Un desconocido.

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Cuando entré al café, sentí claramente que alguien me observaba; no tenía la certeza de que alguien lo estuviera haciendo, pero una especie de sexto sentido me alertaba de que así era.

No le tomé mucha importancia y ordené un café vienés para tomar al instante, en el mismo lugar; no me apetecía ir a rastras hasta casa, quemándome los dedos. El único motivo que tuve para ingresar a ese café fue el de tomar un descanso luego de una larga faena de trabajo... laborar seis horas luego de la universidad, era realmente agotador, aunque el horario fuera flexible, la fatiga que sentía al final del día resultaba insoportable.

Recibí mi orden de café vienés con doble espuma y le eché cuatro cucharadas de azúcar; normalmente solía tomar el café pasado y sin azúcar (evitaba a toda costa tomarlo de noche), sin embargo creí que algo de azúcar y cafeína me vendrían bien para combatir el desgano, el frío y el cansancio.

A esas alturas de mi existencia, ya había notado que la vida que llevaba en la gran ciudad era más una lucha por la supervivencia que algo a lo que podría llamársele una buena vida; apenas me alcanzaba la paga del trabajo para el alquiler de mi habitación y el pago de mis pensiones en la universidad- pago que no hubiera podido realizar, de no ser porque era una alumna a quien por misericordia le habían otorgado media beca.

Saqué de mi cartera un bolígrafo y empecé a hacer anotaciones en la agenda que había sacado previamente, tenía muchas cosas por hacer durante los siguientes días y por lo menos trasnochar tres veces a lo largo de esa semana. Mientras hacía anotaciones atiné a levantar la mirada, no sé si fue para proyectarme mientras pensaba o tuve otro motivo para hacerlo, pero fue de manera involuntaria, estaba muy concentrada; repentinamente me encontré con unos ojos que me observaban fijamente, casi sin parpadear; un escalofrío estremeció mi cuerpo; salí de mi ensimismamiento y solté el bolígrafo.

Ahora sí tenía la certeza de que alguien me había estado observando, sin disimulo. Aún seguía haciéndolo.

Para sorpresa mía -y creo yo también que suya- el bolígrafo rodó una corta distancia, pero fue lo suficientemente lejos como para ir a dar con el pie de la mesa de quien me había estado mirando con avidez, quizá con una mirada escrutadora o quizá con las abyectas intenciones de perturbarme en un breve instante de relajo como ese.

"En el momento más preciso" pensé con ironía y algo de inquietud, me puse en pie y caminé hacía donde estaba el bolígrafo, con la parsimonia y el recelo de un animal que realmente no quiere moverse por temor a ser cazado. Cuando mis manos ya casi habían tocado el objeto; alguien más se abalanzó sobre él y lo arrebató, prácticamente, de mis manos.

Estaba a punto de increparle su actitud, cuando dijo de pronto "Su lapicero, señorita" entregándolo amablemente con una sonrisa entre siniestra y agradable; lo tomé, casi arranchándolo de sus manos, dije "gracias" con violencia en el resonar de mi voz y regresé a mi lugar. Dicha situación había acabado por ofuscarme aún más, por agriarme la noche y quizá hasta por asustarme un poco. En Lima uno nunca sabe en quién confiar. Tomé mi café a sorbetones, guardé la pluma junto con la agenda, pagué por lo que había consumido y salí del lugar. Había tenido un día bastante agitado y me encontraba de muy mal humor. Caminaba al sobresalto.

No había pasado mucho tiempo después de mi salida del café cuando noté, de pronto, que alguien me seguía.

Yo siempre había tenido la cualidad de recordar la apariencia de las personas la primera vez que las había visto... y este caso no era la excepción. Él era alto, traía el cabello algo largo, de un color muy oscuro; casi igual que sus ojos, que parecían el cielo de noche cuando uno está afuera de la ciudad, tenían algo que te invitaba a perderte en su mirada, tenían un brillo especial. Iba vestido de negro.

Bitácora de recuerdos.Where stories live. Discover now