Los beneficios de escuchar detrás de las puertas (I)

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Un año después...

No es que Mio tuviera ningún trastorno obsesivo compulsivo, pero si no encontraba los calcetines del lunes y tenía que ponerse los del martes, entraba en pánico. Su forma de lidiar con ello era o no saliendo de casa, o haciéndolo con los zapatos a pelo. Por eso había sufrido una crisis épica en los últimos cuarenta y cinco minutos, llegando a levantar los adoquines del patio de casa de su hermana para encontrar las medias del día presente: el puñetero, soleado y escurridizo sábado. Eran las blancas que combinaban con su vestido preferido, uno lila muy similar al que Aiko llevó en su graduación.

Graduación. Eso era lo único que la salvaba del ataque de ansiedad por su enfermiza manía de conjuntar. Lo había conseguido. Un año después de su fracaso y su apoteósica borrachera, se había graduado en Leyes por la Universidad de San Diego, y aprobado con una nota bastante decente el examen que le permitiría ejercer el Derecho. Fue tercera en la lista de notables gracias a los calcetines de su correspondiente día. Así que, si pretendía tener el mismo éxito celebrándolo por todo lo alto en casa de su hermana, más le valía encontrar aquellos grabados con la ese de «sábado», «Superwoman» o «santo Dios, qué nerviosa estoy».

Sobre todo eso último.

No recordaba la última vez que sus padres habían organizado una fiesta para celebrar sus éxitos. Quizá porque jamás lo hicieron. Solo se esforzaron con los globos de colores y la tarta de arándanos cuando Aiko se estrenó como socia mayoritaria en su bufete de abogados, Aiko consiguió graduarse cum laude en la facultad, Aiko anunció que estaba saliendo —y en serio— con su actual pareja y, en general, Aiko había hecho algo, como, por ejemplo, limpiarse el culo con la mano izquierda. Estaba innovando; era toda una pionera en el arte de los zurdos. Los Sandoval debían estar ahí para prorrumpir en aplausos.

Era importante no tomarse muy en serio a Mio —ni a sus pensamientos— cuando tocaba reunión familiar, porque Miss Subconcious, esa choni rencorosa que toda mujer tenía en su interior, salía a relucir. Desde que Mio se marchó a San Diego para probar suerte en otra facultad y volvió para acomodarse en el apartamento de su hermana y su novio, las visitas de mami eran pruebas de fuego que descontrolaban su vena impaciente. «Estás más delgada» —¿Perdona? ¿Es que antes estaba gorda?—, «estás más gorda» —oh, bueno, gracias, pensaba que solo estaba llena de encantos—, «a ver si te arreglas un poco el pelo» —¿Olvidaste que tengo un agaporni? Esto solo es un nido para intimar con él—, y un sinfín de comentarios sin maldad que solamente Otto, su prima menor, sabía responder con la mordacidad que merecía. Pero Otto no podía ayudarla a sobrevivir. Aparte de que vivía en Barcelona, estaba en periodo de exámenes finales, dándose golpes en la cabeza con su manual de Derecho Romano y llorando por las esquinas. No tenía tiempo de hacer un viaje de cambio de escala para darle una palmadita en la espalda.

Sin embargo, Mio estaba contenta. Por fin lo había logrado. Tampoco es que la satisfacción la inundase, porque podría haber salido mejor. Podría haberle salido como Aiko, y así, el ático a orillas de Sunny Isles Beach, la matrícula de honor a su nombre que había en el despacho en Leighton Abogados, y el rubiazo espectacular que se paseaba por la casa como si fuera dueño del universo, serían suyos... pero bueno, por lo menos tenía una carrera universitaria.

Siendo la verdad dicha, a Mio le daban vértigo las alturas, odiaba la playa por haber proliferado las pecas en sus mejillas, y Marc Miranda, novio oficial de Aiko desde hacía año y medio, le imponía demasiado para atreverse a respirar cerca de él. Pero, aun así, le habría gustado tener las tres cosas. Debía ser muy satisfactorio poder decir que Marc la miraba como si fuera una mujer, no un tarro de pepinillos envasado al vacío.

Que nadie se confunda aquí. Marc le interesaba lo mismo que la Fórmula 1nanai de la China—: la delirante obsesión de Mio por conquistar a los hombres que rondaban a Aiko empezó y seguía continuando con Caleb Leighton. Pero nunca estaba de más suplicar que un buenorro te concibiera como algo mejor que latas en conserva. No podía evitar victimizarse observando cómo Marc ponía la mesa, haciendo de yerno perfecto. Era el perfecto chico de calendario incluso con unos vaqueros y una camiseta desgastada.

Desvestir al ángelWhere stories live. Discover now