1898 - Capítulo 2

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Gonzalo y Lo Pang, sentados en el suelo, permanecieron en silencio, ensimismados y aburridos, mientras el tiempo pasaba lentamente. En el calabozo, sin escotillas que dieran al exterior, era difícil saber qué tiempo hacia afuera o si era de día o de noche. Sin embargo, Gonzalo pudo hacerse una idea del número de días que habían pasado desde su último interrogatorio, al llevar la cuenta de las veces que les servían las sobras que la tripulación del Infanta María Teresa dejaban tras cada rancho. <<Teniendo en cuenta que nos dan de papeo dos veces al día, y que ya nos han visitado cerca de sesenta y cuatro veces.... habrá pasado... treinta y dos días desde el ultimo interrogatorio.... ¡Puff! Esto se me está haciendo eterno>> pensó para sí. Pero el silencio se rompió de golpe, cuando oyó a alguien, al otro lado de la puerta, metiendo las llaves en la cerradura. <<Corrijo, treinta y tres días>> pensó Gonzalo de nuevo, a la espera de que uno de los mozos de la cocina entrase para servirles las sobras. Pero se equivocó. Un hombre alto, bien vestido, canoso, con barba y con pelo largo recogido en una larga cola de caballo, fue quién cruzó la puerta del calabozo. Se inclinó ligeramente hacia la izquierda, antes de entrar al calabozo, y dijo:

—Esperen aquí fuera, ya me hago cargo —dijo el recién llegado. Tras entrar al calabozo, cerró la puerta, sacó un pequeño aparato mecánico de uno de los bolsillos de su chaqueta, se acercó a un extremo de la celda y lo acercó a la pared. Lo movió de arriba a abajo y de izquierda a derecha, y una vez hecho esto, echó un vistazo al aparato. A continuación cambió de pared y repitió la operación. Tras hacerlo con todas las paredes de la celda, se guardó el aparato mecánico, caminó hacia el centro del calabozo y preguntó—. ¿Qué tal les va muchachos? ¿Bien? Escuchen atentamente. Ahora que ya he comprobado que nadie nos está espiando, tengo que asegurarme de que ustedes son las personas a las que he venido a buscar. ¿De acuerdo?

—De acuerdo —dijo Gonzalo.

—Entendido —asintió Lo Pang.

—Bien. Veamos... eh... <<La pirámide tiene trece escalones,...>>

<<... el escudo del pecho del águila está formado por trece barras,...>> —siguió Gonzalo.

<<... y a su vez sostiene en cada una de sus patas trece flechas...>> —añadió Lo Pang.

<<... y una rama de laurel con trece hojas>> —terminó el hombre de la coleta—. ¡Bien, bien! ¡Vamos bien! Veamos... ahora, si es tan amable... —hizo un gesto a Gonzalo para que se incorporase—. ¡El saludo secreto!

—Eh.... ¿De verdad es necesario? —preguntó incómodo Gonzalo—. Estoy un poco oxidado para llevarlo a cabo, la verdad.

—Completamente necesario. Me tengo que asegurar que ustedes son las personas a las que tengo que traer de vuelta.

—¿Le importa que lo haga mi compañero? Él es más mañoso para ese tipo de cosas.

—Mmm... supongo que... no habría ningún problema.

El asiático se levantó y, tras ajustarse adecuadamente los pantalones, miró a Gonzalo y le espetó.

—Siempre salvándote el culo, ¿eh?

Nada más terminar la frase, alzó los dos brazos, juntó los dedos índice y meñique de ambas manos, se puso de puntillas y comenzó a girar sobre sí mismo como una peonza. Tras dar seis vueltas con elegancia y sin apenas detenerse, cambió de movimiento y dio dos brincos como si fuera una rana, primero hacia la derecha, y después hacia la izquierda. Por último, volvió al centro con otro brinco, movió los brazos hacia ambos lados, mientras chasqueaba los dedos, y finalmente dio un salto sobre su posición mientras se abría de piernas y susurraba <<trece>>. El hombre de la coleta, aunque impresionado, parecía no estar conforme.

1898Where stories live. Discover now