✱Prólogo

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¿Hoy? Cinco de marzo ¿hora? 8:15 AM.

Es mi primer día en ésta escuela, y qué decir, no tengo ánimo de entrar. Por fuera se ve tan animosa y alegre, pero yo sé que una vez dentro no será así, el nudo en mi estómago me advierte de que algo malo sucederá.

Desde que era pequeña, mis padres me enseñaron a ser educada, respetuosa, amable, servicial, empática, solidaria y justa, a disposición de los demás, con una personalidad intachable y siempre tratando de no sobrepasar a nadie, la humildad ante todo. Por desgracia nadie les enseñó ello a los demás estudiantes de aquí, y por eso estoy en el suelo, recogiendo disimuladamente mi mochila ya que un gracioso me hizo una zancadilla.

Repito, Gracioso.

No me molesté en buscar con la mirada al causante de mi caída, ya que ¿qué podría hacer al respecto más qué mirarle feo?

Seguí caminando apresurada por los corredores en busca de la dirección. El sentimiento de temor se apodera de mi sistema completamente y los ojos de la gente me miran con desaprobación, los nervios comienzan a subir desde mis zapatos y tiemblo un poco, mis manos sudan, creo que estoy exagerando la situación.

Desearía que mi mamá me hubiera podido acompañar en mi primer día de escuela, pero mi padre está enfermo, y nadie más se puede hacer cargo de él más que mi madre.

Escurridiza, rápidamente recorro el enorme edificio en busca de la dirección, sin éxito, hasta que descubro un pequeño y desteñido papel en donde hay un plano de la escuela. Le hecho una mirada rápida y me encuentro con que la dirección está en el tercer piso. ¡Felicidades! ¡Qué buen lugar para dejar la Dirección querido Arquitecto!

Subo con cautela las escaleras y llego a duras penas al tercer piso. Nunca he entendido porqué me canso tanto con sólo subir las escaleras, por poco me da un infarto al llegar arriba. Al dar un paso en el suelo veo un cartel que señaliza la dirección a la izquierda del pasillo. A brincos llego a la oficina de la secretaria y antes de entrar busco en mi mochila los papeles que me entregó mi mamá para que me inscriban formalmente en la escuela.

Recuerda, tocas la puerta, saludas y te presentas, luego entregas los papeles y obedeces a todo lo que la secretaria te diga ¿oíste?

La voz de mi madre retumba en mi cabeza. Muy bien Beatriz, tu puedes, ya te sabes los pasos.

Suavemente le doy unos cuantos golpes a la puerta y del interior gritan un brusco Entre, dándome el paso a obedecer.

—Buen Día Señora—saludo con modestia obviando la irritación que me causa tener que abrir mi boca, normalmente es mi madre la que siempre habla y me presenta, pero por obvias razones soy yo la que me encuentro inscribiéndome. —Soy Beatriz, Beatriz Thyssen.

La secretaria desvía la mirada de su computadora para darme una mirada escaneando todo mi ser, sus ojos muestran un leve asombro al verme. Por supuesto eso no me alaga en lo absoluto y en respuesta sonrío lo más sincera que puedo. Que la gente no esté acostumbrada a tratar con niñas de coeficiente intelectual alto no es mi problema.

No me gusta hablar mucho con nadie, ya que nunca he sido buena comunicándome, al final siempre termino cortando la conversación de una manera demasiado brusca e irrespetuosa y claro, la mala fama no tarda en llegar.

─Muy bien Beatriz ¿Qué necesitas? ─ saca un pañuelo de su cartera y se suena la nariz ruidosamente.

Muevo mi pie en el piso con un movimiento de vaivén algo nervioso.

«Aguanta, aguanta.»

─Vengo a formalizar mi inscripción.

— ¿Qué edad tienes? —pregunta sin quitar el asombro de sus ojos.

Nada Diferente © [RF#1]Where stories live. Discover now