Enero

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2:35 A.M.

Seguía en su cama. Seguía despierto. Llevaba un rato sin girar, sin moverse, sin apenas pestañear, mirando fijamente aquella grieta del techo que crecía cada vez más y que algún día tendría que arreglar. Un grifo goteaba en algún punto de la casa. La luz de la luna, especialmente fría esa noche, entraba débilmente por la ventana.

No sabía cómo iba a acostumbrarse a dormir sin Aitana.

No sabía cómo iba a acostumbrarse a vivir sin Aitana.

Había comenzado como un juego; ella iba a su cama todas las noches, charlaban de tonterías hasta tarde y luego volvía sigilosamente a la suya. Se quedó dormida por accidente un par de veces, quizás tres. Luego hubo noche de tormenta, y su cara de niña apareció en medio de la oscuridad, mordiéndose el labio, muerta de miedo; Luis le sonrió intentando ocultar el pellizco en el estómago y la abrazó hasta que se quedó dormida y notó su peso muerto sobre el pecho. Cuando se habían dado cuenta, llevaban un mes durmiendo juntos y fingiendo que era lo habitual entre amigos.

Ahora era él el que estaba asustado, era él el que no podía dormir, y era él el que tenía que adaptarse a su estupenda nueva vida fuera de la academia con su estupenda novia.

Dios, estaba tan jodido.

Creía que todo lo que sentía por Aitana era pura atracción física. Había intentado convencerse durante semanas de que era su hermana pequeña, su mejor amiga, su colega si hacía falta; cualquier cosa que aplacara un poco esas ganas irresistibles de besarla cada vez que se cruzaban en el pasillo. Se había repetido mil veces que tenía 18 años, que le llevaba 10, que tenía novio y hablaba todo el día de él, que él tenía novia y la quería mucho, que vivían lejísimos. Se lo había repetido con más intensidad cuando comprobó lo mucho que le importaba y lo necesaria que era en su vida. No quería joder una relación tan especial por sus ganas absurdas de enredarse con una chiquilla.

Evidentemente, no había funcionado. Aitana y él eran como dos imanes, siempre encontraban la forma de atraerse. Se pasaban el día tocándose, las manos de ella en su cuello o en su espalda, las de él en su cintura, sus piernas cruzadas sobre el sofá. No podía verla en pijama cada día y fingir que no quería abalanzarse sobre ella con tanta fuerza que casi le dolía. Sobre todo después de esa noche...

Cuando ya no puedo negar la atracción, intentó negar el amor.

Luis Cepeda era un romántico incurable. Adoraba los grandes gestos de amor, los flechazos, las canciones, la poesía, vender tu alma al diablo por una persona. Pero el romance no siempre funcionaba; no pagaba las facturas, desde luego, y la mayoría de veces resultaba un completo desastre. Y en medio del desastre, había aparecido Graciela y lo había ayudado a crecer. No iba a fingir que él estaba a su nivel. Era guapísima, inteligente, tenía éxito y aun así, sorprendentemente, lo quería. Por primera vez en su vida, estaba probando a tener una relación estable, sin grandes pasiones pero sin sustos, cómoda, con un trabajo aburrido y una vida sin altibajos. Se sentía seguro en su nido. Se sentía bien haciendo lo que alguien de 28 años debería estar haciendo, por primera vez.

Y entonces llegó OT, y apareció ella con su cara limpia de maquillaje y su flequillo despeinado, y su risa contagiosa de niña, y algo dentro de su corazón supo que ya nada nunca iba a ser igual.

Cuando salió de la academia compuso como un maldito loco, sin parar, hasta que los dedos le dolieron de rasgar las cuerdas y se le acabó la voz, sin entender aún qué estaba haciendo. Todavía podía notarla aferrándose a su chaqueta y  diciendo entre sollozos "No te vayas, por favor Luis", y la imagen le hacía perder la poca cordura que conservaba. Porque dolía. Ardía. Tenerla tan lejos no se le hacía duro, se le hacía insoportable. Verla llorando por él, con su pequeño cuerpo encogido por el dolor, enredada en su jersey, y no poder tocarla hacía que las manos se le cerraran en puños. Sólo podía sacar la tensión en forma de canciones que explicaran todo lo que él aún no podía explicarse ni a sí mismo.

A veces, bailamos. || AitedaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora