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Noa vio a lo lejos a su hermano y se estremeció al recordar como se hicieron cenizas sus cosas mientras Nataniel le advertía que la próxima vez le rompería las piernas si no se esforzaba más en la escuela

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Noa vio a lo lejos a su hermano y se estremeció al recordar como se hicieron cenizas sus cosas mientras Nataniel le advertía que la próxima vez le rompería las piernas si no se esforzaba más en la escuela. ¡Diablos! Su hermano parecía muy serio cuando lo amenazó; él no lo haría, ¿cierto? Su madre no lo permitiría, pero Noa pensó que sería mejor no poner a prueba las palabras de Nataniel, aún era demasiado joven para quedar lisiado. ¡Menos mal que el que venía a su casa era Javier y no William!

—Oye..., Javier, —Noa tocó el hombro del muchacho, quien iba sumido en sus pensamientos— ¿por qué no le dijiste a William quien sería su chaperón?

—¿Tu qué crees? ¡Se hubiera escapado en cuanto lo escuchara! ¡Ustedes dos son iguales, en cuanto oyen que hay que estudiar, huyen! ¡Sólo piensan en perder el tiempo! —respondió Javier, casi en un grito. Noa se arrepintió de haber preguntado. El mal carácter de su amigo salía a relucir de nuevo.

"Por eso no consigues novia", pensó con amargura Noa.

¿Por qué tenía que abrir la boca? El tren de reclamos de Javier no se detendría ahora. Noa en verdad quería taparse los oídos, pero eso molestaría más a su amigo. Prefería estar en la biblioteca con Leonardo que con Javier, al menos él no le gritaría.

 Prefería estar en la biblioteca con Leonardo que con Javier, al menos él no le gritaría

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Leonardo miró disimuladamente a William. El chico hace rato que se retorcía en su asiento; los libros fueron abandonados a un lado, sin cerrar y los lápices tuvieron en un destino similar, aunque había uno en la boca de William. Lo vio resoplar, suspirar, bostezar, cabecear y escribir antes de hacer una bola el papel y arrojarlo junto a los demás. Todo en un momento, justo como aquella vez en ese lugar. Él sabía que no tardaría en buscar formas de hacer ruido, con los alborotadores el silencio nunca duraba por mucho tiempo. Así que esperó, esperó con ansias el escándalo que vendría a continuación. Y esperó la risa que saldría de manera encantadora de sus labios.

Entonces William permaneció quieto unos segundos antes de esbozar una sonrisa maliciosa. "Aquí viene", pensó.

—Leonardo —lo llamó.

No respondió, aún no era el momento.

—Leonardo, Leonardo, Leonardo  —insistió. Como notó que lo ignoraba a propósito, con un movimiento repentino, le quitó el libro que leía y acercó su cara peligrosamente a la suya mientras decía en un susurro íntimo:— Leo.

Sorprendido por la cercanía, echó atrás su cuerpo, lejos de William, pero su peso dominó la silla y cayó al suelo. Las carcajadas del muchacho no lo decepcionaron, tampoco le hicieron esperar. El chico se ahogaba con su propia risa sobre la mesa, sus dedos recogían una lágrima de su ojo.

—Guarda silencio —le recordó mientras se levantaba del suelo y se aseguraba de que su uniforme estuviera en orden.

—Ahora que lo veo bien, te pareces un poco al Demonio, ¿no son familia? —habló en voz alta, pero al menos paró de reírse. Ya era un avance.

—Tío.

—¿El viejo es tu tío? ¡Ah, eso explica todo! —William volvió a reírse—. ¡Te compadezco, en serio!

La risa del chico se tornó más escandalosa hasta que el encargado de la biblioteca vino a regañarlos y advertirles que los sacaría si continuaban con el ruido. Entonces, sólo entonces el muchacho cerró la boca y se puso a trabajar. El resto de la tarde pasó, recogieron sus cosas y cada uno estaba a punto de irse por diferentes caminos, cuando William le dio un papel antes de despedirse con una mano mientras corría en dirección a su casa. Se permitió esbozar una ligera sonrisa. El papel contenía un dibujo de él con el libro en las manos, una pequeña nota debajo decía: ¿no sientes que nos conocemos de algún lado?

Con cuidado de no arrugarla, metió la hoja en su portafolio; después, reanudó su camino. Las nubes parecían hoy más profundas de lo normal, tenían un cierto encanto que le recordaba ese lugar tranquilo. Para cuando llegó a su casa, su hermano lo esperaba con sus dos amigos a su lado, Nataniel y Gabriel. Luis siempre estaba rodeado de personas, pero estos dos parecían estar pegados a la cadera de su hermano. Nataniel no le caía ni mal ni bien, pero Gabriel... a él siempre le tuvo un poco de aversión y sabía por qué.

—Nunca te vi tan feliz. ¿Te pasó algo bueno hoy en la escuela? —dijo Luis. A su hermano le bastaba un vistazo para conocer sus pensamientos, a él no podía mentirle.

Asintió. Y no dijo nada más, no había necesidad. Por supuesto, esto sólo aplicaba para Luis; Nataniel y Gabriel compartieron una mirada, preguntándose: ¿dónde demonios se le notaba lo feliz? Su cara seguía inexpresiva. ¡La habilidad de traducción del hermano mayor era tan aterradora!

En las profundidades de las nubesWhere stories live. Discover now