Faltaba poco para que Ixquic diera a luz, cuando llegó, casi arrastrándose, a la casa de la Abuela.
–He llegado, señora madre, yo soy vuestra nuera y vuestra hija –susurró la joven desde la puerta, creyendo que la anciana iba a reconocerla de inmediato. Sonreía con dulzura.
–¿De dónde vienes? ¿En dónde están mis hijos? ¿Por ventura no murieron en Xibalbá? –rezongó la Abuela y agregó señalando a sus nietos, los gemelos Hunbatz y Hunchouén, que en esos momentos se entretenían tocando la flauta y cantando, y eran el consuelo de la vieja–: ¿No ves a estos que son su descendencia y linaje? ¡Sal de aquí, pequeñuela!, ¡vete!
–Y sin embargo, ha tiempo que soy vuestra nuera. ¡Pertenezco a Huhn-Hunahpú! ¡Él vive en lo que llevo en el vientre, no ha muerto! Huhn-Hunahpú y Vúcub-Hunahpú volverán a mostrar su imagen en lo que traigo conmigo –dijo la joven, con lágrimas en los ojos.
–Lo que llevas en el vientre es fruto de tu deshonestidad: mis hijos están muertos –dijo la Abuela y la pobre Ixquic redobló su llanto. La vieja al oírla, se ablandó un poco–. Si eres mi nuera, anda a cosechar una red grande de maíz y vuelve enseguida, pues hay que alimentar a estos chicos –gruñó la Abuela, señalando a sus nietos, los cuales estaban harto enfadados por lo que sucedía.
La joven se fue a la milpa (14) de los gemelos, se adelantó por el camino que ellos habían abierto, pero no encontró más que una mata de maíz con su espiga, y el corazón se le llenó de angustia.
–Ay, pecadora de mí, ¿dónde voy a conseguir una red de maíz como se me ha ordenado? –y se puso a invocar a los dioses–. ¡Ixtoh, Ixcanil, Ixcacau! (15) ¡Y tú, Chahal, guardián de las sementeras!, ¡venid a ayudarme! –cogió las barbas y los pelos rojos del maíz y los colocó en la red como si fuesen mazorcas. La red se llenó completamente.
Volvió Ixquic a la casa de la Abuela y los animales del campo iban cargando la red llena de maíz. Cuando llegaron a la casa de la anciana, acomodaron la comida en un rincón de la cocina, como si la hubiese traído la joven.
–¿De dónde has traído todo este maíz? –exclamó la anciana al llegar–. ¿Acaso acabaste con la milpa de mis nietos? ¡Iré a verla enseguida! –pero la mata con su espiga estaba ahí todavía, asimismo, se veía la huella que había dejado la red al pie de la mata–. ¡Esta es prueba suficiente de que en realidad eres mi nuera! –exclamó la vieja, llena de alegría, al volver a casa–. Veré ahora tus frutos, los que llevas en el vientre y que también son sabios.
Ixquic dio a luz a Hunahpú e Ixbalanqué, (16) en medio del monte, todo sucedió en un segundo, no sintió dolor alguno. La joven llegó a la casa de la Abuela con sus hijitos. Los niños se hallaban intranquilos y lloraban demasiado.
–¡Vayan a botarlos afuera! –susurró la anciana a Hunbatz y Hunchouén, y sus nietos tomaron a los bebés, sin que Ixquic lo advirtiera, y se los llevaron al campo. Una vez ahí, los colocaron sobre un hormiguero. Por más que cueste creerlo, fue ahí donde los niñitos se durmieron profundamente; las hormigas nada podían hacerles, pues el espíritu de su padre los cuidaba. Al ver esto, Hunbatz y Hunchouén los despertaron y fueron a dejarlos sobre unos arbustos llenos de espinas. Su sorpresa fue grande cuando vieron que también ahí los bebés conciliaban el sueño. Querían que murieran devorados por las hormigas o picados por los cardos, a causa de la envidia y el odio que guardaban en su alma contra ellos.
A pesar de que por motivo de su orfandad Hunbatz y Hunchouén habían pasado por grandes trabajos y necesidades, no quisieron recibir en su casa a sus hermanos menores, y estos tuvieron que criarse en medio del campo. Los gemelos sabían que sus hermanitos eran los únicos sucesores de su padre, el que fue a Xibalbá y murió allá, por eso no los amaban ni les daban de comer. Hunahpú e Ixbalanqué sufrían calladamente los maltratos, sin encolerizarse, pues sabían cuál era su situación en la casa de la Abuela. A diario traían a la casa pájaros de diversas especies que mataban con la ayuda de sus cerbatanas. (17) Sus hermanos mayores doraban la carne y se la comían frente a Hunahpú e Ixbalanqué, dejándoles las sobras. Muchas veces, los jovencitos tuvieron que conformarse solo con el olor de la grasa y el jugo que despedía la carne asada.
Un día, los hermanitos llegaron con las manos vacías a la casa de la Abuela y ella se enfureció.
–Lo que ocurre, Abuela, es que nuestros pájaros se han quedado trabados en las ramas de un árbol y nosotros no podemos subir a cogerlos. Si los gemelos quieren, pueden venir con nosotros a bajarlos.
Acordaron que los cuatro hermanos saldrían al amanecer. Cuando por la mañana fueron en busca del árbol llamado canté, (18) donde se hallaban las aves, Hunahpú e Ixbalanqué iban delante y cuchicheaban entre sí:
–Cambiaremos su apariencia por los muchos sufrimientos que nos han causado. Nos han tratado como a sirvientes, por todo eso los humillaremos –iban diciendo. Ni bien llegaron al árbol llamado canté, comenzaron a usar sus cerbatanas, pero no tiraban los dardos de barro sino que solo con el soplo de sus bocas derribaban a los pájaros. Los gemelos se admiraban al verlos matar tantas aves; ninguna de ellas caía al suelo, sus alas se quedaban enredadas en las ramas.
Hunbatz y Hunchouén, saboreando de antemano la carne dorada de las aves, subieron al canté, y sucedió lo inesperado: aquel árbol aumentó de tamaño y su tronco se hinchó. Entonces gritaron desde lo alto:
–¿Qué nos ha sucedido, hermanitos? ¡Desgraciados de nosotros! ¡Este árbol nos causa espanto solo de verlo! ¡Ayudadnos!
–Desatad vuestros taparrabos –contestó Hunahpú, casi sin poder ocultar la risa–, atadlos a vuestras cinturas, dejando las puntas largas por detrás, así podréis andar fácilmente.
Los gemelos le hicieron caso y al instante, las puntas de sus ceñidores se convirtieron en colas y ellos, en monos. Columpiándose, se fueron por las ramas, por los montes grandes y pequeños y se internaron en el bosque, haciendo muecas.
Hunahpú e Ixbalanqué volvieron desternillándose de risa a la casa de la Abuela. En cuanto vieron a la anciana, comenzaron a lloriquear, contándole todo lo que les había sucedido a sus "queridos hermanos".
–Si vosotros les habéis hecho daño a los gemelos, me habéis hecho desgraciada, me habéis llenado de tristeza –exclamó la vieja, entornando los ojos.
–No os aflijáis, Abuela. Aquí estamos nosotros, vuestros nietos. Debéis vernos, ¡oh, Abuela!, como el recuerdo de nuestros hermanos mayores, de aquellos que se llamaron Hunbatz y Hunchouén.
(14) Sementera.
(15) Ixtoh, diosa de la lluvia; Ixcanil, diosa de las mieses amarillas y maduras; Ixcacau, diosa del cacao.
(16) Hunahpú e Ixbalanqué, es decir, Maestro Mago y Brujito.
(17) Ambos hermanos podían lanzar rayos por medio de sus cerbatanas.
(18) Árbol de cuyas raíces obtenían los quichés una sustancia de color amarillo.

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Popol Vuh, el libro sagrado de los mayas
AdventureHace más de cinco siglos, un sacerdote maya escribió las páginas del Popol Vuh, donde se narra el origen de los dioses y los héroes mitológicos del sur de Guatemala. He aquí la historia de sus trabajos y aventuras...