¿Recuerdan que les mencioné sobre un cuarto cuya única finalidad era nuestro castigo? Pues bien, ahora mi hermano no era el que estaba encerrado ahí...sino yo.
-¡Papá! ¡Por favor! ¡No me metas al cuarto! ¡Por favor! -parecía que no había dicho nada, pues mis súplicas jamás fueron escuchadas.
Me dejaron ahí encerrada, en ese cuarto oscuro y lleno de ratas, mientras el resto de mi familia dormía.
-¡Por favor! ¡Alguien ayúdeme! -mis lágrimas no dejaban de rodar por mis mejillas- yo sólo me equivoqué en una de mis oraciones, pero no fue intencional -me dejé caer al suelo y seguí llorando hasta que no pude llorar más.
Me acomodé en el centro de la habitación e intenté dormir, pero esos rayos de fuego que entraban por las ventanas no me permitían descansar.
¿Te has dado cuenta que jamás he dicho que nos encerraban por la noche, sino cuando todos dormían? Si no lo has notado, pues bien, jamás dormíamos de noche, porque nuestro mayor miedo no era la oscuridad, sino la luz.
-Dios mío, no me quemes con tu fuego, deja que me marche a mi habitación donde mi alma estará alejada de ser quemada.
Los rayos se acercaban cada vez más a mí, sabía que me quemarían al sentirlos en mi piel.
-¡Papá! ¡Mamá! ¡Alguien! ¡Por favor!
Jamás olvidaré qué sentí cuando un rayo de luz tocó mi cuerpo. Mi mente estaba tan dañada por lo que mis padres nos decían sobre las llamas de Dios que no sentí la calidez del sol, sino fuego.
Empecé a retorcerme por el suelo. Sentí como cada parte de mi ser se destrozaba con el fuego del Señor. Pensé que moriría.
Supongo que me desmayé, pues no recuerdo nada después de ello.
Después de sentir que me quemaba en el infierno desperté encadenada a mi cama.
-Gracias Dios mío -sonreí y seguí durmiendo.
En su momento, me alegraba estarlo. Me reconfortaba más estar en un cuarto oscuro lleno de humedad a la calidez del día.
El tiempo ha pasado y debería haber cambiado mi percepción, pero todavía no puedo salir a la calle sin sentir que me quemo por dentro.
