Epílogo

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La peluca del juez le hacía rascarse la cabeza de vez en cuando, fueron muchas las horas escuchando aquella historia, ahora tenía que decidir. Por un lado, aquella pobre muchacha lo paso muy mal en su juventud y aquello pudo haberla conducido a hacer lo que hizo, por otro lado, cuando por fin encontró una vida cómoda y tranquila decidió huir para convertirse en pirata por su propia cuenta.

En sus manos tenía la vida de Dayana, era el juicio más complicado que había tenido hasta la fecha. Desde pequeño confió en la justicia y por eso se hizo juez. Se ponía a prueba su criterio.

— ¿Esa es toda la historia? —preguntó.

—Sí, Señor Juez.

Pasaron unos cinco años desde que Dayana se hizo a la mar consiguiendo un buque y una tripulación haciéndose pirata. El día siguiente será el día de su veredicto. Por ello en las muñecas tenía unos grilletes y unos guardias la vigilaban desde su espalda impidiendo que pudiera escapar.

—Se levanta la sesión, mañana decidiremos su sentencia.

Dayana fue llevada de vuelta a su celda, mientras que el Juez se marchó a su despacho a trabajar. En él encontró al señor Thomas Handasyde, gobernador de Jamaica, estaba sentado en su despacho fumándose una pipa, lo miraba con aires de superioridad mientras daba una calada.

—Señor gobernador, ¿Que le trae por aquí?

—Quiero hablar contigo sobre el juicio de mañana.

El juez se sentó en la silla de enfrente.

—Claro señor.

—Quiero que la declares culpable.

El juez se quedó paralizado, el gobernador había venido en persona para obligarle a condenar a una acusada de piratería todo le parecía muy raro.

—Pero señor no puedo hacer eso.

— ¿Estas desobedeciendo mis órdenes?

—No, señor, pero me parece extraño.

— ¿Extraño? aquella pirata ha estado molestando al gobierno desde hace mucho tiempo, ya es hora de que desaparezca. Entendido.

—Está bien.

El juez no durmió en toda la noche, al día siguiente tenía que dar la sentencia. Después de mucho reflexionar decidió declararla inocente, todavía creía en la justicia.

—La acusada se declara...—Pero Dayana le paró los pies.

—Cuando hay que acusar a alguien los piratas lo exponemos a voto popular —dijo creyendo que iba a ser declarada culpable.

—Ya, pero esto no funciona así.

Dayana intentó salirse con la suya.

— ¿Me estás diciendo que unos sucios, rastreros y rufianes piratas ejercen mejor justicia que el gobierno británico?

Los presentes empezaron a murmurar y preguntarse si eso sería verdad.

El juez no sabía lo que hacer, para sí mismo se decía que estaba haciendo lo correcto, pero él sabía que no era así. Por eso decidió seguirle el juego.

—Está bien, lo debatiremos a voto general.

Pidió a los presentes en la sala que pusieran en un papel si pensaban que era inocente o culpable. Después recogió los papeles y los fue contando. Cinco personas habían dicho culpable y seis inocentes, pero faltaba un papel el ultimo papel que decidiría el destino de Dayana. El juez lo leyó dejándolo desconcertado.

En él, amenazaba con matar a su familia si no la condenaba.

No sabía quién lo escribió, buscó con la mirada al responsable y por fin lo encontró. Al final de la fila el gobernador lo miraba con impaciencia mientras fumaba de su pipa.

El juez no dudó.

—La acusada se declara culpable.

Los guardias se la llevaron de vuelta a su celda, ya no se podía hacer nada por ella. Al día siguiente la habían subido a la horca, en el mismo lugar donde Jack había muerto, y donde otros piratas también cayeron.

— ¿Cuáles serán tus últimas palabras? —dijo el juez.

Dayana elevó la cabeza orgullosa y dijo exactamente las mismas palabras que Jack había dicho en su día. Y de nuevo ese último aliento, ese último discurso. Heló la sangre de los presentes e hizo reflexionar a la multitud.

El verdugo tiró de la palanca haciendo caer el cuerpo de Dayana, nadie la echaría en falta solo sería otro más que añadir a la lista de caídos.

Entre PiratasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora