8: "Tormenta"

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¿En qué momento había pasado todo aquello? En un instante, con la intensidad de un funesto huracán, su vida nuevamente se había tambaleado a causa de unos ojos claros. Amelia Von Brooke y su fantasma ahora lo atormentarían diariamente aún más de lo que ya lo hacían en su propia soledad.

Augusto se había marchado, seguramente a compartir lecho con su flamante prometida. Aún estático en uno de los banquillos de la iglesia empezó a confabular teorías sumergidas en la dulce agonía de una pena. ¿El la tocará? ¿La besará con amor? ¿Sabrá que le gusta el chocolate caliente y tres cucharadas de azúcar en su té? No, seguramente no, esa era su Amelia, la vieja niña que el mismo había matado. Esta mujer que compartía rostro con su ángel solo era una enamorada de su doctor, Amelia había muerto para que naciera Vonnie. Y aquello dolía más que cualquier martirio soportado por un santo.

Melancólico, planeando estratagemas para alejarse lo más posible de ella, el piano resonó. Como una vieja filmografía sumergida en sepia, la imagen hace poco tiempo vivida volvía repetirse. Amelia tocaba el piano mientras que Augusto besaba su mejilla. Tocaba su canción, la que solo le pertenecía a ellos dos, la que bailaron en noches tapizadas de pasión dibujando estrellas con su nombre. No podía sacarse de su cabeza aquella melodía.

Sintiendo sus manos vibrar, un antiguo deseo olvidado volvió a surgir. Tanto tiempo había pasado desde que no sentía aquella dulce tentativa sensorial que le costó reconocerla. Ansioso, con algo de miedo ante una realidad, corrió a su habitación. Escondido en uno de los costados de las paredes de su cuarto el se encontraba. Con algo de polvo y quizás desafinado, lo esperaba desde hacía mucho tiempo, sumergido en un agónico silencio que ahora con la llegada de Amelia Von Brooke conocía su fin.

Lo extrajo con cuidado, sintiendo como sus dedos se deslizaban por la pulcra madera. Aquel instrumento siempre tocaría por su dueña, por Amelia, ahora que ella había vuelto las canciones nuevamente narrarían su pena. Tomó el arco y decidido retornó cargando su chelo a la iglesia.

Sentado en medio de la nave central gracias a una austera silla que el mismo había arrastrado, lo puso entre sus piernas, su cuerpo lo reconocía y su alma lo acobijaba. Como si estuviera intentando invocar a la mujer que yacía a pocos metros de él, empezó a tocar. No le hacía falta una partitura o alguna estricta postura, la pasión volvía y la bestia era dominada. El arco se movía siendo una extensión de su brazo y sus dedos apresurados bailaban sobre las cuerdas en una ya conocida danza. Tocaría todas las noches, tocaría para ella, porque no tenía la necesidad de que estuviera presente, se contentaba con la idea de que su presencia existiera.

La misma canción que ese ángel ajeno había tocado en el piano ahora era interpretada por él. Intentando que el tiempo no reconozca la barrera de las horas, quería formar un dúo. Amelia siempre tendría la delicadeza de una tecla mientras que él solo se limitaría a ser el soporte de sus arpegios con enredados movimientos de sus brazos.

Cerraba los ojos y suspiraba cada vez que el chelo gemía, llamaba a su sirena en cada melodía y clamaba su presencia en esa improvisada sinfonía. La canción era ejecutada mientras que contaba los minutos para que aquella quimera se marchara, debía respetarla, después de todo esa mujer ya no era su niña amada.

Sinatra había terminado, la canción había concluido. El silencio abalanzado sobre su pecho aún tenía ese sabor a olvido. Los truenos retumbaban en la cúpula de la iglesia mientras que el cielo se quebraba, amaba la lluvia, pero aquello era una tormenta, al igual que la mujer que había llenado sus venas de veneno mostrando su dulzura.

Como quien recuesta a su niño en su lecho intentando que crudas pesadillas no ataquen sus sueños, dejó el chelo sobre el altar. Aún con el arco en su mano caminó hasta la puerta principal y la abrió, curioso, observando como las gotas caían en lo que parecía ser un diluvio.

Perdóname, Amelia (BORRADOR)Where stories live. Discover now