Capítulo 22.

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Eijirou suspiró contra sus labios, sintiendo como su novio lo aprisionaba en la puerta de entrada mientras le ponía seguro. La boca exigente del rubio acariciando el interior de la suya con ahínco. Había sido un trayecto casi insoportable después de coquetearse en el restaurante, dejar de lado las conversaciones agobiantes y decidir que solo se disfrutarían entre sí. Tan pronto se encontraron en la oscuridad de la casa vacía de los Bakugou, arremeter contra el otro ya no había sido un impulso que detener. Besarse siempre era dulce, extravagante y nunca aburrido.

—¿Y tus... —Eijirou intentó hablar, falto de aire y desconcentrándose por las mordidas de Katsuki sobre el punto exquisito justo bajo su oreja— y tus padres?

—En alguna cena elegante con otros escritores —explicó brevemente, jadeando sobre la perfecta marca violácea sobre la piel de su novio—, tenemos la casa solo para nosotros.

La simple oración corría como fuego a través de sus venas mientras buscaban la boca del otro una vez más, besándose con fiereza, desorden y pasión desbordante. Sin embargo, Katsuki decidió con sus últimos segundos de coherencia, que lo mejor sería ir a su habitación para no dejar manchas inconvenientes en algún lugar de la sala. Subieron las escaleras con algo de torpeza, sus manos fuertemente entrelazadas mientras sus cuerpos temblaban por la anticipación. Dioses, ellos habían esperado mucho por repetir la experiencia. Y lo mejor probablemente era que no debían conformarse con toques y besos. Katsuki tenía más ideas para esa noche.

Ha estado investigando en secreto sobre un tema en especial. Siempre se preguntó cómo es que dos hombres lo harían, y cuando pensó en conformarse con frotar su polla contra la de Eijirou, descubrió algo que podría ser diez veces mejor. Se preparó lo mejor que pudo para esto, recolectando información hasta finalmente tener a su chico en donde lo quería, retorciéndose sobre sus sábanas y suspirando contra su boca. Y de pronto las telas sobre su piel comenzaron a arder, resultando demasiado excesivas. Poco a poco fueron quitándolas, dejándolas caer en el suelo con descuido.

Verse desnudos no era algo novedoso. Solían bañarse juntos todo el tiempo y cambiarse frente al otro sin ningún pudor —de hecho, lo hicieron hasta los once años—. Sin embargo, mirarse así, expuestos y entregándose de una manera completamente diferente, se sentía especial de formas inexplicables. El cuerpo de Eijirou, que tantas veces ha contemplado, era apenas visible por la oscuridad de la habitación, pero su figura iluminada por la lámpara de escritorio junto a su cama era la mejor obra de arte. Tenía musculatura gracias a su afán por hacer ejercicio todos los días aunque estuviese muerto de cansancio, sus piernas abiertas para él, su pene alzado y goteante, su cabello desparramado sobre la almohada mientras lo observaba expectante.

—¿Katsuki...?

Se acercó a besarlo profundamente, oyendo un suave suspiro y tomando con firmeza las caderas de su pareja. Katsuki no era alguien romántico con facilidad, pero no pudo evitar decir al separarse: —Eres hermoso.

Eijirou se sonrojó, el rosado de sus mejillas esparciéndose en sus orejas y parte de su cuello mientras atraía al contrario a tener más contacto. La piel chocó, ardió, mientras el pelirrojo lo despojaba de la única prenda que no le permitía sentir por completo su polla. Cuando su ropa interior se encontró en algún sitio de la habitación, Eijirou acarició toda la extensión de su pene, sintiéndolo húmedo y palpitando, creciendo en la palma de su mano. La anticipación creciendo en su interior mientras acercaban sus miembros y al primer contacto, soltó un pequeño quejido.

Comenzaron a moverse torpemente, buscando con desespero un ángulo tan bueno como el que habían conseguido la vez anterior. Eijirou jadeó cuando lograron una posición especialmente buena, el conocido placer arremolinánse en su interior y provocando que se retuerza contra las sábanas. Se sorprendió cuando Katsuki levantó repentinamente ambas de sus piernas, presionando sus muslos y amasando su trasero con dedicación. Era una sensación buena, un lugar que usualmente no tocaba y le causaba algunos sonidos indecorosos. Sin embargo, fue incluso más demoledor cuando su novio le acarició suavemente sobre el anillo de su ano.

» Iridiscencia | Bakushima.Where stories live. Discover now