El plan

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Agoney era un seductor nato y, aunque quede feo decirlo, era consciente de ello y lo usaba cuando le convenía.

¿Qué? Tendría que sacarle partido, ¿no? Sería una pena que se echara a perder ese superpoder.

Lo cierto es que Agoney tenía un encanto natural que, al parecer, les volvía locos a todos y a le encantaba. Le daba acceso a todos los apuntes que quisiera, trabajos, deberes... lo que necesitara. No lo hacía si no le quedaba más remedio, no era mala persona, solo que a veces le venía bien ese extra. Y literalmente tenía a media clase loca por él, casi todas las chicas y la mitad de los chicos, aunque fueran hetero.

Porque la belleza cautivadora de Agoney traspasa sexualidades.

Y él les seguía el rollo cuando tonteaban con él, les ponía ojitos, les reía las bromas... pero realmente nunca le dedicaba más tiempo que eso a ninguno. Lo justo para que estuvieran encoñaditos de él. Porque además de poder pedir favores, siempre es halagador que te hagan caso, ¿no? Y Agoney disfrutaba un montón sabiendo que la gran mayoría de sus compañeros, daba igual el género, se tenían que conformar con mirarle de lejos con el corazón roto porque no le tendrían nunca.

Porque realmente Agoney nunca había salido con nadie y todos lo sabían, aunque no perdían la esperanza.

Porque, irónicamente, Agoney estaba esperando a esa persona especial.

El caso es que Agoney estaba acostumbrado a que todo el mundo le sonriera y fuera amable con él y le trataran como al rey que era. Y por eso le tocaba tanto la polla que entre todo el mundo, hubiera una sola persona que no solo no le iba detrás sino que le ignoraba y le hablara de mala gana cada vez que Agoney se acercara a él.

Y ese era Raoul Vazquez.

Ese era el sexto año que iban a la misma clase y muy raramente habían mantenido una conversación que durara más de tres frases. Agoney intentaba llevarse bien con él, de verdad. Cinco años intentando mantener una conversación con él fallidamente. Pero con el tiempo se dio cuenta que era Raoul quien no quería y se lo demostraba siendo todo lo cortante que podía.

Al principio Agoney pasaba, le daba igual que ese niño pijo ni le mirara, no le hacía falta. Pero con los años empezó a frustrarle ver como se había metido a toda la clase en el bolsillo menos a él, que le hablaba aún con más indiferencia si era posible. Y no sabía por qué, y eso le mataba.

Agoney no quería nada de él. No es como si estuviera interesado en él ni, menos aún, que quisiera ser su novio. Sobretodo porque Raoul desprendía un aura de hetero que no podía con ella y a Agoney le daba repelús solo el pensarlo (se pasaba todo el día pegado a una chica llamada Mireya. En teoría eran solo amigos pero ya empezaba a resultarle incómodo hasta a él).

Pero si había una cosa que motivaba a Agoney era la competición y el juego y cuanto más tiempo pasaba más ganas tenía de ganar ese juego que se había inventado y que jugaba consigo mismo y que consistía en hacer que todo el mundo se rindiera a sus pies. Y lo estaba logrando, tenía a la clase entera comiendo de su mano.

Solo faltaba Raoul.

Y no iba a rendirse. Ese era su último año en el instituto, de ambos. El año siguiente empezarían la universidad y ese juego suyo ya no tendría sentido. Y no le daba la gana que ese año acabara igual que el anterior. Ese año iba a conseguir que Raoul se rindiera ante el igual que el resto.

La cuestión es que Agoney, siendo todo lo consciente que era de lo mucho que gustaba a la gente y de su fama de rompecorazones, no debería haberse sorprendido tanto con el favor que le pidió su mejor amiga, Nerea, cuando le abordó antes de entrar a clase. Era el primer día después de vacaciones de verano, él la estaba esperando en el pasillo junto a su aula para charlar antes de entrar, pero lo primero que hizo Nerea al llegar donde estaba él fue soltarle:

Por hacerte felizWhere stories live. Discover now