CATORCE [PARTE UNO]

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Habían pasado varios días, y me atrevía a asegurar que incluso algo más que un par de semanas. Durante ese tiempo me trasladaron un par de veces, cuando Stephano consideraba oportuno para evitar problemas exteriores; a pesar de eso, tenía la certeza de que se debía a algo que ni siquiera él podía controlar.

—¡Hora del desayuno, muchacho! —la fingida voz animada de Catalina Mayckey llenó el aire impoluto de la habitación, mientras el andar ligero se dirigía a la camilla en la que yacía postrado. Desamarró las correas y sonrió.

No debía de hacérsele difícil; al fin y al cabo, siempre lo hacía. Cada visita suya me informaba en cierta medida sobre la hora o cuánto había transcurrido; cuando decía el treceavo «Hora del desayuno» debía empezar a prepararme mentalmente para la siguiente visita suya: «Hora de trabajar».

»Espero que estés animado, porque hoy es un día especial —murmuró al terminar de desabrochar la última correa. Mis manos quedaron libres, y aun así supe que de seguro estaba tan sedado, que no sería capaz de moverlas como para escapar del lugar. Además, no valdría la pena. Sería una muerte rápida y estúpida, y un castigo para aquellos que salvé al ofrecerme—. Stephano en persona vendrá a verte, Jöel. Quiere ver los avances de nue... su investigación, y no nos haría nada mal algo de cooperación por tu parte.

»Y aunque aún no tenemos el prototipo terminado y listo para ponerlo en funcionamiento —miró sus uñas, orgullosa—, tal vez para la próxima sesión el modelo podrá ser añadido a la sociedad; ¿no es excelente?

Luego caminó hasta la puerta, para aparecer a los pocos segundos con una mesa rodante en la que se vislumbraba un plato de plástico con una arepa amarillenta y algo de queso. Cogió la comida con la mano tras colocarse un guante y lo acercó a mi boca; sabía qué hacer. Le di un bocado, y me limité a saborearlo con falsedad, pues en verdad el sabor era terrible y prefería no comer a tener que pasar aquello que ni siquiera sabía de dónde provenía. ¿Y si todo era hecho con los cuerpos de...?

—¿No es peligroso?

—Para nada, Jöel Dakken —reprochó apenas callé. Se veía algo ofendida y en sus ojos, el orgullo atacado estaba a punto de saltar sobre mí como una bestia—. Para eso estamos haciendo los experimentos.

—¿Por qué no sé de ellos entonces? Solo sé cuándo es la siguiente sesión... y solo si decides contármelo.

—No entiendo a qué te refieres. No tenemos nada escondido, si es a lo que te refieres —espetó.

Fruncí el ceño. Detestaba que las pocas veces que hablábamos después de la primera vez que la vi, se dedicara con tanta fuerza a evadir las preguntas que le hacía.

—Me están usando —afirmé mientras mordisqueaba la masa esponjada y probaba del insípido queso; me largó un vaso con agua tratada del cual tomé desesperado y suspiré—. No sé por qué lo ocultan.

Su mano se posó en la mía, pero apenas la sentí. En cambio, comenzaba a notar los brazos como si estuvieran rellenos de plomo, y las piernas como si se desvanecieran de repente bajo la sábana blanca. Como era costumbre, el alimento rebosaba en medicamentos que me mantenían tranquilo a pesar de la angustiosa batalla que se libraba en mi interior. Una que poco a poco arrebataba hasta la última gota de lo que era, para dejarme tan frío... Tan vacío como esas máquinas que construían; solo útiles si se llenaban con el propósito que ellos eligieran.

Me estaba volviendo su arma: Una contra los rebeldes.

Y yo no podía hacer nada.

De mi ensoñación, una mano delgada y enguantada me sacó; era la de Catalina Mayckey. Me sujetaba casi sin tocarme de la muñeca, y cuando temí que se acercara por algo más, carraspeé confundido. La verdad era que estaba ahogado en espanto, por más calma que mi rostro pudiera reflejar.

La cárcel de los rebeldes #PGP2023Место, где живут истории. Откройте их для себя