón por la que la perseguían. Porque entonces tendría que decirle lo que hacía para ganarse la vida. No conocía a Lauren lo suficiente como para saber cómo reaccionaría. Quizá se apartaría a un lado de la carretera y la arrojaría del coche.

―Tenemos tiempo. Aún queda mucho para llegar a nuestro destino.

―Es solo que... tengo... ―Unas lágrimas. Un sollozo. Un llanto desgarrador. Aun así, Lauren tenía la sensación de que Camila estaba poniendo en práctica una estrategia de distracción, como si estuviera pensando en una historia que contar.

―Bueno, amigo mío, Austin es violento.

―¿Y por eso lo dejaste?

―Sí. ―Camila asintió con la cabeza. Lo miró. Las lágrimas aun brillaban en sus ojos.

―¿Y esa es tu complicada historia?

―Es complicado porque no soy de por aquí. Austin me atrajo a Lac- Mégantic con un pretexto. Dijo que quería tanto celebrar la Navidad conmigo. Así que hice las maletas y me vine aquí. ―Se encogió de hombros― En casa habría estado sola de todos modos, y él no podía venir a mi casa porque supuestamente tenía que trabajar en Navidad. ―El tono de su voz disminuía cada vez más― Pero luego resultó que no quería ni celebrar la Navidad ni tenía que trabajar. Básicamente, todo lo que necesitaba era alguien sobre quien descargar su frustración. Y ese alguien era yo.

―¿Te pegó?

―¿Correría por una autopista con un disfraz de Papá Noel si no lo hubiera hecho?

Lauren la miró. Sin embargo, aquel ridículo disfraz ocultaba la mayor parte de su figura y de su rostro.

―¿Estás herida? ¿Quieres que te lleve a un hospital? ¿O a un médico?

―No, no ha sido para tanto. ―Se secó un par de lágrimas. Como si quisiera ganar tiempo― Me abofeteó y me empujó contra la pared, pero me las arreglé para apartarme cuando intentó golpearme en la cara con el puño. Entonces salí corriendo de la casa. Vive enfrente del centro comercial, donde conseguí el disfraz. El resto de la historia ya la conoces.

―Deberías denunciarlo.

―Es canadiense. Ni siquiera sé cómo funcionan las leyes allí, y no puedo permitirme pagar un abogado.

―Hasta donde yo sé, en Canadá es igual de punible golpear a una mujer como en Estados Unidos.

―Fue solo una bofetada ―murmuró.

―Eso ya es demasiado.

―Solo quiero llegar a casa. ―Lauren la miró. Ella se había hundido en el asiento y había desviado el rostro. No le debía haber propinado una bofetada demasiado fuerte, de lo contrario habría visto alguna herida en su cara cuando estuvo de pie frente a Lauren. Sin embargo, solo pensar en cómo un hombre podía tratar a una mujer de aquella manera le provocaba ira. Pero no podía obligarla a acudir a la policía. Tal vez tenía razón al haber tomado aquella determinación. A menos que tuviera lesiones físicas, probablemente los policías no tomarían ninguna medida. Especialmente contra alguien que vivía en Canadá.

―Vale, vale, vale, vale. Es tu decisión ―cedió al fin―. Eso, sin embargo, no resuelve el problema de cómo continuar el viaje desde Coburn.

―Deja que yo me ocupe de eso. Puedes dejarme en Coburn Gore. Seguiré sola desde allí.

―¿No creerás en serio que voy a dejarte en un pueblucho como ese y con este tiempo y marcharme?

―¿Por qué no? No eres responsable de mi bienestar.

―Ya veremos. Primero tenemos que llegar allí. ―Lauren señaló el parabrisas. Apenas se podía ver nada del mundo exterior, tan intensa era la nevada ya.

Tormentas y amor en Navidad - Adaptación CamrenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora