3.5 El demonio

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A la medianoche salieron del Healy y marcharon en taxi hacia el Bistolary. Iban Fred Sloane y Amory acompañados de Axia Marlowe y Phoebe Column, dos chicas del espectáculo del Summer Garden. La noche era tan joven que se sentían ridículos de tanto exceso de energía, y entraron en el café como danzantes dionisíacos.

—¡Una mesa para cuatro en el centro de la pista! —gritó Phoebe—. ¡De prisa, querido, dígales que ya estamos aquí!

—Dígales que toquen Admiration — pidió Sloane—. Ir pidiendo mientras Phoebe y yo echamos un baile —y se metieron entre la muchedumbre. Axia y Amory, conocidos sólo de una hora, siguieron a un camarero hacia una mesa que les convenía; se sentaron a mirar la gente.

—¡Allí está Findle Marbotson, el de New Haven! —gritó ella por encima del bullicio—: ¡Eh, Findle, hu, hu!

—¡Hola, Axia! —gritó él saludando

—. Ven a nuestra mesa. —¡No! —susurró Amory.

—Nopuedo,Findle;estoy acompañada. ¡Llámame mañana a eso de la una!

Findle, un hombre vulgar y corriente, respondió incoherentemente y se volvió hacia su brillante rubia, a la qué trataba de arrastrar a bailar.

—Vaya un loco —comentó Amory. —Ah, es muy simpático. Aquí está nuestro viejo camarero. Pídeme un daiquiri doble.

—Que sean cuatro.

La muchedumbre giraba, cambiaba y vacilaba. Casi todos los hombres procedían de los colegios, con unas pocas muestras de la resaca de Broadway, mientras que había dos clases de mujeres. La más alta, la corista. En conjunto era una aglomeración muy típica, y la fiesta tan típica como cualquier otra. Tres cuartas partes de la gente era inofensiva, estaban allí sólo por ostentación, terminaban la noche en la puerta del café a tiempo de coger el tren de las cinco de la mañana para Yale o Princeton; la otra cuarta parte continuaba hasta las horas inciertas, para llenarse de polvo extraño en extraños lugares. Estaba previsto que la fiesta de ellos fuera de la clase inofensiva. Fred Sloane y Phoebe Column eran viejos amigos. Axia y Amory lo eran muy recientes. Pero las cosas más extrañas se cuecen en medio de la noche, y lo inesperado, que acecha en los cafés —el hogar de todo lo prosaico e inevitable—, se preparaba para echarle a perder su pálido romance de Broadway. La forma en que ocurrió fue tan inexplicablemente terrible, tan increíble que nunca llegó a pensar en ella como una experiencia sino como la escena de una sombría tragedia, representada tras un velo, que significaba algo definido que él ya sabía.

Hacia la una se fueron al Maxim y a las dos estaban en Deviniere. Sloane había estado bebiendo sin parar y se encontraba en un estado de inestable entusiasmo, pero Amory había permanecido aburridamente sobrio; todavía no habían tenido que recurrir a uno de esos antiguos y corrompidos suministradores de champán que normalmente asisten a los trasnochadores de Nueva York.

A este lado del paraíso.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora