Finales y principios

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Cuando se van los huéspedes, la casa que habitaban se queda fría. Ya no hay más gritos, risas ni ruidos molestos; ya no se ilumina de la misma forma, no tiene la misma calidez, y los recuerdos que guarda empiezan a hacer daño.

Ese día, la academia estaba fría y Aitana también sentía frío por dentro.

Las cámaras parpadeaban sobre su cabeza, recordándole que quizás todos estaban mirándola y que tenía que controlarse. No paraba de dar vueltas sin rumbo fijo, apretando sus manos juntas y cambiándose la raya del pelo de un lado a otro nerviosamente. Recorría con pasos lentos todas aquellas estancias que la habían visto crecer y pasar de niña a mujer, todos aquellos pasillos en los que había sido tan feliz.

Había vivido toda una vida aquí dentro.

Si ya era difícil aguantar las lágrimas de manera habitual, estaba siendo extra difícil ese último mes. Llevaba toda la semana muy sensible, con tantos sentimientos en su interior que sólo pensar en ordenarlos resultaba imposible. Cuando la pillaban llorando o cabizbaja siempre musitaba "es que voy a echar de menos todo esto", y sus compañeros, que eran un amor, la consolaban... Pero sabía por sus caras que no creían ni por un segundo que ese fuera todo el problema. Y eso la aterraba. ¿Lo sabrían los profesores? ¿El público? ¿Su familia, sus amigos, su novio? ¿Lo sabría Luis?

Echaba mucho de menos a toda la gente que estaba fuera y quería desesperadamente verlos, pero necesitaba tiempo. Su cerebro llevaba siglos funcionando a pleno rendimiento, y parecía a punto de colapsar, y necesitaba que parase.

Todo en aquel sitio le recordaba a él. Durante mucho tiempo ese edificio, su casa, había sido el único testimonio que tenía de que todo lo que habían vivido era real y no un producto de su imaginación. Veía su fantasma en todos lados; tocando la guitarra, canturreando en la cocina, mirándola a través del espejo cuando se maquillaba por las mañanas, oliendo su pelo tras la ducha. Aunque dolía como el infierno, esa imagen la consolaba profundamente, porque le permitía verlo como algo del pasado.

Luis había sido una estrella fugaz en una noche de verano, hermosa y estremecedora, y durante un segundo lo había iluminado todo; pero ya no volvería a pasar más. Podía sentir melancolía, llorar la pérdida y continuar con su vida.

Y entonces, horas antes, lo había vuelto a ver.

Esta vez de verdad.

Era tangible. Su cuerpo encajaba dentro de sus manos, podía notar los músculos de su espalda, su respiración en la sien, la voz ronca y contenida por la emoción. Parecía un milagro.

Había intentado ocultar su aturdimiento, ser comedida y abrazar a todo el mundo, cuando en realidad lo único que quería era pasar esa media hora tan pegados que no quedara ni un milímetro entre sus cuerpos. Había intentado poner todo en orden. Tranquila, Aitana. Respira normal. Pero la electricidad subía cada vez que él la tocaba, y quería llorar y reír a la vez, y nadie nunca la había hecho sentir así.

De repente, ya no era capaz de convencerse de que todos los meses anteriores no habían sido para tanto. Él había pasado como un huracán y no, ya no podía continuar con su vida.

Y eso iniciaba un sinfín de preguntas sin respuesta que la volvían loca.

- No me quiero ir. Yo quiero no tener problemas, ni pensar en cosas...

Paró en seco cuando se dio cuenta de que lo había dicho en voz alta.

Dios mío.

Esperaba que nadie hubiera escuchado eso.

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El autobús, aunque bullicioso, estaba un poco menos lleno de euforia de lo que habría cabido esperar. Todos hablaban con todos, se tiraban cosas, reían y se abrazaban entre sí, pero nadie estaba lanzando a Amaia por los aires, ni gritando, ni cantando nada en una vorágine de felicidad.

A veces, bailamos. || AitedaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora