LIII - In the comfort of the house.

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53.- In the comfort of the house.


Me despedí de mis colegas en cuanto había terminado mi trabajo. Tomé mi chaqueta y salí del recinto, encaminándome hasta mi hogar, donde sabía me esperaba mi novio con la cena lista. Como solía hacerlo, todos los miércoles él era el encargado de mimarme con sus dotes culinarios. Me fui todo el camino pensando en el menú que me podría tener. Deseé que fueran papas fritas; se me antojaba comer chatarra.

Crucé la vía y me adentré a un local de repostería. Compré dos pedazos de tortas individuales para poder degustarlas cuando viésemos la película que teníamos pensado ver. Fue entonces, cuando me llamó y mi corazón saltó dentro de mi pecho, rebosante de alegría por percibir la voz del hombre que amaba.

—Linda, dime que vienes en camino. —Me dijo, un tanto desesperado.

—Estoy a unas cuadras. —Anuncié. —He pasado por un par de pastelitos. Veremos la película, ¿no?

—Ese es el plan. —Rio del otro lado. —No tardes mucho...

—Sebb ... —Rodeé los ojos. —Voy en camino, amor.

—Ok, pero si ves descuentos en vestuario femenino, por favor no te quedes viéndolas. —Pidió y yo bufe. —Es nuestra noche, y la comida se enfriará.

—No prometo nada.

—Amor...

—Vale, lo prometo. —Murmuré.

—Te amo. —Me lanzó un beso. —Nos vemos.

Respiré hondo cuando colgó la llamada. Justo a mi lado, había un escaparate anunciando el descuento en vestuario de la temporada de otoño; era tentador, bastante como para dejar la oportunidad pasar.

Cerré los ojos y me armé de valor. Sabía que la decisión que iba a tomar, me haría arrepentirme por el resto de mi vida.

******

La puerta de nuestro hogar se abrió antes de que yo pudiera introducir las llaves por la cerradura. Entré y deposité un beso en la mejilla de mi novio. El rumano frunció el ceño. Asumí que había percibido mi odio hacia a él en ese simple ósculo. Que supiera cuanto lo odiaba por hacerme prometer no quedarme a ver la gran oferta que se me presentó minutos atrás.

—¿Hice algo? —Inquirió. No contesté. Me dirigí hasta la cocina y dejé las bolsas sobre la mesa que utilizábamos para tomar desayuno. Saqué los pastelitos y los puse en el refrigerador. —Cariño... —Sus brazos rodearon mi cintura y me apegaron a su torso.

—Nada. —Murmuré.

—Ese nada significa en el idioma de ustedes "Me pasa de todo". —Y soltó una risita divertida.

—No me sucede nada. —Volví a insistir. Giré para poder quedar frente a él. Esbocé una sonrisa, lo más convincente posible. El rumano me miró fijo, escudriñándome con aquellos hermosos ojos azules que, por más que quisiera no mirarlos en ese momento, me era imposible. Eran dignos de ser contemplados.

—Bien, te creeré. —Dijo finalmente. Soltó mi cuerpo y se dirigió hasta el living, donde comenzó a ordenar la mesa para poder cenar.

Le seguí, un tanto molesta. Me planté bajo el marco de la puerta que daba hacia el living y me crucé de brazos mientras él caminaba de un lado a otro para poder servir la cena. Entonces, hablé.

—Te odio. —Fue lo primero que dije. Sebastian siguió caminando, lanzando miradas fugaces a mi dirección. Ello me hizo enojar aún más. —He dicho que te odio.

—Sí, lo he escuchado. —Murmuró. —¿Y se puede saber por qué?

—Porque me haces prometer cosas que no quiero cumplir...

El rumano soltó una carcajada.

—Ya veo, esto tiene que ver con ropa. —Afirmó para sí mismo. Fruncí el ceño, molesta. —¿Ves? Cuando dices que no te pasa nada es porque algo te sucede. Quieres ir a comprar, entonces ve. Me quedaré aquí y te esperare...

—Que idiota. —Mascullé. —Eso no quita el hecho de que te siga odiando.

—Me amas, hermosa. —Rio.

—Mentira.

—Yo sé que sí. —Se acercó a mí y atrapó mi anatomía antes de que pudiese alejarme de él. —Me amas tanto como yo lo hago contigo. —Besó rápidamente mis labios. Inhalé profundo ante la sensación de sentir sus labios por primera vez durante el día. —¿Me amas?

Me quedé en silencio. El rumano insistió con un beso el cual, evidentemente no pude rechazar.

—Te amor, idiota. —Reí entre el beso.

Nos sentamos y cenamos; hablamos de todo un poco para luego ir al sofá y acurrucarnos para poder ver la película. El rumano extrajo dos galletas que llamaron mi atención por su forma. Supe, de inmediato que se trataban de galletas de la suerte, por lo que, encantada por leer el papelito, la abrí para poder ver el contenido.

Dentro de mi inocencia, esperé leer una frase que tuviese que ver con la vida, o algo que me hiciera reflexionar. Más, la frase estaba lejos de hacerme meditar; mi mente quedó en blanco y mi corazón comenzó a dar golpeteos rápidos y muy dolorosos. Más aún, cuando divisé un anillo dentro de la galleta destrozada.

—D-debe ser u-una broma. —Balbuceé mientras sacaba el anillo de la galleta y volvía a leer el papelito escrita con una letra elegantemente legible: Cásate conmigo.

—No sabes la cantidad de locales que tuve que recorrer para que me hicieran el favor de meter ese anillo y papelito allí. —Carcajeó el rumano. —No quise sorprenderte con una cena en un restaurant y arrodillarme ante ti mientras sostenía una caja con un anillo de perlas. Sé que no te gustan esos eventos; recordé la película que vimos el mes pasado y cómo tus ojos brillaron al ver al protagonista pedirle casamiento a la muchacha de esta misma manera. Quería ver tus ojos brillar otra vez... y lo he conseguido. —Volvió a reír, conforme. Más yo comencé a llorar, emocionada.

—No sé qué hice para tenerte a mi lado. —Lloriqueé, desconsoladamente. Me abracé a él y repartí besos por todo su rostro mientras repetía una y otra vez "acepto". Finalmente, aterricé en sus labios. —Te amo. —Murmuré entre besos.

El anillo fue puesto en mi dedo anular y lo contemplé por un buen momento, casi sin poder creer que éste estaba allí, brillando perfectamente. Miré al rumano y volví a llorar.

—Futura señora Stan. —Dijo y ambos reímos. —Suena bien, ¿no?

—Suena perfecto. —Asentí entre lágrimas.   

Sebastian Stan || One-ShotsWhere stories live. Discover now