Capítulo XI

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Llego al trabajo sin mediar más palabras de las necesarias. Me enfrasco tanto que se apacigua mi enojo.

Consigo ver a Matt atendiendo un paciente y suspiro. Ya estoy calmada, puedo pensar con claridad.

Atiendo una emergencia con heridos de bala, y nuevamente tengo que trabajar con mi colega más querido, el doctor Miller.

En el quirófano lo noto tenso y me preocupa que cometa un error que comprometa la vida del paciente.

Acerco mi mano cubierta por el guante de látex a la de él.

—Tranquilo —susurro.

Nos sostenemos la mirada por un buen rato y tras un momento lo veo relajarse.

La intervención culmina, el paciente pasa a sala de recuperación y Matthew me alcanza en un pasillo.

—Necesito explicarte —Se apresura a decir.

—No tienes porqué, confío en ti y nunca me has dado motivos para desconfíar; si quieres decirme, está bien, pero no es tu obligación hacerlo. —Permanezco serena durante mi diálogo.

Es cierto, confío en él y pensar en calma ayuda mucho.

—Eres demasiado buena, Mia —Me mira directo a los ojos de una forma penetrante—. O sencillamente no te importo lo suficiente.

Elevo una ceja incrédula.

—Me importas, y mucho. Estoy demostrando mi confianza en ti.

—Es que te muestras indiferente, hablas con la mayor calma del mundo cuando si hubiese sido al contrario yo estaría cegado por la cólera.

Niego con una sonrisa triste.

—Piensa lo que quieras, Matt.

Siento mi celular vibrar en el bolsillo de mi bata. Contesto sin mirar y me sobresalto un poco al escuchar la voz de mi madre.

—¿Qué ocurre?

—Le concederán libertad condicional, debes arreglar esto.

Siento un escalofrío recorrer mi cuerpo y mi rostro palidecer.

Trago saliva y exhalo con dificultad.

—Iré para allá.

Corto la llamada.

—¿Qué sucede?

—Debo viajar a mi país. —sentencio.

[...]

—Smith, estoy perfectamente consciente de que eres una de las mejores aquí, pero no te puedo conceder un permiso a solo unos meses de haber ingresado —El doctor Smith se pasa las manos por su rubio cabello.

—Estoy de acuerdo, pero mi viaje no está en discusión. Así que agradezco mucho el haberme permitido trabajar con ustedes, le presentaré mi renuncia por escrito a la brevedad posible.

Se frota el rostro.

—No, no puedo aceptarla. Está bien, tienes el permiso pero, ¿qué es tan importante para que te vayas así?

—Asuntos familiares —Me observa con los ojos entrecerrados esperando una mayor explicación—. Son asuntos legales, alguien atentó contra mi familia hace unos años y será puesto en libertad, no puedo aceptarlo. Así que debo viajar y testificar de nuevo.

—Oh, entiendo.

—¿Qué te dijo? —pregunta Matt al verme salir de la oficina.

Me limito a decir que iré y deja de hacer preguntas.

Mi cabeza está dándole mil vueltas a las posibilidades, debo a hacer algo, no permitiré que vuelvan a dañar a mi familia; no puedo dejar que ese malnacido ande suelto, no puedo, no, no, ¡y no!

[...]

Termino de empacar la maleta mientras mantengo el teléfono a mi oído para conseguir el vuelo más cercano.

Escucho el sonido del timbre y me extraño de no haber escuchado antes el intercomunicador.

Voy a abrir sin cortar aún la llamada.

Me sorprendo al ver a Matthew de pie en el umbral.

Lo saludo con una seña y le indico que pase mientras termino mi llamada, la cual finaliza un par de minutos después.

—Salgo en unas horas —informo sin mirarlo y busco mis maletas.

—Salimos.

—¿Ah? —Lo miro sin entender.

—Iré contigo.

—Voy a solucionar unos problemas, no de vacaciones.

Cierro la maleta y la pongo cerca de la puerta mientras verifíco llevar todos mis documentos.

Me dice que no está pidiendo permiso, solo informando.

Intento poner excusas, de verdad no quiero que vaya; es un tema estrictamente familiar. Objeto que no puede dejar el trabajo así porque sí, a lo que argumenta que pidió adelantar unos días de sus vacaciones.

[...]

—No tengo la menor idea de como me convenciste de esto —murmuro ya en el asiento del avión.

Él tira de mi mentón para darme un dulce beso el cual no correspondo.

—Sigues molesta —afirma.

Niego y él me responde que no lo estaba preguntando.

—Era alguien que no es importante, tan insignificante que olvidé que había quedado en verla —habla y me sujeta de la mano.

Yo permanezco en silencio recostada en el asiento y con los ojos cerrados.

—Mia, no quiero que te enojes de esta forma por una estupidez que no tiene relevancia.

Suspiro.

—Tienes razón, no es importante. Deja el tema, ya yo lo hice.

—Como gustes.

El avión despega y yo caigo en un profundo sueño de inmediato.

Soledad Compartida | Libro IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora