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Las madrugadas eran más tranquilas que el resto de la noche por lo que el silencio abrumador liberaba mis pensamientos. Esta demás decir que no tenía sueño.

No pude estar ni dentro de la cabaña, ni a la orilla del río ni mucho menos dentro de la casa. Por lo que caminé media hectárea hasta llegar al oasis. ¿Si estaba loco? Por supuesto que lo estaba. Mis pensamientos no me dejaban en paz. ¿Si temía que algo me pasara estando solo? De hecho, cuando te acostumbras a la tranquilidad del campo y descubres que los fantasmas y ovnis no existen, y si lo hacen, no en esta parte olvidada de la tierra ─aquí ni el diablo llega─ descubres que la noche es tan apacible como el día.

Había luna llena y resplandecía con todo su fulgor, como un tenue sol plateado. Por supuesto que no esperaba a que Cho llegara esa noche, aunque una parte de mí, diminuta y muy oculta, deseaba que lo hiciera. Me sacudí quitándome esa sensación de necesidad. El telescopio negro apuntaba hacía el Cinturón de Orión. Puse el lápiz entre mis dientes mientras analizaba la distancia entre las estrellas.

─ Es increíble lo desobediente que eres.─ me culpó.

Me sobresalté al escucharlo y agradecí que esta vez haya caído sobre el mullido pasto.

─ En serio me preocupa que estés de noche aquí afuera.─

─ No tiene por qué.─ le espeté mientras me levantaba.

Lo escuché suspirar. Metió sus manos entre la bolsa del pantalón y se agachó sobre el visor del telescopio.

─ Orión.─ dijo sorprendido.

Miré alrededor si había algún indicio de cómo había llegado del pueblo hasta aquí. Teniendo en cuenta que son ocho kilómetros de sendero solitario.

─ ¿Cómo llegaste?─

─ Caminando─ dijo como si aquello no fuera la gran cosa.

─ Es peligroso.─

─ También lo es estar aquí solo en la noche.─

─ No deberías de haber hecho eso. Te pudo haber pasado algo.─ dije realmente preocupado.

─ Me era necesario venir.─ Apartó la vista del visor pero no del firmamento. Esperé a que dijera algo. Yo no sería el que cediera. Al ver que no había intención de nada, caminé hasta el aparato, ignorando su mirada.

─ ¿No preguntarás por qué necesitaba venir?─

Me encogí de hombros.

─ Es comprensible...─ dijo con aplomo. ─ Te he dado motivos para que no te importe lo que hago, cuando se supone que debería hacer lo contrario, aunque no debo hacer eso.─

Lo miré confuso sin entender nada de lo que había dicho.

─ Ryeowook.─ susurró. Mi corazón, por más que lo impidiera, saltó con el sonido de su voz. Sus ojos aún estaban clavados en el cielo.

─ ¿Sabes lo difícil que es amar a alguien a quien no debes amar?─ preguntó con dolor. Pude sentir sus palabras en mi corazón, no supe que decir.

─ No debía hacerlo... pero no pude controlarlo.─ Giró su rostro lleno de tristeza. Eso me asustó. Jamás lo había visto tan triste.

─ Y por más que lo intento...─ continuó. ─ Por más que intento no amarte y alejarme de ti... me atraes más y más.─

Eso fue todo.

Mi corazón se detuvo y mis oídos se cerraron al mundo. Solo su voz existía en aquel momento. Mi corazón golpeaba desesperado por salir de mi pecho. Algo extraño me recorrió el cuerpo, desde los pies hasta la cabeza. Lo vi sin pestañear, atento al brillo obscuro de sus ojos.

Barcos de PapelWhere stories live. Discover now