XVI (Parte 4) - Sobre Otros Frentes de Batalla

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Las notas de un bajo retumbaban sobre las paredes de un pequeño bar. Una multitud se había reunido frente a la tarima, algunos asombrados por una canción improvisada en un solo instrumento sin perder una pizca de intensidad, otros simplemente asombrados por el músico en cuestión.

Veo a mi alrededor y es evidente que todo ha cambiado —cantaba, en una voz profunda y fuerte—. Hay ocasiones en las que siento que he mejorado respecto al pasado, y hay ocasiones en las que no comprendo nada. Y, sí, parece que me dirijo a ninguna parte con mucha maldita rapidez...

Sus dedos, largos y ágiles, se deslizaban sobre el mástil del bajo y llegaban a cada traste sin necesidad de que él abriera los ojos. No solo tocaba la música; la sentía, la transmitía, y cada sonido amplificado vibraba sobre los pechos de los presentes.

¿Alguna vez llegaré a donde me dirijo? Si lo hago, ¿lo sabré cuando llegue? Si un viento me lleva en la dirección correcta, ¿siquiera me importaría?

Alargó las últimas palabras mientras sus dedos bailaban sobre las cuerdas, las últimas notas derramándose sobre los oídos del público como agua en una suave lluvia. Cuando el músico abrió los ojos, los demás estallaron en aplausos y silbidos animados.

—Ah, muchas gracias —dijo el joven, haciendo una pequeña reverencia mientras un tipo se abría paso entre todos para llegar al micrófono.

—¡Ese fue Henry, nuestro invitado de esta noche! —anunció felizmente—. ¡Otro aplauso!

El público obedeció, hombres y mujeres por igual alzando sus tragos y gritando que brindaban por él. Henry, apenado, sonrió de nuevo antes de apartarse el cabello de la frente. Dejó que el dueño del bar esparciera a la multitud y se enfocó en reordenar el equipo que había utilizado.

Desapareció dentro de la pequeña habitación para los invitados, haciendo un recuento de lo que había traído, lo que había prestado, y lo que le pertenecía al establecimiento. Guardó su bajo en su forro y ajustó las correas. Su chaqueta de cuero estaba colgada de un gancho sobre la pared, y Henry dudo si sería conveniente usarla desde ya o no. Después de todo, usar cuero en una noche de verano dentro de un bar pequeño lo haría sudar como en un sauna.

Finalmente decidió salir con la chaqueta echada a un hombro y el cinto de su bajo echado al otro. La fina camiseta que usaba debajo estaba empapada en sudor, pero Henry estaba satisfecho. La mayoría de las personas ya se habían marchado, y los únicos que quedaban estaban sentados con el dueño en la barra.

—¡Ah, el Espectáculo de un Solo Hombre! —bromeó uno de los clientes, un tipo que compensaba su calvicie con una espesa barba—. Acércate, acércate.

—Chico, tu paga —recordó el dueño, agachándose para buscar entre las gavetas que había tras la barra. Se alzó de nuevo sosteniendo un sobre en mano—. Te la ganaste.

—Gracias —Henry tomó el sobre y tomó su chaqueta, empujándolo dentro de uno de los bolsillos.

—¿Ya te vas? —preguntó otro cliente, un tipo de piel blanca como la leche y tatuajes que le cubrían la totalidad de ambos brazos—. Por lo menos deja que te invitemos a un trago.

—Ah, lo siento, tengo algunos asuntos pendientes más tarde y quería dormir por lo menos un par de horas.

El cliente alzó una ceja. —No sé cómo piensas dormir con todas las tipas que te están esperando allá afuera.

Henry sonrió con cierto nerviosismo. —Si están esperándome, van a quedarse allí por un buen tiempo.

—Pues lo siento por ellas —el calvo lo interrumpió, dando dos golpes sobre la barra—. Antes de que te vayas, celebra con nosotros. Vamos, viejo, otros tres tragos.

Escrito en el AsfaltoWhere stories live. Discover now