Capítulo 4

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Kate y yo nos enfrascamos en una discusión, por así decirlo, sobre cómo era posible que me viera salir con un chico distinto la noche anterior. Todo había pasado a ser un caos y un drama innecesario, pero estaba, otra vez, en la casilla de salida sin entender nada. Estaba confusa.

—Si me dejáis hablar, a lo mejor puedo explicar qué pasó —nos interrumpió Atlas, que estaba muy entretenido viendo cómo Kate y yo entrábamos en pánico. Ella porque quería saber qué pasó y pensaba que yo le estaba ocultando cosas y yo porque mi vida era mucho mejor cuando sabía qué había hecho en cada momento y con quién.

—No sé si me va a gustar lo que vas a decir —musité.

—Deja de ser tan quejica, Elsa, deja al muchacho hablar —me reprendió Kate y me dio una mirada de las suyas.

Atlas se reclinó en su asiento, mirándonos y sonriendo. De repente me entraron unas ganas horribles de quitarle la sonrisa de la cara de una bofetada. Pero me contuve. Inspiré y esperé a que hablara.

—Es verdad que ayer tu amiga salió con un chico del club que no era yo —empezó por fin, pero a la vez dudaba de sus palabras. Yo solo recordaba hasta la parte en la que él me quiso besar y yo le rechacé y hablaba con Kate. Después era todo blanco hasta que me desperté con él en su cama—. Pero después me viste y viniste hacia mí otra vez. Al parecer cambiaste de idea. Mencionaste algo de babosos y no parabas de decir "amigas antes que tíos" —se empezó a reír cuando terminó de contar mis desventuras.

Me sentí morir de la vergüenza. Me tapé la cara con la toalla que todavía tenía envuelta a mi alrededor y suspiré. Todo esto era tan injusto.

Miré de reojo a Kate y estaba mirándome con el ceño aún fruncido.

—Entonces —habló ella—, ¿cómo me explicas que ella acabara en tu cama? —le preguntó a Atlas. Él se encogió de hombros.

—Ella me insistió para que la llevara a mi casa —me miró, como si esperase que yo dijera algo. Pero en ese momento estaba tan avergonzada que no quería ni abrir la boca. No recordaba nada de eso, ni siquiera me imaginaba haciendo algo así. ¿Qué me pasó?

—¿Y no paraste a pensar en que estaba muy borracha? ¿O es que les haces eso a todas las chicas para tener una oportunidad con ellas? —le recriminó Kate. Yo me sorprendí por la dirección que tomaban sus pensamientos. Pero llevaba razón. Si habíamos hecho algo eso significaba que se aprovechó de mí.

Atlas se defendió.

—Frena el carro, guapa —empezó, irguiéndose en su asiento y apoyó los codos en sus rodillas, mirándonos fijamente. Yo estaba asomada por la toalla, que todavía tapaba parte de mi cara, expectante al cruce de palabras—. Yo le ofrecí la cama del cuarto de invitados, pero ella se puso en plan cansina a decir que dormiría conmigo sí o sí. Además —añadió antes de que le volviera a interrumpir Kate—, ella solita fue la que se quitó la ropa y vino hasta mi habitación.

Ahí Kate abrió los ojos como platos y se giró a verme. Yo, sin embargo, estaba sin palabras. Hasta que me acordé de lo que me dijo esa misma mañana.

—¿Y por qué me dijiste que grité? —pregunté yo, dudosa.

Él bufó.

—Después de que te metieras en mi cama, te pasaste media noche dando vueltas hasta que te levantaste y te pusiste a cantar a gritos —explicó. Yo, para ese momento, ya le estaba pidiendo a la tierra que me tragase y me escupiera en la otra punta del planeta—. Por suerte para mí no había nadie en casa y me ahorré muchas explicaciones —terminó.

En ese sentido me sentí aliviada. El hecho de que no nos viera nadie de su familia o ninguno de sus amigos. No sabía nada de él, pero eso que hizo decía mucho de él. Y lo que yo hice, por desgracia, dijo muchísimo de mí negativamente.

La excepción que confirma la regla ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora