XVIII (Parte 2) - Sobre la Marea Creciente

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Craig se acercó a la caja y deslizó sobre el mostrador dos paquetes de goma de mascar, tres botellas con agua, y un billete. El cajero los tomó y los pasó sobre el escáner con letargo, mientras Craig revisaba a su costado un stand con varias revistas.

—Ah —dijo, interrumpiendo al tipo con aspecto de vendedor de marihuana—. ¿Están son todas las revistas que tienen?

El cajero lo observó como si le acabase de preguntar por qué el cielo es azul.

—¿Cuál buscabas?

—Eh, quizás Agendum, Vertfort BR, Western Overlook... —Craig recitó los nombres de las publicaciones que solía revisar durante su tiempo en la mansión, pero el desdén que crecía en la mirada del cajero lo trajo de nuevo a la realidad.

—La gente normal apenas y lee El Conocedor —respondió el tipo, terminando de pasar los artículos y dejando su mano sobre el teclado de la registradora—. ¿Vas a llevar algo más o puedo cobrarte?

Craig, medio derrotado, le dio la espalda a las revistas. —Lo siento —dijo, y esperó pacientemente por su cambio. Mientras tomaba sus compras y caminaba de regreso hacia el estacionamiento, se sintió como un idiota. Su pregunta había sido estúpida para alguien como él. La tienda de la estación de servicio donde se había detenido no solo era pequeña y desordenada, sino que estaba ubicada en un sector donde a todos les podía importar un bledo el detalle de lo que ocurriera con las finanzas. El Conocedor, la revista que había optado por una línea más amarillista, no le ayudaría mucho en su deseo por seguir al tanto de los sucesos, y muchos de los artículos que buscaba no llegaban a publicarse en línea.

Craig entró a su auto, abrió una botella de agua y bebió de ella. Al terminar, lanzó la botella sobre al asiento vacío a su lado y suspiró. Sus hombros estaban cansados y sus ojos ardían. Las últimas noches le estaban pasando factura, y aunque se esforzara por aparentar menor edad de la que tenía en realidad, no podía engañar a su propio cuerpo.

Su horario se había vuelto un desastre. Frecuentaba clubes, tabernas, billares y demás establecimientos en busca de información sobre chicos desaparecidos o atrapados en contra de su voluntad; intentaba visitar por lo menos tres o cuatro lugares por noche, observaba a las personas con aspecto de líderes, bebía y escuchaba conversaciones. Regresaba a su habitación en el motel cuando el sol estaba a punto de alzarse, y por el día siempre salía a lugares más familiares, restaurantes o parques, en busca de más rumores.

Era pesado, y más pesado aún era no tener una puta idea de qué diablos hacer después. Se sentía atrapado en el ruido de la ciudad, perdido entre el submundo del sur de Vertfort; para encontrar a Scott y Vinny tenía que saber dónde buscar, pero para saber dónde buscar tenía que conocer el lugar con todas sus esquinas y puntos ciegos. Cada noche sin avances significativos se sentía como otro fracaso, y en la mente del ex-tutor no dejaban de aparecer los peores escenarios posibles: los chicos atrapados en algún prostíbulo, los chicos con piedras atadas a sus tobillos y siendo lanzados desde uno de los puentes, o los chicos en un vídeo de rehenes enviado a Fester, quien solo lo ignoraría y seguiría con su vida como si nada.

Aunque intentara negarlo, Craig se había acostumbrado a las ventajas de la mansión Melville. La investigación desde su posición de asistente habría sido mil veces más fácil. Podría contratar a algún profesional, o visitar a los enemigos de Fester con cierta autoridad, sin levantar tantas sospechas, pudiendo entrar a los edificios o chantajear a las secretarias para averiguar horarios de reuniones y demás. Sin ese poder, Craig tenía problemas aceptando que la única opción que quedaba era investigar desde el lado totalmente opuesto: convertirse en un chico más, ponerse en el lugar de Scott y Vinny, y esperar terminar en el mismo lugar que ellos.

Escrito en el AsfaltoWhere stories live. Discover now