Los beneficios de escuchar detrás de las puertas (III)

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—¿Es una broma? —carraspeó Caleb.

—Sé que los hombres como tú celebráis la fiesta de los inocentes todos los días, pero aún no estamos a uno de abril —respondió Marc.

—¿No es un poco pronto? —opinó Raúl—. No hacen ni dos años.

—¡Y son muchos los preparativos que hay que llevar a cabo! —continuó Aiko I—. Con tu salud, es peligroso que te pongas a organizar un evento semejante... Pero, ¡oh, Dios mío! ¿Cómo te lo pidió? ¿Aiko?

Aiko no dejaba de mirar a Mio con ganas de echarse a llorar, y Mio, que estaba lo suficientemente apegada a su hermana para haberse tragado tres conciertos de Pablo Alborán sin gustarle un pelo, sintió en sus carnes la frustración que expresó.

—No os he invitado para hablar de mi boda. Por algo no me he puesto el anillo y lo llevaba escondido entre las tetas. ¡Ni siquiera para hablar de mí! Me parece increíble que no le podáis dedicar un solo día a ella... ¡Un puto día! —gritó, señalándola—. Se acaba de graduar y...

—Por supuesto. Y estamos muy orgullosos. Nos alegramos mucho por ti, corazón. —Aiko I miró a su hija menor con ojos tiernos—. Pero era algo que sabíamos que iba a ocurrir. Algún día tenías que aprobar.

Aiko se levantó de golpe. Su tenedor cayó al suelo; Marc se agachó y lo recogió con amabilidad. Mio asistía al espectáculo horrorizada, con un nudo en la garganta. Su hermana no se enfadaba nunca, pero cuando lo hacía... El riesgo de derrumbamiento era tal que había que bajar al búnker.

—¿Es en serio?

—Kiko, cariño. No te pongas así... Con lo delicada que eres no te vienen bien estos disgustos, y...

—A la mierda —murmuró por lo bajo—. Tienes razón, no me vienen bien estos disgustos. Pero no soy yo la persona de la que te debes preocupar, porque la que peor lo pasa aquí siempre es tu hija menor. Se acabó... Bueno, antes voy a decir para lo que os he reunido: he decidido que Mio va a ocupar mi sitio en Leighton Abogados. Mi despacho y todas mis competencias. Y si cuando vuelva lo ha hecho bien, cosa que no dudo, le daré uno a ella. Una placa con su nombre en la puerta... Si tú lo quieres, claro —añadió, girándose hacia Mio.

No le dio tiempo a mirarla con cara de «¿cómo dices que dijiste?». Aiko fue más rápida que nadie disculpándose y abandonando la mesa, y dígase de paso... Dejándola con dolor de cabeza y los nervios a flor de piel. ¿Qué había sido eso? Aiko nunca antes enfrentó a su familia, básicamente porque no solía darse cuenta de lo que sucedía. Mio tuvo que espetárselo una vez, no hacía mucho tiempo, para que abriera los ojos. No imaginaba que ocurriría algo así, y por eso no sabía si sentirse halagada, o entristecerse, o mosquearse... A fin de cuentas, si lo que esperaba era que le prestasen más atención, no lo había conseguido. Todo lo contrario. Marc y Caleb casi se empujaron para ir tras ella, igual que su padre y su madre, dejándola sola en la mesa.

Mio se quedó allí en medio con cara de haberse tragado un ajo, dividida entre el «gracias por intentar que alguien me quiera un poco» y el «te mataré por hacer que me odien más». Nadie quería mosquear a Aiko, y si ella era la culpable de su enfado, quedaría totalmente justificado que su madre la mirase por encima del hombro y le soltara un: «estarás contenta». Que no lo hizo, pero casi.

Entre tanto malestar, dilema y desesperación, Mio no dejaba de repetir para sus adentros lo que Aiko había prometido. Tres meses trabajando con Caleb en el desapacho de al lado, demostrando su valía como abogada... El vello se le ponía de punta solo de pensarlo, pero no era emoción. Es decir, claro que le ilusionaba. Sin embargo, le daba miedo. Le aterrorizaba. ¿Y si la liaba? Dios, ella tenía a cagarla sistemáticamente, sobre todo cuando Caleb andaba cerca. Aunque no corrían ningún riesgo físico, ¿no? En un bufete de abogados, la posibilidad de acabar prendida en llamas era muy limitada. Seguro que tenían alarma de incendios y auxiliares de sobra para culparlos en caso de ocurrir un accidente.

Desvestir al ángelWhere stories live. Discover now