Capítulo I - Pairel

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Los rayos del sol acariciaban su rostro mientras una leve y persistente brisa contrarrestaba el calor de los mismos. Escuchaba el cántico de algunos pájaros y notaba la hierba bajo su cuerpo. ¿Cuánto tiempo llevaba así? La verdad es que no le importaba, ya que ahora mismo estaba sobre la línea que separaba el mundo de la vigilia con el de los sueños. Se limitaba a pasar de un lado a otro: con periodos en los que era consciente de la realidad y otros en los que se quedaba profundamente dormida. De todas formas, una necesidad por hidratarse le obligó a abrir los párpados poco a poco, con el fin de buscar una fuente de agua. Una vez se acostumbró a la luz, pudo observar que se encontraba rodeada de unos imponentes y frondosos árboles verdes.

Se incorporó sin saber muy bien hacia dónde dirigirse, aunque, por otro lado, no recordaba cómo había llegado hasta aquel lugar. Cuando intentaba hacer memoria, solo se topaba con cortas visiones que no parecían guardar relación entre sí: volando con más de mil globos de colores, atendiendo a una cabalgata de juguetes, comiendo algodón de azúcar mientras caminaba por un puente de estrellas, pinchándose con las espinas de una rosa azul, luchando junto a un león que se posaba a dos patas...

Tras reflexionar sobre ello mientras deambulaba por el bosque, se dio cuenta de que todo aquello no era más que un par de sueños y, a pesar de ello, el del león se le antojaba melancólico, ya que terminaba con la muerte de ambos bajo la lluvia.

Comenzó a escuchar unos tenues murmullos.

Decidió seguirlos a través del bosque y logró diferenciar varios grupos de personas hablando junto al ronronear de varios motores. El corazón le latía con fuerza, pues no sabía qué le depararía al final de aquel laberinto de árboles. Siguió avanzando y los árboles fueron desapareciendo hasta llegar a una gran explanada de tierra, con vistas hacia más árboles y montañas que, desde ahí, parecían haber menguado. Había mucha gente que andaba sin parar entre varios camiones verdes, pero también comprobó que había personas igual de perdidas que ella.

—Hola —desvió su mirada hacia dónde provenía aquella voz y se topó con un chico joven de ojos verdes—. ¿Cómo estás? ¿Necesitas algo?

—Hola —respondió ella con timidez—. Estoy bien, aunque tengo un poco de sed.

—No te preocupes, espera aquí que te traeré algo para beber —él se alejó con una sonrisa en el rostro.

La chica se le quedó mirando mientras tanto y observó que el chico vestía prendas blancas, como la mayoría en aquella zona, además de una cinta del mismo color alrededor de su frente, que quedaba casi oculta por su pelo castaño. Eso le hizo preguntarse a ella misma como era su apariencia, aunque allí no había nada donde pudiera mirarse, ni siquiera un charco. Lo único que llegó a comprobar era que llevaba una camisa, unos pantalones y una bandolera, todos de un color marrón claro; no pudo ver el contenido de la última, pues el chico de ojos verdes regresó con una botella de agua.

Se preguntó si tendría también los mismos ojos verdes.

—Por cierto, me llamo Leir —dijo mientras acercaba la botella a la chica—. ¿Cuál es tú nombre? —otra cosa que ella no recordaba.

—Pues... No lo sé, no me acuerdo.

—No te preocupes, suele pasar cuando despiertas, por eso tienes una tarjeta en la bolsa con tu nombre y un número; te explicaré después para que sirve.

La chica abrió la bandolera mientras escuchaba a Leir hablar. En su interior había varias cosas, pero se centró en sacar una pequeña tarjeta de papel blanco que sobresaltaba en comparación con el resto.

Sinesencia. La Bestia de UrodaWhere stories live. Discover now