Capítulo especial 3. Larga vida al rey

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Había muchas clases de leyendas sobre el origen de los monstruos. Una gran parte de ellas contadas entre cánticos de juglares, mencionaban con gran aprecio el equilibrio que habían otorgado los dioses sobre la existencia de ambos bandos habitando el mundo, pero muchas otras, contaban la aterradora idea sobre que se trataban de un castigo divino para acabar con la misma humanidad. Fuera cual fuera la perspectiva, estaban de acuerdo sobre lo impactante que era la existencia de los monstruos.

Aunque existiera una gran variedad de especies entre los monstruos, había una en particular que resaltaba como ninguna otra. No había una canción lo suficientemente hermosa para aclarar la leyenda que se contaba sobre el origen de aquellos seres tan majestuosos, que con su sola presencia podían erradicar toda calamidad. Y aunque fueran extremadamente poderosos en esencia y resistencia, su verdadero valor provenía de la pureza que yacía en sus corazones.

Pese a que tuvieran varios nombres conocidos, era difícil darles una clasificación digna a su mera existencia, por lo que algunos simplemente les llamaban monstruos jefes.

Y no era de extrañarse del porqué. Muchos monstruos tenían la necesidad de estar con ellos como si de un rebaño con su pastor se tratase. Después de todo, la calma que irradiaban a todo ser cercano era tan relajante que tendían a sentir que todo podría estar bien en cuanto ellos pudieran tener todo bajo control. Las leyendas que se contaban sobre su existencia eran variadas, sin embargo había una narración entre juglares que trataba de aclarar lo más posible del porqué eran tan majestuosos sin importar si se daban a conocer entre humanos o monstruos.

Era favorita de muchos la mítica historia sobre los inmensos dragones que amenazaban con acabar con el mundo entero, y de cómo los dioses habían tenido piedad de ellos acabando con todas las abominables bestias... dejándolos en un mar de sangre hasta sucumbir en la aniquilación de su existencia, y de ello, surgieron unos nuevos seres con la fuerza y destreza con el fuego eterno que tanto los había caracterizado, con la nobleza única de un monstruo y la resistencia equivalente de un humano. La especie que muchos consideraban que acabaría con toda calamidad y que uniría a todas las especies del mundo en una paz eterna.

Por supuesto, sólo se trataban de cuentos y canciones dignas para una noche en fogata, pero era algo en lo que a muchos viajeros les gustaba creer sin importar si era de su especie o no. Era algo majestuoso por contar y creer. Si había algo que apreciaban los monstruos de los humanos, era su gran capacidad imaginativa para crear tales cosas sobre ellos, y no tardaron mucho en demostrarles el cariño y admiración que tenían sobre la humanidad. Por lo que su coexistencia se extendió por muchas generaciones hasta el fatídico día en el que se optó por habitar en reinos separados con el fin de controlar los impulsos de ambos bandos.

Los monstruos jefes conformaron la realeza en representación de sus tierras al grado de ser la autoridad máxima, pero una familia en particular resaltó sobre el resto al grado de volverse los sumos monarcas. Una que fue, según dictaban las sacerdotisas, elegida y bendecida por los dioses: los Dreemurr.

Cada miembro que había tenido el honor de representar a los monstruos, portaba con orgullo y compasión la corona sabiendo que era algo más que una autoridad o un símbolo de unión. Por lo que el nacimiento de un nuevo miembro y heredero al trono se celebraba con júbilo, pero dicha fiesta no se daba sino hasta que el príncipe tuviese seis años de edad acorde a las tradiciones reales. Si bien para los humanos eso era sumamente extraño, para los monstruos era más que considerable, dado que se optaba con que a esa edad se tenía el suficiente conocimiento y control de sí mismo para hablar y defenderse por su cuenta. Y un príncipe no podía dejar que otros hablasen por él, no importaba lo joven que fuese.

Osado corazón (Undertale)Where stories live. Discover now