Iridiscencia.

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Rayos de sol molestaban su rostro, pero se resignó a quedarse sentado en el césped del jardín como su madre le había ordenado —a veces esa mujer podía ser terrorífica—, gruñendo. Había un montón de cajas a su alrededor, llenas de esos relojes anticuados que su progenitor adoraba coleccionar, junto a los libros de botánica que guardaba tan mezquino el mismo. Katsuki solo necesitaba sus preciados juguetes, y se aseguró de guardar muy bien cada uno en una maleta grande.

Su familia es nueva en el vecindario, ya que el anterior comenzaba a resultar un poco inseguro y su padre realmente insistió en que su hijo necesitaba algo mejor. El nuevo sitio era limpio, con cada casa impecable y jardines perfectos. Varias personas se habían acercado educadamente a ofrecerles bocadillos y darles la bienvenida, incluso a invitarlos a sus hogares para cenar. Katsuki solo estaba ansioso por conocer su cuarto nuevo, los parques en donde podría jugar a partir de hoy y los insectos que cazaría. Lo demás, como la cortesía de los vecinos, no le interesaba en lo más mínimo.

Pronto sería mediodía y sus padres no daban señales de estar cerca de terminar de desempacar. Estaba fatigado, ese día había despertado terriblemente temprano y sentía que si las cosas seguían de esta manera, desataría un gran berrinche. Katsuki es un niño caprichoso, mezquino, muy posesivo con sus cosas y, sobretodo, impaciente. Lo único que lo llevaba a ser obediente es la promesa de una mascota que sus padres hicieron antes de mudarse. Estaba ansioso por tener su nuevo perro; sería tan grande que podría cabalgarlo y comería perros más pequeños.

Saliendo de sus pensamientos, observó a su madre salir de la casa con rostro cansino y una fina capa de sudor recorriendo su piel. Ella es alguien de carácter autoritario, el año pasado había retomado sus estudios para convertirse en una abogada, y por otro lado su padre es un escritor de novelas policiales, aunque recientemente se encontraba en unos de esos famosos bloqueos y solo dedicaba su tiempo a la familia. La mujer se acercó a un malhumorado Katsuki.

—Oye, mocoso —llamó ella con la voz algo ronca, el rubio podía adivinar que estuvo gritándole a las personas de la mudanza—. ¿Por qué no haces algunos amigos? Podrías mostrarles tus juguetes.

Katsuki bufó. Como si fuera a prestar sus preciadas pertenencias. Para la mayor, ese era un evidente «jódete, déjame en paz», lo que significaba que debería poner más insistencia.

—Cerca de aquí viven los Midoriya, podría invitarlos a pasar el rato. Sé cuánto adoras a Izuku —tarareó distraídamente, en realidad jamás traería invitados teniendo su actual casa tan desordenada.

—¡De ninguna manera! —exclamó y se puso de pie en tiempo récord.

—Bien, entonces ve a hacer nuevos amigos y no vuelvas hasta la cena.

—¡Pero...!

—Podríamos cenar lasaña, con esa salsa picante que tanto te gusta pero que tu padre no permite que comas, si siguieras portándote bien. Con helado de postre, obviamente.

Había ganado su completa atención.

—Incluso, si traes a un niño bonito y amable te compraré el juguete que quieras.

Inmediatamente pensó en ese dinosaurio a pilas que rugía en el escaparate de la tienda que halló en el camino. Gruñó—. Bien, bien.

Comenzó a caminar lejos del jardín, mientras su madre regresaba satisfactoriamente a casa —no sin antes advertirle no ir muy lejos y regresar temprano, obviamente—. Las casas parecían ser todas iguales con exactitud, una que otra con un color de paredes distinto. Supuso que debería tocar la puerta de alguno y presentarse, luego preguntar si había algún niño viviendo allí y jugar con él. Le parecía un proceso increíblemente fastidioso. Así que prefirió fingir que hizo nuevos amigos al llegar a casa mientras cazaba insectos por ahí.

» Iridiscencia | Bakushima.Where stories live. Discover now