Las rosas también tienen espinas

120 14 5
                                    

— ¿Cuándo te invite a sentarte a mi mesa? No lo recuerdo.

Fue lo único que dijo el rubio antes de intentar irse del lugar, pero los reflejos del kazajo fueron más rápidos que el chico, le sostuvo su muñeca impidiéndole seguir su camino.

—Vamos, siéntate y hablemos un rato — Trato de parecer lo más tranquilo y amigable posible.

El rubio lo miro algo indeciso, luego de un momento solo le pidió que lo soltara, así que lo dejo irse, ya que se sentía mal de forzarlo a tener una conversación con él.

La verdad es que Otabek se quedó algo dolido, estuvo bastante tiempo intentando agarrar coraje para al final estropearlo todo al intentar forzarlo a que se sentaran juntos, se sentía un completo idiota.

Ya sin ganas de nada, decidió irse del lugar sintiendo un sabor amargo en su boca.

Giro nuevamente en su lugar sin poder conciliar el sueño, aún era temprano pero no tenía nada más que hacer, solo esperar al día siguiente para entrenar un poco en el club de boxeo, ir al café y en la noche ir a trabajar a un club. Repetía la misma rutina una y otra vez, se estaba cansando ya de eso.

A su mente le llegaron un par de ojos cristalinos color esmeralda que en su forma más pura reflejaban temor.

¿Acaso lo asuste? Tal vez fui muy brusco, tampoco estuvo bien el tomarle de la muñeca. Creo que debería disculparme con él por eso mañana.

Se durmió con la esperanza de que aquel chico solitario volviera al café para poder disculparse por ser tan brusco, tenía una razón para levantarse con ánimos en la mañana y para saludar a todos en el club, incluso tuvo una conversación bastante amistosa con una chica que era entrenadora ahí.

Tienen la misma edad, incluso son casi de la misma altura, ambos son de piel morena, la chica tiene el cabello lacio de color negro que le llega hasta un poco más abajo que sus hombros, aunque ahora lo tiene atado en una coleta alta, sus ojos son de un extraño morado oscuro.

Una bella italiana de nombre Sara Crispino, aunque si su hermano mellizo Michele lo escuchaba decir eso seguramente lo mataría y luego ocultaría su cadáver, era muy celoso cuando se trataba de su hermana.

—Haz estado de buen humor estos días.

Sara tomo una botella para comenzar a beberla con desespero, desde hacía un rato que estaban entrenando juntos y recién pararon para un descanso.

Lo que dijo descoloco completamente al kazajo sin saber cómo seguir la conversación.

—Siempre estoy de buen humor cuando vengo.

—Me refiero a que desde hace semanas que vienes todo decaído, no creí que fuéramos tan cercanos como para preguntar, pero ahora que te veo venir muy animado supongo que todo se solucionó —Levanto sus hombros restando importancia a lo que había dicho.

Sara se sentó en una banca que había por el lugar, la siguió viéndose algo incomodo.

No le gustaba para nada saber que había estado siendo tan transparente, ahora mismo se sentía como un niño al cual retaban luego de haber estado haciendo una rabieta por nada. Pero al mismo tiempo se sintió en confianza con la chica sentada a su lado, era cómodo hablar con ella.

—Solamente me he dado cuenta de que no suelo socializar mucho desde que llegue a Rusia.

—Lo entiendo —Dijo asintiendo con la cabeza —Cuando llegue aquí por primera vez, me tomo mucho tiempo el poder adaptarme, que cuando todo estuvo tranquilo me di cuenta de que no había hecho amigos.

Lo que dijo Sara se sintió como una espina directo en su corazón, desde que había llegado a Rusia no había podido hacer amigos y pasaba sus días libre sin hacer nada completamente aburrido. Con desgano apoyo sus codos en sus rodillas sujetando con ambas manos su cabeza, soltó un bufido antes de preguntar.

—¿Me veo como alguien temible?

Aun le afectaba lo que había pasado en el café, nunca pensó que el chico rubio se asustaría por su apariencia o su rostro. Ese chico misterioso tenía una belleza sin igual, eso hacia a su corazón latir con fuerza, pero ya se había rendido en pedirle su número, al menos intentaría disculparse por única vez.

Una mano sobando su espalda de alguna manera lo relajo.

—Yo creo que eres genial, tal vez a simple vista pareces alguien serio, pero se nota que eres una persona amable —Lo dijo mientras una sonrisa surcaba su rostro.

Sentía su garganta apretada, las lágrimas querían salir, pero las pudo contener, hacía mucho tiempo que nadie le decía algo así, sintió como su corazón se volvía loco dentro de su pacho, estaba feliz.

—Dame tu celular.

Otabek sin dudarlo se lo paso, no pregunto para que. En menos de un minuto tenía su celular devuelta en sus manos.

—Te anote mi número, así que cuando quieras hablar solo llámame, atenderé a cualquier hora —Le dio un rápido abrazo al kazajo —También si quisieras invitarme a una cita, puedo responder rápido.

Otabek se quedó en su lugar procesando lo sucedido, un sonrojo se asomó por sus mejillas, era la primera vez que le sucedía algo así, no es como si no hubiera tenido pareja antes, pero era la primera vez que no tomaba la iniciativa, se sentía bien que le coquetearan.

Era una sensación agradable pero no pudo evitar comparar la sensación que había sentido cuando vio al chico rubio por primera vez, esa sin duda fue la mejor.

Negó con su cabeza dándose cuenta de que sus pensamientos se estaban desviando del tema.

Al final parece que venir a Rusia no fue una mala decisión.

Estuvo sonriendo todo el tiempo que le quedaba de entrenamiento, se había dado una ducha y ahora se dirigía al café para pasar el tiempo y si tenía la oportunidad de ver al chico rubio, se disculparía con él por lo que paso el día anterior.

Mientras más cerca estaba podía sentir a su corazón acelerarse, volvió a sentir la ansiedad tomar el control de sus acciones, el pensar que tal vez no lo vería en el café lo puso triste. Sería razonable si no volvía al lugar.

No entendía del todo porque estaba asustado de haber defraudado a alguien que ni siquiera conocía, pero estaba asustado.

Una pequeña sonrisa se asomó en su rostro al ver por el cristal de la ventana como el chico rubio se encontraba sentado en la misma mesa de siempre mirando perdido su taza.

No iba a perder esta oportunidad, quería disculparse. 

En tus pequeños hombrosOnde histórias criam vida. Descubra agora