XXXIX - Cell phone

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39.- Cell phone

—Adiós. —Dije, despidiéndome de mis colegas en un saludo general. Crucé la puerta del recinto educacional y la sensación de libertad fue indescriptible. Caminé a paso lento, dándome el lujo de disfrutar de la fina y tierna llovizna caer sobre mi anatomía.

Había sido un día bastante arduo. La reunión de profesores había resultado cansadora, mucho más de lo que usualmente solía ser; los temas abordados eran simples. Asistencias, notas puestas en el sistema, reunión de apoderados, proyectos educacionales, etc. Todo lo que debíamos ver como docentes en conjunto con el director. Más aquel día, mi ánimo no me acompañaba del todo. Le atribuí mi cansancio a tener que lidiar con uno de los cursos más desordenados de la escuela. Pero, aun así, el cansancio nunca era demasiado para mí.

Caminé sin prisa alguna, contemplando las luces de la ciudad, las personas a mi alrededor y los escaparates de las tiendas que, por horario, ya comenzaba a cerrar.

Entonces, fue cuando vi en un balcón, un celular.

Alcé una ceja, y curiosa, miré hacia todos lados, esperando encontrar al dueño. Pero era estúpido pensar que alguien dejaría su teléfono allí por que sí. Me acerqué dubitativa y dando otro vistazo más, decidí tomarlo e inspeccionarlo con curiosidad. El aparato encendió su pantalla cuando presioné el botón lateral, mostrándome de inmediato un paisaje tras el patrón que debía resolver si quería indagar sobre el dueño.

Deliberé si llevarlo conmigo o dejarlo donde estaba. Más¸ el ruido de mi propio celular comenzó a sonar, lo que me hizo brincar asustada.

—¡____________! —Exclamó mi hermana en cuanto contesté. —¿Estás en la reunión aún?

—N-no... —Murmuré. —A-acabo de salir.

—Bien, porque estoy fuera de tu departamento. —Anunció. —He traído pizza.

—¿Has peleado con Aiden? —Inquirí. Mi hermana soltó una risa pequeña y avergonzada. —¡Megan! —Bufé, molesta. —No puedes escapar de tus problemas siempre.

—Lo sé. —Musitó. —Pero necesito tu ayuda. Además, me tienes que ayudar con el tema del casamiento. El vestido, las flores y todo eso. —Recordó entusiasmada. —No tardes mucho, por favor.

Suspiré y corté la llamada. Emprendí nuevamente mi camino, esta vez con el celular extraviado en mis manos.

******

Megan me esperaba fuera de mi departamento con la caja de pizza en manos. Sonrió al verme, pero como supuse, dedujo mi cansancio, pero no así, la inquietud que sentía en aquel entonces con respecto al celular encontrado.

Antes de comunicarle lo sucedido, preparamos la mesa para poder comer mientras ella, me comentaba sobre la pelea que tuvo con su novio, su futuro marido. Aun no entendía cómo habían durado tantos años juntos entre riñas que, motivaban a mi hermana a pedir mi ayuda. Le aconsejé pensar su decisión antes de realizar la ceremonia. Pero tal parecía que, a pesar de todo, se amaban sin importar el qué.

—Cuéntame, ___________. —Me dijo Megan, tomando un sorbo de su néctar. —A ti te sucedió algo. No lo pueden negar.

Suspiré. Tomé mi bolso y extraje el celular de su interior.

—Me acabo de encontrar esto. —Dije. —Y su dueño aún no ha llamado por él.

—¿¡Eres tonta!? —Exclamó mi hermana, sujetando el celular entre sus manos. —Te lo has encontrado tú, y si no ha llamado es porque ya lo dio por perdido. Déjatelo para ti.

—Eso es robar, Megan. —Espeté, quitándole el celular de sus manos. —Esperaré a que llame.

—Tú siempre fuiste la más honrada en la familia. —Rio la joven, divertida. —No me extraña que quieras devolver el celular, pese a que su dueño, al parecer, ya no le importa. —se encogió de hombros.

—Tendrá que llamar. —Megan negó divertida. —Lo tiene que hacer.

Convencida de que así iba a suceder, dejé el celular cerca de mí por si el llamado surgía. El celular comenzó a vibrar horas después. Sonreí triunfante a Megan, quien rodó los ojos y volvió su mirada al televisor, viendo la película.

—Disculpa... pero tienes mi celular. —Fue lo primero que dijeron del otro lado de la llamada la voz de un hombre evidentemente desesperado. Solté una risita.

—Lo sé. —Afirmé. —No hace mucho lo encontré. Estaba esperando tu llamado.

—¿E-enserio?

—Totalmente. —El sujeto al otro lado dejó salir ruidosamente el aire de sus pulmones. —¿Cuándo lo quieres?

—¿Mañana? —Dijo, un poco dudoso.

—Está bien. —Acepté. —¿Te parece bien fuera del museo central? —Interrogué. El sujeto aceptó encantado. Acordamos la hora y, después de escuchar casi diez minutos sus agradecimientos, colgamos, prometiendo vernos al día siguiente.

El celular se mantuvo en mi bolso durante todo el día. Nos habíamos quedado en juntar a las seis de la tarde. Iba quince minutos atrasada y, temía que el sujeto perdiera la esperanzas de volver a ver su celular. Corrí entre la gente para poder ganar más tiempo, hasta que, a lo lejos, a medida que me iba acercando al museo, divisé un hombre sentado en las escalinatas del recinto. Miraba hacia todos lados, notablemente ansioso.

Me acerqué a él y saludé amable.

—Dios, me has salvado la vida. —Dijo el sujeto, feliz. Sonrió amplio, dejando ver una dentadura perfectamente blanca y reluciente. Sus ojos, atractivamente azules parecieron brillan en conjunto con su sonrisa. —Gracias, de verdad. Muchas gracias.

—De nada. —Me limité a decir mientras me encogía de hombros. El sujeto era realmente atractivo. Contaba con una barba tupida alrededor de su mentón y mitad de las mejillas, su cabello era castaño y parecía ser sedoso al tacto. Aparte, emanaba un aroma bastante peculiar en cuanto decidía moverse.

Me mordí el labio, eliminando todo pensamiento pecaminoso con respecto al desconocido.

—Soy Sebastian. —Me estrechó su mano y volvió a sonreír.

—____________. —Respondí. —Un gusto, Sebastian. Espero no se te olvide otra vez tu teléfono. —Reí, entregándole el celular. El sujeto negó repetidas veces entre risas divertidas y cohibidas.

—Tendré cuidado para la próxima. —Aseguró. —Dudo que alguien sea tan honrado como tú.

—A lo mejor sí. No puedo ser la única. —Reí. —Bueno, me tengo que ir. —Anuncié. Las cejas del sujeto se fruncieron. —Tengo cosa que hacer.

—Espera. —Murmuró. —¿Cómo te agradezco lo que hiciste?

—¿Qué? —Reí y negué rápidamente. —N-no te preocupes. No fue nada.

—Déjame invitarte un café, o algo. No lo sé, tu dime qué quieres de comer y te invito.

Negué nuevamente, insistiendo en que no era necesario el pago y, menos una invitación. Nunca lo había visto en mi vida, y no era cauto de mi parte aceptar la invitación de un completo desconocido. No sabía sus intenciones, por lo que me cuestioné el hecho de haber sido parte de un engaño. Pero él parecía tan normal y simple. Algo en su mirada me decía que no debía temer. Extraño pues, por lo general, siempre desconfiaba de quien osara hablarme en la calle.

—Quedará pendiente. —Dije y él arrugó su nariz, negando ligeramente. —Te puedo dar mi número de teléfono, si quieres y quedamos en salir algún día.

—Me parece. —Aceptó. —Así nos podremos conocer mejor.

Le dicté mi número, con las pocas esperanzas de recibir su llamado. Sebastian sonrió una vez más, prometiendo que me llamaría durante la semana para acordar un día en donde pudiéramos salir y concretar su recompensa.

—Espero verte, _________. —Me dijo antes de irse. —Me gustaría conocerte más.

Y dicho aquello, depositó un beso en mi mejilla y emprendió su camino hacia el otro lado de la calle. Yo, me adentré al museo, tratando de decodificar todo lo que había sucedido en tan pocos minutos. 

Sebastian Stan || One-ShotsWhere stories live. Discover now