Oasis

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A Agoney le dolía la muñeca derecha de tanto machacar hierbabuena. Paró un momento su acción para hacer movimientos circulares en un intento fallido por intentar aliviar su molestia.

Sentía un pitido interno que no cesaba, estaba seguro de que estaba causado por las martilleantes bases de las canciones de reggaeton que el DJ hacía sonar una detrás de la otra, sin pausa.

Y no, no era que él fuera de esos puristas que odiaban ese tipo de música, realmente muchas le gustaban pero, después de estar escuchando durante horas y horas las mismas canciones en bucle, a esas horas de la noche, casi ni las conseguía distinguir.

Añadió hielo picado y un poco de ron y lo removió todo con gracia, podía observar a su clienta repiquetear las uñas impacientemente sobre la barra de madera mientras esperaba su bebida que, como sus rosadas mejillas y sus ojos brillantosos delataban, no era la primera de la noche.

Seguidamente añadió más hielo, vertió Sprite hasta llenar el vaso completamente y lo removió todo otra vez.

-Here you are.

Puso el cóctel delante de la chica que, por la manera en la que le había pedido el Mojito se había dado cuenta de que no era española, y esta le dio un billete de diez euros que rápidamente metió en caja y le dio las vueltas.

-Thanks-le sonrió la chica y se marchó entre la gente.

Ese día había mucha gente, demasiada podía asegurar el moreno, se agobiaba solo de ver a todos los cuerpos sudados bailando unos contra los otros, sin respetar un mínimo de espacio personal porque, eran tantas las personas, que era casi imposible que cupiera un alfiler.

Esas eran las consecuencias de vivir en un pueblo costero en pleno mes de agosto.

Agoney le pidió un trapo húmedo a su compañero Sergio y limpió un poco la barra, ya que estaba bastante pegajosa por culpa de los chupitos y cubatas que acababan derramados y no, eso no era agradable a la hora de servir.

Oasis era el chiringuito más demandado del pueblo, se encontraba justamente en medio del paseo marítimo, a vista de todo aquel que paseara por allí. Y no, no era que el lugar donde residía escaseara en chiringuitos, sino que ese era, de alguna manera, el punto de reunión nocturna de la gente en verano.

La tarima de madera sobre la cual se encontraba la barra era perfecta para todos aquellos que querían tomar algo mientras bailaban al son de la música sin llenarse completamente de arena y, alrededor de esta, sobre la arena, estaban las mesas para aquellos que querían más relax.

El canario sentía como sus piernas le pedían un descanso, a cada paso que daba notaba como si mil chinchetas se clavaran en la planta de sus pies, pero se sintió agradecido ya que por nada del mundo le cambiaría el puesto a su compañera Aitana o a su compañera Nerea, a las cuales ese día les había tocado servir en las mesas y eso era lo peor que te podía pasar porque te llenabas completamente de arena y, además, cansaba el doble que estar de plantón detrás de una barra.

Miró la hora, eran las 3 pasadas, su momento preferido de la noche. La gente que unas horas antes había estado apelotonada en la barra pidiendo alcohol como si la vida les dependiera de ello se encontraban ya demasiado bebidos bailando al son de algún hit del verano, dejándole descansar levemente, como mucho le pedían alguna cerveza o algún chupito.

Se sentía asqueroso. Notaba como el polo negro con el logo del chiringuito que le obligaban a llevar se le pegaba a la piel a causa del sudor y de la humedad que provenía de la playa, la cual se encontraba a escasos metros de él. Sus bermudas, que nada más salir de casa eran blancas, tenían un estampado peculiar de manchurrones que podía asegurar que eran de ron, tequila y vodka rojo. Quizás también de Larios rosé. Su pelo, el cual no se había molestado en arreglar demasiado antes de salir de casa, se le rizaba por momentos, cayéndole algún ricillo que no podía controlar sobre la frente.

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