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Los días pasaron a una velocidad lenta y agonizante. Mi madre y Patricia me obligaban a ir a dormir a la casa y a la escuela cuando yo lo que quería era estar a todas horas en el hospital al lado de Joel.

No podía dormir bien, me la pasaba pensando en que podría estar pasando en el hospital mientras yo estaba en casa. Una ocasión, mientras me encontraba en la escuela, Joel tuvo una complicación. Una astilla d e una costilla se le había incrustado en el intestino grueso y lo habían operado de emergencia.
Cuando lo supe, llore desconsoladamente. ¿Como podía estar en clases o intentar dormir cuando lo único que quería era estar junto a él?

Dos largas semanas habían pasado desde el accidente e Ivan había sido dado de alta hace algunos días. Sin embargo, se la pasaba en el hospital, esperando por noticias de Joel.
Era horrible toda la situación, no comía, no dormía, no podía hacer otra cosa que no fuera esperar sentado en cualquier rincón del hospital a que Joel despertará.
Hacía la tarea en el hospital, comía en el hospital, y si por mi fuera, dormiría ahí.

—Estas en los huesos.—dijo Lissa un sábado por la mañana sentándose a mi lado.

—Tu tampoco estas muy bien alimentada que digamos.—dije haciendo una mueca.

Llevaba un termo en las manos. Cuando lo abrió, pude ver un liquido espeso con trozos de algo que parecía pollo nadando. Tomó dos platos desechables de la cafetería del hospital y se sentó a mi lado vertiendo el liquido espeso.

—Es sopa de pollo. La hice antes de venir aquí.—dijo con una débil sonrisa.

El aroma me hizo agua la boca inmediatamente y fue cuando me di cuenta de que moría de hambre. Tome una cuchara y, en el momento en el que la sopa toco mi lengua, un gemido de placer salió de mi garganta.

—Esto esta delicioso. —dije con la boca llena.

Lissa sonrió mientras acercaba un bollo de pan a mi plato. Comenzamos a comer. Tenía mucho sin probar comida de verdad. Me alimentaba de barritas energéticas, jugos enlatados y sándwiches preparados en el hospital que sabían asqueroso. La sopa, sin duda, era un giro muy bueno para mi estómago. Extrañaba la comida casera.

—Estas muy delgado, Erick—se quejó Lissa.

Suspiré, incapaz de dejar de comer.—Estoy harto de comer barritas energéticas y sándwiches de jamón, que por cierto, saben a cartón—me quejé.

Lissa rió ante mi comentario. Nos habíamos vuelto muy unidos estas últimas dos semanas, había aprendió mas de ella estos días que todo el tiempo que tenia conociéndola. No era la chica fuerte, alegre y segura que yo pesaba, era una adolescente como cualquiera, con dudas, inseguridades y problemas amorosos. Su vida no era diferente a la mía.

—Debo escribir un ensayo para mi clase de literatura francesa de mañana y ni siquiera tengo idea de que autor hablaré.

—Vamos, pequeño. Será mejor que comiences ese ensayo mientras yo voy a buscar a mi mamá. —dijo Lissa levantando si plato vacío.

Ambos nos dirigimos a la sala de espera. Ella salio por el pasillo buscando a su madre y yo me tire al suelo, donde solía sentarme, a solo unos metros d el a habitación de Joel y saque el libro del que decidí sería mi trabajo.

La horas pasaron lentamente mientras yo leía intentando concentrarme en mi trabajo. Las horas de visita aun no comenzaban, pero en cuanto lo hicieran, me escabulliría dentro de la habitación de Joel todo el día. Estar con el, en la misma habitación, me tranquilizaba. Me hacia sentir seguro.

Las enfermeras iban y venían. De vez en cuando, unas de ellas entraban a la habitación de Joel a revisar sus signos vitales.

El sonido de unas máquinas me hizo alzar la vista. Mi celo se fruncio al ver a un puñado de enfermeras y médicos precipitarse por el pasillo y seguí sus pasos. El corazón me dio un vuelco cuando vi que entraban a la habitación de Joel.

Un extraño miedo se instó en mi pecho. El ruido de las máquinas provenía del cuarto de Joel y me levante sintiendo mis piernas flaquear.
Me eché a correr por el pasillo resbaloso mientras mis manos me temblaban. El corazón me golpeaba con fuerza contra las costillas y me costaba respirar. Tenia que cerciorarme de que Joel se encontraba bien.

Dios, por favor, por favor, por favor... Suplique mentalmente mientras me detenía frente a la puerta abierta.

El corazón me dio un vuelco ante lo que vieron mis ojos.

—¿Pero que demonios?... —dijo una voz detrás de mi.

El médico me apartó de su camino entrando a trompicones a la habitación y yo no podía moverme. No podía apartar mis ojos, no podía mover mi cuerpo.

Un escalofrío me recorrió la espina dorsal, mi aliento quedo atrancado en mi garganta, mis manos temblaron frenéticamente, mi corazón estalló en latidos irregulares, intensos y los ojos se me llenaron de lágrimas.

Las máquinas zumbaban en un punto muerto. El extraño pitido que indicaba la falta de pulso en el paciente lleno mis oídos, aquel que no indicaba otra cosa mas que muerte; pero ni siquiera eso podía callar el latido de mi corazón, el cual, parecía retumbar por toda la habitación.

Me sentí desfallecer y al mismo tiempo, mis pies estaban anclados al suelo.











Blindly »joerickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora