3. CUANDO LAS FLORES DE CEREZO CAEN

35 9 0
                                    

Ya era abril.

Todos los días, Tobirama iba al mismo lugar a escondidas.

Ya los cerezos habían florecido y él quería mostrarle un sitio en particular a Hera. Era preciso verla, pronto caerían y él estaba seguro de que a ella le encantaría. Fue una semana después que coincidieron, mejor dicho; ella apareció.

Se veía triste.

—¡Ángel!

Ella se acercó corriendo y con cada paso que daba se disipaba su tristeza.

—Hera.

Ella lo abrazó por segunda vez. Fuerte. Parecía buscar consuelo y él dejó caer su mano en su cabeza, acariciando suavemente su cabello. Increíblemente sedoso.

»¿Qué te pasó?

—No pensé que te vería. —lo miró, con una expresión difícil de identificar, parecía querer expresar tantas cosas que nada se reflejaba del todo.

Pero él no preguntaría, ellos no hacían eso.

—Te estuve esperando —confesó él.

Ella lo miró con sorpresa. Se separó.

—¿Me esperabas?

Él asintió.

»¿A qué se debe el honor? —ella fue extremadamente educada, bromeando y él sonrió.

—¿Puedes acompañarme a un sitio? Creo que te gustara la vista. Además, presumiré de otra de mis habilidades.

Al principio ella dudó un poco pero luego sus últimas palabras la compraron.

—¿por dónde es el camino?

—Te voy a cargar,  sostente fuerte.

Luego de eso, fue un parpadeo. Hera no lo entendió mucho, se sintió confundida. Ahora estaba pisando el suelo y veía su alrededor.

Era hermoso.

Un camino de árboles teñidos de rosa

—Son flores de cerezos.

Ella recordó una pintura.

—Ángel… esto es increíble. Y no puedo creerlo, ¡Este lugar también está en una de las pinturas! —ella dio saltitos y aplaudía— pero creo que falta…

Una fuerte ráfaga sacudió los árboles que adornaban el sendero y algunos pétalos cayeron.

Los ojos de Hera se ampliaron de emoción.

»Es…

Las flores empezaron a caer.

—¿Te gusta?

—Me encantan. Esto, esto es igual a esa pintura.

—¿A cuál?

—Cuando las flores de cerezo caen. —extendió su palma para recibir el pétalo que venía en su dirección.

Tobirama finalmente miró al frente. Aun caían pétalos. Sí, era hermoso.

El cabello de Hera estaba cubierto de ellos.

Minutos después, la niña habló.

»Tobirama, ¿se puede ver la puesta de sol desde aquí?

—caminemos hasta el final. No se verá como siempre, claramente, pero si podemos.

Pasando el sendero, subieron a una pequeña colina y se sentaron a ver el atardecer.

Estuvieron en silencio, Hera empezó a quedar somnolienta y su cabeza chocó contra Tobirama. Él la tomó rápidamente, y la apoyo en regazo.

Era la primera vez que la veía dormida, era como un bebé.

Él sonrió, pensando que así también se veía su hermana dormir. Miró solo la puesta de sol, acariciando el cabello de Hera sin ser muy consciente de su acción.

—Ángel.

Él se detuvo, ella se sentó.

»Deberíamos regresar.

Asintió, se levantó y le extendió la mano.

E igual que como llegaron, en un parpadeo, estaban de nuevo en el mismo lugar de siempre.

»¡En serio, eres increíble, ángel!,  ¿seguro no eres uno encubierto?

—No, no lo soy —respondió sonriendo—, te dije que también te mostraría otra habilidad.

—Me gusta, me gusta. —aplaudía efusivamente.

El sol estaba terminando de caer.

La sonrisa de Hera desapareció.

»Debo irme.

—Tienes pétalos en el cabello. Debes quitártelos sino sabrán que no estabas en casa. —se acercó y empezó a quitarlos pero ella lo detuvo.

Se quitó uno y se lo dio a Tobirama.

—Ángel, juguemos a quien encuentra a quien primero.

—¿Ahora?

—De ahora en adelante.

Él entendió.

—Entonces tú quédate con esto, Hera. —le extendió una flor. Una flor de cerezo.

Ella asintió—: si te encuentro yo, te quedas con ambos y viceversa.

—De acuerdo.

Ella sonrió.

Él también.

—Promete que no te olvidarás de este juego, Angel.

—Te lo prometo,  Hera.

Así se despidieron.

Esa fue la última vez que se vieron.

Desde ese entonces, cuando las flores de cerezo caen, Tobirama regresa al mismo lugar.

Esperando encontrarla.

O ser encontrado.

ANGEL   ||   TOBIRAMA SENJUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora