Capítulo 8

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La luz de la mañana iluminaba la estancia, calentando la espalda de la muchacha que se encontraba inmersa en su lienzo, de espaldas a la ventana del salón. El silencio de la casa era sepulcral, podía oír a los pájaros piando en el exterior, y el sonido lejano de los motores de los vehículos que llevaban a la población a trabajar. Glenda se había levantado pronto, justo con los primeros rayos de sol, para ponerse manos a la obra con nuevos cuadros para poner a la venta pues la idea del hijo de los Vázquez había salido a la perfección, y había vendido tres de sus cuadros, más un par de encargos que le habían propuesto. Pero su plan de comenzar con aquellas pinturas se vio dejado en segundo plano cuando decidió empezar un dibujo que rondaba su mente desde hacía días.

Un ruido en el pasillo consiguió que levantará la vista del cuadro, viendo a su hermano aparecer en el umbral de la puerta. Estaba con la ropa del día anterior, los ojos hincados y caminaba como si hubiese vuelto de la guerra. Su hermana se quedó observándole con ternura y preocupación, decidiendo si preguntarle o mejor esperar a que este se abriera y le contara lo que pasaba, pero le pudo el instinto de protección.

- Ago, ¿Qué pasa? –preguntó Glenda, dejando el pincel dentro de un pequeño bote de cristal con agua.

Agoney no le respondió, se acercó lentamente a donde estaba mientras su hermana se apresuraba a cubrir el cuadro con una sábana blanca.

- ¿Qué dibujas? –preguntó el canario, intentando ojear bajo la manta, sin éxito.

- Nada, lo de siempre. –contesto restándole importancia. –No esquives mi pregunta Agoney, ¿qué te pasa? –Este bajó la cabeza, jugando con las mangas de su camiseta dudando en si contarle otra mentira o arriesgarse y decirle la verdad.

- Nada, tuve una pelea en el trabajo no te preocupes. –dijo finalmente, sonriendo de una manera notablemente forzada. Glenda sabía que le ocultaba algo, y no solo ese día, había ciertos detalles de la vida de su hermano que no le cuadraban lo más mínimo, pero prefería no presionarle y dejar que estuviera preparado para hablar con ella.

- ¿Sabes, que? Álvaro Vázquez consiguió vender tres de mis cuadros. –le contó la morena emocionada, aprovechando el cambio de tema.

Agoney abrió los ojos, mostrando el primer rastro de felicidad desde que había llegado. Y es que podía estar destrozado tanto emocional como físicamente, pero no había nada en el mundo que le fuera a impedir alegrarse por su hermana. Se levantó de sillón apretujándola entre sus brazos.

- Te dije que les encantaría, si eres una artista increíble.

- Gracias Ago...por siempre creer en mí. –le dijo mientras separaban sus cuerpos.

- Agradéceselo a tu nuevo mecenas. –bromeó el menor. –Muy amable por su parte, algo así no lo haría cualquiera.

- Si...Álvaro...se ha comportado muy bien conmigo. –contesto Glenda mientras acariciaba la tela de su larga falda.

- Pero bueno...-dijo Agoney, buscando la mirada de su hermana. – ¿Qué es ese brillo que veo en tus ojos? No me digas que ambos nos hemos prendado de un Vázquez deseó decir el canario, algo que no es muy complicado realmente, son los dos surrealistamente atractivos, pero se contuvo, continuó mirando a la mayor en silencio. –No me puedo creer que a mi hermana le guste uno de esos hombres que tanto odia. –Y lo cierto es que la tinerfeña siempre se había quejado de los hombres ricos que parecían vivir sin ninguna preocupación y saltar de mujer en mujer cuando les apetecía.

- Qué dices Agoney, no digas tonterías. Estoy agradecida por lo que hace por mí, pero ya está, no hay más. –contestó Glenda, sin convencer demasiado a su hermano.

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