02. Caída de veinte metros

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Para Sofía eran difíciles muchas cosas: dibujar, aprender a tocar un instrumento, -ya que carece de paciencia-, le era difícil poder peinarse por las mañanas, pero algo que siempre le resultó difícil en nivel extremo era el ser ordenada.

Siempre, siempre, les ameritó la culpa a sus padres.

Desde bebé había tenido amas de llave o nanas, ellas normalmente se encargaban de limpiar todo el desastre que Sofía hacía tanto en su habitación como por toda la casa. Es hija única así que tenía permitido hacer casi todo lo que quisiera, es la "consentida".

Cuando cumplió quince su madre decretó que ya era hora de que comenzara a tomar más responsabilidades sobre todas sus acciones. Así que su burbuja se reventó y la estrelló contra la realidad del ser una adolescente, ahora todo debía hacerlo ella. Si quería comer debía cocinar, si quería tener ropa limpia debía lavar, si quería tener dinero debía conseguir un trabajo. Aunque eso no logró hacerlo ya que cada vez que necesita su padre se lo da sin que su madre se dé cuenta.

—¡Toc toc! Hija querida, ¿puedo pasar? abre la puerta.

Le resulta hasta hiriente que su padre imitara el sonido de una puerta. Era como si ambos padres se hubieran puesto de acuerdo para burlarse de ella.

—En ocasiones eres gracioso, papá, pero justo ahora rayas en lo molesto.

Su padre sonrió y se adentró a la habitación observando todo.

Se notaba que acababa de llegar del trabajo, tenía la camisa blanca remangada hasta ambos codos y su cabello desordenado, algo que Phillips Williams hacía cuando llegaba a casa era aquel acto desdeñoso.

—Ni siquiera recordaba que tuvieras un sofá o un escritorio —dice tocando la superficie de madera ahora limpia y pulcra —Espera, ¿esta alfombra de dónde salió? —señala el suelo donde la alfombra color amarilla ahora lavada y aspirada adornaba el espacio entre la cama y el sofá negro de cuero.

—Basta.

—¿Y ese olor? —su padre alza su mentón y comienza a olfatear de manera rápida.

Sofía había tardado alrededor de once horas en limpiar totalmente la habitación. Bajaba a la lavandería del primer piso cada veinticinco minutos para doblar la ropa que salía de la secadora. Botó más de quince bolsas de basura y también descubrió que tenía un librero.

Todo el cuerpo le dolía. Esparció mucho desinfectante y aerosol por el cuarto. Sentía que estaba en un lugar totalmente desconocido.

—¿Qué olor? —le responde a su padre algo preocupada. Sofía había batallado para eliminar el olor de las cebollas que estaban casi renaciendo bajo su cama.

—¡Exacto! ya no hay olor. Estoy tan orgulloso.

—Me asustaste, papá. —lo señala.

Ella también estaba orgullosa. De cierto modo el resultado fue mucho más de lo que esperaba y se hizo la promesa de no volver a desordenar su habitación. "Veamos cuánto dura eso..." fue lo que dijo su madre.

—Aún no puedo creer que tengas el reloj de la abuela, creí que se había perdido hace años —dice su padre caminando hasta la pared cerca de la ventana y tocando con en el dorso de la mano el pequeño reloj cucú colgado.

—Estaba en una caja debajo de la cama.

—Mira la hora, van a ser las tres de la mañana.

—Debería ducharme —Sofía toma la escoba que tenía en una esquina de la pared y señala con la misma a su baño —Y lo haré en el baño de invitados, mamá mando a quitar literalmente todas mis puertas. Debería tirarme por la ventana, esto es tan injusto.

—Es una caída de veinte metros, hija, si yo fuera tú lo pensaría dos veces.

—Bien... saltaré cuando amanezca.

—Esa es la actitud. —su padre le da un ligero abrazo —No pretendes ir a volar a ningún lado, ¿verdad? —le quita la escoba de la mano —Recuerda que sigues castigada, guardaré esto por ti.

Sofía ríe y camina hasta sus gavetas dentro del armario sin puertas y saca su ropa de dormir. Luego sale de la habitación ahora vacía ya que su padre no está y baja para tomar su merecida ducha.

Su departamento es enorme a comparación de departamentos normales, este cuenta: con dos pisos, cuatro habitaciones, una lavandería, dos oficinas, sala, comedor, cocina y un gimnasio pequeño justo al lado de la habitación de Sofía. Tal vez ahora que está en arresto domiciliario tenga tiempo de usarlo.

Al salir del baño de invitados -que está cerca de la sala de estar- ya está vestida para dormir y chorreando pequeñas gotas de agua por su cabello a cada paso que da logra subir por las escaleras para ir directo a su habitación. Se acerca a la ventana y cierra los cristales. Es ahí cuando se percata de que la luz de la habitación del edificio de al lado está encendida. Posee cortinas blancas y desde la distancia en la que se encuentra, -que es alrededor de cinco metros- puede ver la silueta de un hombre o más bien de un joven adulto. Ella ni siquiera sabía que tenía un vecino. Jamás había visto a alguien salir de ese edificio, creía que era muy exclusivo o al menos eso recordaba haber oído por ahí.

Sofía no les da muchas vueltas a sus pensamientos ya que, de hecho, no conocía vida a través de esa ventana. Deja de mirar y ve la hora en el reloj cucú de su abuela. Son las tres de la mañana en punto.

Sus ojos literalmente se cierran del cansancio, un bostezo la abandonó cuando se giró para ir hacia el interruptor de la luz que estaba junto a la pared cerca de la inexistente puerta y la apagó, caminó a tientas hasta su cama y se dio cuenta de que la luz de la habitación del vecino iluminaba toda su habitación.

Pero eso no duró mucho ya que la luz del cuarto de al lado se apagó casi de inmediato.

¡Oye vecino, apaga la luz! [✔️]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora