PRÓLOGO

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Venezuela es el país que actualmente registra la cifra de asesinatos per cápita más alta del mundo. Leer sobre muertes violentas es cotidiano en la prensa -la poca impresa que queda y la digital, cada vez más mermada por medidas de censura o falta de personal, o la cada vez más malograda conectividad de Internet-.

Sin embargo, hay crímenes que cobran relevancia mediática porque la gente siente el padecimiento de las víctimas muy cercano. Un par de semanas antes del suceso a ser narrado en esta obra, el país venía de presenciar en vivo y directo por redes sociales la masacre de unos policías, militares y civiles insurgentes contra Nicolás Maduro, que habían decidido deponer las armas viéndose superados en número y equipo de combate. Los propios fallecidos se encargaron de documentarlo todo en una serie de videos que hoy son objeto de estudio por parte de organizaciones defensoras de derechos humanos y otras dedicadas a la investigación periodística. El hecho, de principio a fin, movió la fibra sensible de la gente, al punto de ser reseñado en grandes medios internacionales. Hoy, este es uno de esos sucesos tristemente recordado por la colectividad.

Dos semanas después de ese terrible incidente, el caso de Verónika Odaíssa Corona Lara (16 años), hizo que la ciudad de Puerto La Cruz, al norte del estado Anzoátegui, estuviera pendiente de qué había pasado con ella, pero muy especialmente, había nerviosismo por una serie de mensajes que lograron enervar al público pensando que podrían ser víctimas de un rapto, especialmente. Durante esos seis días, el pánico era la norma en esa zona. Los más jóvenes eran los más propensos a padecer, pues las supuestas víctimas eran muchachos de no más de 22 años. Incluso, un político se atrevió a echar más combustible al fuego con datos que luego se confirmaron como falsos.

El desenlace del hecho terminó reseñándose en la prensa de varios países por cómo sucedieron las cosas luego de que se conocieran las circunstancias alrededor de este asesinato.

La familia de esta adolescente estuvo moviéndose desde el instante en que dejaron de verla, hasta que su macabro hallazgo se confirmó. Al día de hoy, la lucha es en tribunales y hay una sola cosa que ese núcleo espera escuchar de quien se dice responsable de este cruel hecho: culpable.

Las letras de la muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora