Los beneficios de escuchar detrás de las puertas (II)

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Mio se separó de él como si acabaran de cazarlos en medio de un juego sexual. Era tan ridículo que hasta le hacía gracia. Eella hiperventilando por un beso en la mejilla, y Caleb saludando a su madre con esa contenida expresividad que tan hablaba de sí mismo. Ese era él, el hombre que te abrazaba evitando que sintieras sus dedos, practicaba caridad a partir de dos besos educados y sonreía con la misma calidez casi a todo el mundo: ninguna. No era frío, sino comedido, educado, y con un sentido de la justicia apabullante. Pero a Mio no la engañaba. Sabía de sus preferencias porque, aparte de notarse lo bastante para sufrirlas, las había vivido en directo y diferido durante muchos años. Sabía que la única persona que quería más que a su madre, la matriarca Sandoval, era Aiko.

Mio estaba con él en eso. Aunque su madre era asidua a las críticas y la ignoraba olímpicamente, no podía evitar adorarla. ¿Cómo no hacerlo? Empezando por su desenvuelta manera de ser, pasando por la historia de su vida y terminando en que solo por ser su madre debía quererla, Aiko I era la niña de sus ojos. Para las hermanas Sandoval, el gran defecto era el padre, con el que mantenía una tempestuosa relación. Se habían separado para volver cientos de veces. Gracias a Dios, en los últimos tiempos —y después de una seria discusión entre los dos y la hija mayor—, lograron asentarse y vivían, más o menos, como una pareja corriente. O eso es lo que ellos contaban. A saber si era cierto... Costaba saberlo cuando decidieron trasladarse a la ciudad natal de su padre, Barcelona.

—Pero mira qué guapo estás —decía la Aiko primera de su nombre, revolviéndole el pelo a Caleb—. ¿Te lo has dejado crecer? Fíjate, seguro que has estado haciendo ejercicio... Oye, este color te sienta genial.

Eso de las críticas no aplicaba a Caleb. No aplicó nunca, en realidad. Ni siquiera cuando eran niños y derramaba la leche, o agarraba una pataleta. A ojos de su madre, Caleb siempre fue un niño que necesitaba exclusivamente amor y comprensión. Y era verdad. Ya era «el amigo de la escuela de Aiko» cuando perdió a sus padres en un accidente cuando se conocieron. A raíz de la tragedia y que no pudieron contactar con ningún familiar cercano, tuvo que vivir con diversos padres adoptivos. La mayoría no le cuidaron bien. No lo quisieron. Mio no lo sabía porque él lo dijera, porque ese tema era terreno pedregoso y lo esquivaba como un profesional... Sino porque Aiko I se lo contaba. Como recibía suficientes desprecios por parte de sus tutores, mamá se controlaba y lo educaba a su manera durante los veranos, sin varas ni castigos.

—Lo del pelo... —Se pasó una mano por la cabeza. Mio reconoció la ligerísima tendencia a la timidez que afloraba en él cuando su madre estaba allí, y tuvo que contener una sonrisa—. He pedido cita mil veces con el peluquero, pero se me olvida ir.

—Si es que te pasas todo el día trabajando, y eso no puede ser. La vida es muy larga, hay tiempo para hacerlo todo, cariño. No pierdas tus horas libres en el despacho. ¡Estás en la flor de la vida! —Se giró, al fin, hacia Mio. Sus labios dibujaron una sonrisa gigantesca—. Cielo, me alegro muchísimo de verte... ¿Eso que llevas es un vestido de tu hermana?

—Pero bueno, ¿qué es toda esta multitud? —interrumpió Marc. Se echó el paño con el que se secaba las manos sobre el hombro y miró a Caleb—. Ha debido costarte un gran esfuerzo venir.

Mio reconoció a través del autocontrol de Caleb que no se tensaba de milagro.

—¿Y eso por qué? —siseó el moreno.

—Oh, por nada. Sé que eres un hombre ocupado —concretó Marc.

No le sacaba los ojos de encima a su rival.

Mio sabía muy bien de dónde salían esas miradas despectivas el uno al otro. Caleb, celos. Marc, recochineo por haberse quedado a la chica. Sabía poco al respecto, puesto que durante la época en que Aiko y Marc empezaron se preocupó más por la salud de su hermana que de cómo se sintiera Cal respecto a la relación, pero era evidente que este no podía soportar al hombre que le había levantado al amor de su vida. Mio entendía sus sentimientos, aunque tampoco estaba de su parte. Era la vida de su hermana, podía hacer lo que quisiera. Caleb debía rehacer la suya. A poder ser, con ella.

Desvestir al ángelWhere stories live. Discover now