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(Extracto de una carta a Gilbert.)
He sido invitada a cenar, mañana por la noche, con una dama de Summerside. Sé que no me creerás, Gilbert, cuando te cuente que su apellido es Tomgallon... la señorita Minerva Tomgallon. Dirás que he estado leyendo demasiado a Dickens. Mi amor, ¿no te alegras de llamarte Blythe? Estoy segura de que no podría casarme contigo, si tu apellido fuera Tomgallon. Imagina... ¡Anne Tomgallon! No, es imposible de imaginar.
Es el máximo honor que Summerside tiene para ofrecer... una invitación a la Casa Tomgallon. No tiene otro nombre. Nada de Robles ni Arces ni Castaños para los Tomgallon. Tengo entendido que eran la "Familia Real" en los viejos tiempos. Los Pringle son hongos comparados con ellos. Y ahora sólo queda la señorita Minerva, única sobreviviente de seis generaciones de Tomgallon. Vive sola en una enorme casa sobre la calle Queen... una casa con grandes chimeneas, persianas verdes y la única ventana con vitrales que hay en una casa particular en Summerside. En ella podrían vivir cuatro familias, y la ocupan solamente la señorita Minerva, una cocinera y una criada. Está muy bien mantenida, pero no sé por qué, cada vez que paso por allí tengo la sensación de que es un sitio que la vida ha olvidado.
La señorita Minerva sale muy poco, solamente va a la iglesia anglicana; la conocí la semana pasada, cuando vino a una reunión de maestros y fideicomisarios para donar la valiosa biblioteca de su padre a la escuela. Tiene el aspecto exacto que se esperaría de una Minerva Tomgallon: alta y delgada, con cara larga, angosta y pálida, nariz larga y delgada y boca larga y delgada. Esto no suena muy atractivo; sin embargo, la señorita Minerva es muy agradable en un estilo digno y aristocrático, y siempre está vestida con ropa sumamente elegante, aunque algo anticuada.
Era una belleza cuando era joven, me cuenta Rebecca Dew, y sus grandes ojos negros todavía tienen fuego y brillo. No sufre de timidez para hablar y creo que nunca he visto a nadie disfrutar tanto al hacer un discurso de presentación. La señorita Minerva se mostró muy amable conmigo, y ayer recibí una notita formal en la
que me invitaba a cenar con ella. Cuando se lo conté a Rebecca Dew, abrió los ojos como si hubiera sido invitada al Palacio de Buckingham.
-Es un gran honor ser invitado a la Casa Tomgallon -observó, impresionada-. Nunca oí que  la señorita Minerva invitara a ninguno de los directores anteriores. Desde luego, eran todos hombres, así que no hubiera sido adecuado. Bien, espero que no le hable hasta cansarla, señorita Shirley. Los Tomgallon siempre fueron de lengua ágil. Y les gustaba estar en todo. Algunos piensan que el motivo por el que la señorita Minerva vive tan aislada es que como ahora ya no puede liderar todo como solía hacer, no quiere ser segundona de nadie. ¿Qué se va a poner, señorita Shirley? Me gustaría verla con el vestido de seda color crema, con los moños de terciopelo negros. Es tan elegante.
-Me temo que sería demasiado formal para una cena tranquila -le contesté. -A la señorita Minerva le agradaría, creo. A los Tomgallon siempre les gustó que los invitados estuvieran bien vestidos. Dicen que el abuelo de la señorita Minerva una vez cerró la puerta en la cara de una mujer que había sido invitada a un baile, porque vino con su segundo mejor vestido. Le digo que su mejor vestido era poco para los Tomgallon.
-No obstante, creo que me pondré el vestido de gasa verde, y los fantasmas de los Tomgallon tendrán que arreglárselas.
Tengo que confesarte algo que hice la semana pasada, Gilbert. Supongo que pensarás que
otra vez me estoy metiendo en los asuntos ajenos. Pero tenía que hacer algo. No estaré en Summerside el año que viene y no soporto la idea de dejar a la pequeña Elizabeth a merced de esas dos mujeres que no le brindan cariño y que se están volviendo cada vez más amargadas y prejuiciosas. ¿Qué clase de adolescencia tendrá en esa casona deprimente?
-Me pregunto -me dijo con aire melancólico no hace mucho tiempo-, cómo sería tener una abuela a la que no se le teme.

Lo que hice fue esto: le escribí a su padre. Vive en París y yo no sabía la dirección, pero Rebecca Dew había oído el nombre de la firma cuya sucursal maneja, y pudo recordarlo, de modo que me arriesgué y le envié la carta a la empresa. Escribí en la forma más diplomática que pude, pero le dije claramente que debería llevarse a Elizabeth. Le conté cómo sueña ella con él y que la señora Campbell era realmente demasiado severa y estricta con ella. Tal vez no salga nada de esto, pero si no le hubiera escrito, me hubiera quedado siempre con la convicción de que debería haberlo hecho.
Lo que me hizo pensar en escribirle fue que Elizabeth me dijo, muy seria, un día, que le había "escrito una carta a Dios" para pedirle que le enviara a su padre y que hiciera que él la quisiera. Me contó que se detuvo a la vuelta de la escuela en medio de un terreno vacío y la leyó, mirando hacia el cielo. Yo sabía que había hecho algo raro, porque la señorita Prouty la vio y me lo contó al día siguiente, cuando vino a coser para las viudas. Le parecía que Elizabeth "se estaba poniendo rara... hablando con el cielo de esa forma". Le pregunté a Elizabeth qué había sucedido y me lo contó. Antes de terminar, debo contarte acerca de Dusty Miller. Hace un tiempo, la tía Kate me dijo que creía que debía buscarle otro hogar porque
Rebecca Dew se quejaba todo el tiempo de él, y al parecer, ya no podía soportarlo. Una tarde de la semana pasada, cuando volví a casa desde la escuela, Dusty Miller no estaba. La tía Chatty dijo que se lo habían dado a la señora Edmonds, que vive del otro lado de Summerside. Sentí pena, pues Dusty Miller y yo nos habíamos hecho muy buenos amigos. "Pero al menos", pensé, "Rebecca Dew se sentirá feliz." Rebecca se había ido por el día a ayudar a una parienta a hacer alfombras. Al anochecer, cuando volvió, nadie tocó el tema; antes de ir a acostarse, Rebecca se puso a llamar a Dusty Miller desde la galería trasera. La tía Kate aprovechó para decirle en voz baja:
-No necesitas llamar a Dusty Miller, Rebecca. Ya no está. Le encontramos otro hogar. Ya no te ocasionará más molestias. Si Rebecca Dew hubiera podido ponerse pálida, lo habría hecho.
-¿No está aquí? ¿Le encontraron otro hogar? ¡Santo cielo! ¿No es éste su hogar?
-Se lo regalamos a la señora Edmonds. Ha estado muy sola desde que se casó la hija, y pensó que un lindo gato le haría buena compañía. Rebecca Dew entró y cerró la puerta. Se la veía muy alterada.
-Esto es la gota que desborda el vaso -afirmó. Y parecía que realmente lo fuese. Nunca he visto a Rebecca Dew echar chispas por los ojos
de ese modo.
-Me iré a fin de mes, señora MacComber, y antes también, si usted puede arreglárselas.
-Pero Rebecca -exclamó la tía Kate, desconcertada-. No comprendo. Siempre le tuviste antipatía a Dusty Miller. La semana pasada dijiste...
-Eso es -replicó Rebecca con amargura-. ¡Écheme las cosas en cara! ¡No tenga consideración alguna por mis sentimientos! ¡Ese pobre gato querido! Lo he atendido y mimado y me he levantado de noche para dejarlo entrar. Y ahora lo hacen desaparecer detrás de mi espalda sin siquiera decir agua va. ¡Y se lo dan a Sarah Edmonds, que no le compraría un trozo de hígado ni si el pobre animal se estuviera muriendo! ¡La única compañía que yo tenía en la cocina!
-Pero Rebecca, siempre te...
-Sí, siga, siga. No me deje intercalar una palabra, señora MacComber. Crié a ese gato desde que era gatito... cuidé su salud y su educación... ¿y para qué? Para que Jane Edmonds tuviera un gato bien entrenado como compañía. Bien, espero que se quede afuera en la escarcha por las noches, como he hecho yo, llamando al gato durante horas antes que dejarlo afuera para que se congele, pero dudo de que lo haga. Lo dudo mucho. Muy bien, señora MacComber, sólo espero que su conciencia no le remuerda la próxima vez que haya diez grados bajo cero. Yo no pegaré un ojo cuando eso suceda, pero claro, eso ya no es importante para nadie. -Rebecca, si solamente quisieras...
-Señora MacComber, no soy una lombriz ni un felpudo. Bien, esto ha sido una lección para mí. ¡Nunca más permitiré que mis afectos se enreden con un animal de cualquier
tipo o descripción! Y si lo hubieran hecho abiertamente... pero a mis espaldas... ¡aprovecharse de mí de ese modo! Jamás oí algo más malvado. ¡Pero quién soy yo, desde luego, para pretender que se consideren mis sentimientos!
-Rebecca -suplicó la tía Kate, desesperada-, si quieres que Dusty Miller vuelva, podemos ir
a buscarlo.
-¿Y por qué no me lo dijo antes, entonces? -quiso saber Rebecca Dew-. Además, lo dudo.
Jane Edmonds ya le debe de haber clavado las garras. ¿Acaso es probable que nos lo devuelva?
-Creo que lo hará -dijo la tía Kate, que al parecer, se había convertido en gelatina-. Y si vuelve, ¿no nos dejarás, verdad, Rebecca?
-Tal vez lo reconsidere -replicó Rebecca con la expresión de quien hace una tremenda concesión.
Al día siguiente, la tía Chatty trajo a Dusty Miller a casa, dentro de una cesta cubierta.
Capté la mirada que intercambió con la tía Kate después de que Rebecca se llevó al gato a la cocina y cerró la puerta. ¡Me siento muy intrigada! ¿Acaso todo habrá sido una trama urdida por las viudas, con la ayuda de Jane Edmonds? Rebecca nunca más volvió a emitir una palabra de protesta contra Dusty Miller, y cuando lo llama, por las noches, hay en su voz un verdadero tañido de victoria. ¡Parece que quisiera que todo Summerside se enterara de que Dusty Miller está nuevamente donde le corresponde estar y que, una vez más, ella ha triunfado sobre las viudas!

ANA LA DE ALAMOS VENTOSOSWhere stories live. Discover now