Querido Papaíto-Piernas-Largas(2):

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¡Soy una perfecta bestia!

Por favor, olvídese de esa horrible carta que le mandé la semana pasada. La noche que la escribí me sentía espantosamente sola y desdichada, me dolía la garganta y todo el cuerpo. Es que estaba incubando una gripe con amigdalitis y una cantidad de cosas más. Ahora estoy en la enfermería desde hace seis días y es la primera vez que me permiten sentarme en la cama y me dan papel y pluma. La jefa de enfermeras es sumamente mandona y severa. Pero todos estos días no he podido borrarme la idea de aquella carta y no podré mejorarme hasta que usted no me perdone.

Aquí va mi retrato, con la cabeza vendada en forma de orejas de burro.

¿Verdad que esa imagen despierta su compasión? Tengo hinchadas las glándulas sublinguales. ¡Y pensar que todo el año estudié anatomía sin enterarme de que existían las glándulas sublinguales!... Lo cual prueba que la educación es algo bastante superficial.

No puedo seguir escribiendo. Todavía me tiembla todo el cuerpo cuando paso mucho rato sentada. Por favor, perdóneme el haber sido impertinente e ingrata. Me han educado muy mal.

Suya, afectuosamente,

Judy

Desde la enfermería

Querido Papaíto-Piernas-Largas:

Ayer a la tarde, justo al anochecer mientras estaba sentada en la cama mirando llover por la ventana y pensando en lo aburrida que es la vida de una enferma en una gran institución, apareció la enfermera con una gran caja blanca a mi nombre y llena de los más preciosos pimpollos de rosa que he visto jamás. Y lo que es más, venían acompañados de una tarjeta con unas palabras muy amables escritas con letra inclinada hacia la izquierda, rarísima, ¡pero que índica mucho carácter! ¡Gracias, Papaíto, mil gracias! Estas flores son el primer regalo verdadero que he recibido en mi vida- Si quiere saber cómo soy de tonta, me eché a llorar... ¡de feliz que me sentía!

Ahora que estoy segura de que Iee usted mis cartas, trataré de hacerlas mucho más interesantes de modo que valga la pena conservarlas... y hasta ponerles marco. ¡Todas menos aquella horrible que le escribí la semana pasada! ¡Por favor, saque ésa del montón y quémela! Me horroriza pensar que pueda usted releerla. Gracias otra vez por alegrar a una pobre novatita que se sentía muy mal y muy desdichada y de mal humor. Probablemente tenga usted mucha familia y amigos y por eso no puede imaginar lo que significa estar completamente sola.

Adiós. Le prometo formalmente que nunca más me pondré  antipática, puesto que ahora me consta que es usted una persona de veras y no un fantasma. También le prometo no hacerle más preguntas. ¿Todavía odia a las chicas?

Suya para siempre, Judy

Querido Papaíto-Piernas-Largas:

Espero que no haya sido usted aquel síndico que un día se sentó sobre un sapo. Me dijeron que el bicho había dado un tremendo topetazo, por lo tanto debió tratarse de un síndico más gordo que usted.

¿Se acuerda de aquellos huecos con rejillas que había junto a las ventanas del lavadero en el asilo? En primavera, para la estación de los sapos, solíamos hacer toda una colección de esos bichos y los escondíamos en esos huequitos. No era difícil que algunos saltaran hasta el lavadero, causando gran revuelo los días de lavado. Siempre nos castigaban con el máximo rigor por esas diabluras, pero a pesar de todo seguíamos coleccionando sapos todos los años.

Un día... Bueno, no quiero cansarlo con los detalles del caso, pero lo cierto es que uno de los escuerzos más gordos, grandes y ju-go-sos de nuestra colección se coló hasta el salón de los síndicos y se acomodó en uno de los sillones de cuero. Y esa tarde, en medio de la reunión de esos señorones... En fin, me imagino que usted también estaría allí y que recuerda el resto del episodio.

Mirando las cosas a la distancia y sin pasión, reconozco que el castigo que nos dieron fue merecido y, si mal no recuerdo, adecuado al tamaño de la falta.

No sé por qué me encuentro hoy tan inclinada a las reminiscencias. Será tal vez que la llegada de la primavera y La reaparición de los sapos siempre me despiertan el viejo instinto adquisitivo. Lo único que me retiene ahora de comentar la colección es que no tenemos aquí ninguna norma que lo prohíba.



Papaíto-piernas-largas. Jean Webster - 1912Donde viven las historias. Descúbrelo ahora