Capítulo 7.

5.7K 1K 391
                                    

Habían tenido que transcurrir al menos cuatro horas para que al fin se diese cuenta de que se comportó como un completo niño mimado e imbécil. Todos los vecinos estaban reunidos en un círculo, repartiéndose instrucciones para buscar al pequeño pelinegro. Sus padres estaban al borde de las lágrimas, conteniéndose solo porque debían ser fuertes, mientras se preparaban para irse por unas horas más con la esperanza de hallar el escondite de Eijirou. Antes de despedirse su madre le dio una mirada, algo dubitativa como si no tuviera el valor de verlo a los ojos. Frío, algo triste, con dejes de decepción. Odiaba, odiaba eso.

Sin embargo, ella pareció arrepentirse y se acercó a revolver su cabello—. Hay comida en la nevera por si te da hambre, mocoso. Volveré pronto, y entonces hablaremos, ¿sí?

Katsuki asintió lentamente y lo vio retirarse junto a su padre. Todo había sido su culpa, ahora lo entendía. Dijo mentiras para herir a Eijirou y a sus progenitores. Tendría que enmendarlo de alguna forma, ¿no es así? Finalmente, ellos no conocían al niño como él lo hacía, quizá podría estar en donde suponía. Valía la pena intentarlo, pensó, y corrió a su habitación saltando escalones de dos en dos. Tenía una mochila con bocadillos dentro —pollo con forma de dinosaurios, los favoritos de Kirishima por si a este le daba hambre—, un abrigo grueso, un paraguas y un par de botas.

Cuando estuvo listo y mentalizado, intentó escabullirse, pero inmediatamente su plan fue frustrado. Apenas se había asomado, pero en ese mismo instante una mujer —vecina, suponía— lo notó y se acercó a meterlo de nuevo dentro de su «calentita y acogedora casa» en donde estaría «seguro y
despreocupado», ya que solo se trataba de un «pequeño y lindo
muchachito». Refunfuñó, debía idear una estrategia distinta.

Decidió esperar el momento ideal —cuando la fémina estuviese repartiendo chismes en otra casa— para ocupar la puerta del perro —que no tenían, pero su padre insistió en que algún día querría un pequeño cachorro, algo que absolutamente no pasaría porque el menor añoraba y tendría su enorme canino—. Se arrastró hasta que su pancita ya no estuvo atorada en el reducido espacio y comenzó a correr hacia la dirección contraria. Sus progenitores estarían incluso más furiosos, pero todo valdría la pena si encontraba a Eijirou.

Esquivó cualquier rama que se encontraba bloqueando su camino, oyendo el choque de sus botas contra el barro húmedo por la reciente llovizna. Se trataba del mismo sendero, pero más oscuro y tal vez eso le intimidaba; por más orgulloso y malhumorado que Katsuki fuese, también tenía miedos, aun si le costaba admitirlo por las características anteriores. Temía perderse, o acobardarse por oír algún ruido extraño, pero luego de varios minutos arrepintiéndose de no haber traído una linterna, llegó al bendito lugar. Una banca vieja, un estrecho arroyo y un pequeño niño de cabellos negros en el césped mojado.

Katsuki respiró muy profundamente, preparándose porque al estar frente a Eijirou tendría que hacer algo que nunca antes había intentado; disculparse. Debía ser algo fácil, pensó, si su padre e Izuku podían hacerlo cada dos segundos.

Era demasiado tarde para echarse para atrás cuando el contrario se percató de su presencia. Apenas podía divisarlo, envuelto en la oscuridad y el suspiro del viento, sin embargo podía distinguir las lágrimas que aún descendían de su rostro y la expresión vacilante que musitaba un posible escape ejecutándose pronto. Así que se acercó, siendo valiente y posicionándose frente al niño. A veces podía resultar tan lento que ni siquiera ahora —con Eijirou
llorando a sus pies por el daño que le causó— podía darse cuenta de que no deseaba herir al pelinegro. Simplemente en algún punto dejó de querer lastimarlo.

—¿Katsuki? —dijo con la voz rota, ronca, como si estuviese forzando un nudo en la garganta para hablar—. ¿Qué haces aquí?

Omitió muchos detalles, solo tomó asiento junto a él sin pedir permiso alguno—. Quería hablar.

» Iridiscencia | Bakushima.Onde histórias criam vida. Descubra agora