✦ DÍA 9 ✦

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Delfina no lograba concentrarse en sus tareas

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Delfina no lograba concentrarse en sus tareas. Quemó las tostadas del desayuno, sirvió el almuerzo casi a las cinco de la tarde y estuvo a punto de olvidar preparar la cena. Pasó media hora lavando la misma taza, rompió dos platos y no notó ninguna de las veces que alguno de los niños intentó llamar su atención. Tenía la mente en otro sitio, en preocupaciones. Realizó los quehaceres con lentitud y torpeza, en modo automático. Se movía como un robot desactualizado y casi sin batería.

—¿Necesitás ayuda? —preguntó una de las niñas más grandes del lugar.

Delfina suspiró.

—No, gracias. Andá a jugar tranquila que yo puedo sola —forzó una sonrisa.

—¿Segura? Mirá que no me cuesta nada darte una mano.

—Es mi trabajo —insistió la mayor mientras barría uno de los corredores.

—Dale, pero llamame si necesitás algo.

Delfina observó a la pequeña alejarse antes de bajar la mirada a sus propias manos, que temblaban un poco. Cuando se estresaba, se sentía débil y frágil. Los dedos de sus pies descalzos estaban entumecidos. Ella sabía que era una reacción psicológica o anímica, o algo así, según lo que había leído.

«Ay, Iri, ¿en qué te habrás metido», se preguntó una y otra vez. «Volvé pronto»,

Delfina imaginaba lo peor. Lejos de sospechar el motivo real de la desaparición de su hermana, temía que la hubieran matado durante alguna aventura delictiva. A Irina ya la habían castigado siete veces y era posible que la siguiente fuese la última.

Le preocupaba pensar en la soledad, en el abandono. Nunca antes se había separado de su hermana por mucho tiempo. Vivieron juntas durante toda su vida, fallecieron en el mismo accidente y hasta llegaron al mismo parque con apenas un par de minutos de diferencia.

Los escasos días que no habían compartido fueron los que le seguían a las sucesivas muertes de Irina en manos de algún sunigorte.

«Por favor, Iri, volvé», rogó la menor de las hermanas.

En El Refugio, los niños comentaban entre susurros sus propias teorías. Algunos aseguraban que la chica se había escapado, otros estaban de acuerdo con la postura de Delfina. Solo Santiago sabía la verdad.

Cuando las luces comenzaron a apagarse en los pasillos y cada niño descansaba ya sobre su propia cama, un par de pies descalzos recorrió la construcción, incapaz de aguantar su propio silencio.

Santiago se aproximó temeroso a la habitación de Delfina y golpeó la puerta varias veces.

—Hola, ¿no podés dormir?, ¿tenés hambre? —fue lo primero que la chica atinó a decir.

—¿Puedo pasar? —preguntó el pequeño, cabizbajo.

—¿Pasó algo? —insistió Delfina. Comenzaba a preocuparse. Era posible que otros niños lo estuvieran molestando o que le doliera el estómago por comer demasiado.

—Sé dónde está Iri —confesó él por fin.

En silencio y con la boca abierta, la menor de las hermanas invitó a Santiago al interior de su habitación. Le indicó que se sentara a los pies de la cama y que le contara la verdad.

Ambos estaban pálidos, aturdidos e incómodos. Santiago nunca había mentido ni ocultado algo en el pasado. Y Delfina no sospechaba cuál podría ser la supuesta verdad.

—Contame, ¿te dijo algo Iri? —interrogó por fin la chica, preocupada ante el silencio.

—Se fue a rescatar a Analí.

Contra toda expectativa, Delfina dejó que la ira fluyera con naturalidad. Mordió su almohada con fuerza para ahogar un grito; después, la arrojó contra la pared. Santiago la observaba, asustado y temeroso.

—¡Es una pelotuda! —soltó por fin la menor de las hermanas. No le gustaba decir palabrotas y detestaba el término que acababa de pronunciar, pero era el único que encontraba para describir lo que sentía en aquel instante. Cerró sus puños con fuerza y comenzó a llorar—. Perdón Santi —susurró luego de un momento—. No me enojé con vos, pasa que tengo una hermana medio estúpida. Le dije que tenía prohibido comunicarse con Anahí, le advertí que eran órdenes de Lucio, y la muy boba se fue igual.

—Perdón, Delfi. —El pequeño intentó consolarla.

—No es tu culpa, pero gracias por avisarme —susurró ella—. Solo nos queda esperar a que regrese entonces.

«¿Debería llamar a don Lucio en la mañana?», se preguntó. «No, si él no debe querer saber nada con Irina, no la puede ni ver. Además, ya lo molesté hace poco».

—Todo va a estar bien. Creo. —El pequeño asintió con su cabeza. Palmeó el hombro de Delfina y se alejó—. Buenas noches, hasta mañana.

—Que descanses —respondió ella.

—Ah... ¿Delfi?

—¿Sí?

—¿Qué vamos a desayunar? —Quiso saber Santiago.

—¿Qué quisieras?

—¿Magdalenas caseras? —sugirió—. Me voy a levantar tempranito para ayudarte.

—De acuerdo. —Delfina asintió y sonrió, un poco más relajada—. Un asistente me vendrá bien hasta que este asunto se solucione. Gracias.

—Hasta mañana. —El pequeño se fue de allí, sin comprender por completo la gravedad de los temores de Delfina, aunque feliz de poder dar una mano en El Refurio.

La vida en la fortaleza subterránea era monótona y pacífica. Tranquila. Allí, bajo tierra, nunca pasaba nada interesante o repentino. Irina salía a recorrer la ciudad cada varios días y, si veía a algún niño desamparado, lo recogía y lo llevaba con ella hasta el complejo. Muchos se marchaban porque decidían renacer, que era la recomendación que las hermanas Valini siempre les daban —por órdenes de don Lucio—. Pocos eran los que decidían quedarse en el purgatorio, ya fuese porque tenían miedo a la reencarnación o porque se encariñaban con los demás habitantes de El Refugio. Más allá de eso, estaban aislados del resto de la sociedad. Ningún alma entraba o salía de ahí.

Anahí había sido una excepción. Y, como tal, desbarató el equilibrio en la vida de los niños, de sus cuidadoras e incluso del hombre que controlaba todo aquello. Su presencia había desencadenado un cambio. Y nadie en ese sitio estaba preparado para algo así. No sabían qué esperar, cómo actuar o reaccionar. Algunos disfrutaban de esa incertidumbre, de la adrenalina causada por la ruptura de la monotonía. Otros, como Delfina y Lucio, se resistían a la posibilidad de acostumbrarse a un modo de vida diferente.

 Otros, como Delfina y Lucio, se resistían a la posibilidad de acostumbrarse a un modo de vida diferente

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Fanart de Wristofink


Purgatorio (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora