Capítulo 5

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—Pero ¿por qué hemos venido a casa de Tommy? —le pregunté impaciente.

Habíamos salido de casa de Mike dejando allí a los chicos después de la cena para que nos diera tiempo de arreglarnos y salir cuando vinieran a recogernos. Pero, al parecer, Kate tenía otros planes.

—No sé si esto me gusta, dos marujas criticándome —musité lo bastante alto para que Kate me oyera. Ella, sin embargo, ignoró mi comentario.

—¿Dónde están mis actrices porno favoritas? —chilló Tommy en cuanto nos abrió la puerta. Él y Kate eran como uña y carne, y no me extrañaba en absoluto, eran iguales.

—¿Significa eso que has tenido suerte este fin de semana? —le pregunté. Ese buen humor al recibirnos no era tan común.

—Suerte será si no tengo clamidia, guapa —me respondió, tan chistoso como siempre. Yo no pude evitar reírme—. ¿Qué tal tú, Kate?

—¡Eh! ¿Y yo qué? —pregunté medio ofendida, pero todos sabíamos que era broma.

—A ti ya mismo se te fosiliza el himen —se volvió para mirar a Kate— pero tú, perra, siempre estás en celo. Ahora, cuenta.

Kate me sonrió de una manera que me dio hasta miedo. Y me temí lo peor.

—Es gracioso —empezó, para mirar a Tommy que tenía una ceja arqueada—, Elsa tiene una bonita historia que contar.

Yo eché la cabeza hacia atrás. Esto iba a acabar mal.

—¿Te han desvirgado y no me lo has dicho? Elsa, ¿sabes cómo funciona una amistad? O no, espera, retiro lo dicho. No quiero una de tus lecciones, pero cuéntame, por favor —Tommy pasó por unas cuantas fases. De reina del drama hasta desesperado. Me hubiera reído si no hubiéramos estado hablando de mí.

—En realidad no es na- —Kate me interrumpió en cuanto se dio cuenta de que lo iba a negar todo.

—¡Se fue con un chico del club, pero acabó despertándose en la cama de otro! —chilló ella sobre mi voz.

Cuando se juntaban Tom y Kate esto era algo normal. Pero mis oídos no terminaban de acostumbrarse.

—¡Ay por Dios que me da algo! —gritó Tom abanicándose la cara con la mano, para, segundos después, calmarse—. A ver, no es que no confíe en tu gusto en los hombres, pero, Kate, ¿era guapo?

—Guapísimo —le confirmó Kate con apenas un siseo que me dio miedo—. Pero el mío es más guapo aún —se recochineó.

—¿El tuyo? —Él se puso una mano en la frente haciéndose el dramático, y esa vez sí me reí—. ¿Cuántas cosas me habéis ocultado en apenas un día? Me voy a sentir excluído de nuestro trío —Kate se reía mientras rebuscaba en un montón de ropa.

—Tommy, me alegro de que seas nuestro amigo, tenemos los mismos gustos —afirmó Kate mientras examinaba un vestido con atención y lo lanzaba en mi dirección. Lo cogí cuando estaba a punto de caerse desde mi pecho al suelo.

—Tenemos media hora, Elsa. ¿Te puedes dar algo de prisa? —me regañó Kate—. Joder, me he sentido tú por unos momentos —se empezó a reír—. Ahora sé lo que se siente tener que esperar y no me gusta. Prefiero que me esperen.

Rodé los ojos mientras Kate se ponía a buscar algo para ella. No tardó en encontrar ese vestido negro que Tom sabía que le encantaba. Como ya había dicho, tal para cual.

—¡Elsa! No tenemos todo el día —me gritó Kate. Cuando me giré ya estaba vestida y sólo le faltaba peinarse. Yo, en cambio, parecía que venía de la esquina de vender droga.

Yo salí en busca de unos zapatos cualquiera mientras que Tom estaba distraído con su móvil y Kate ya se estaba maquillando. Yo me arrepentía de esto más cada segundo que pasaba.

—Oye —decía Kate mientras chasqueaba los dedos frente a mi cara—, tenemos quince minutos. Tenemos que ir a mi casa para terminar de arreglarnos —explicó.

Yo solo asentí débilmente y cogí mis ropa que llevé a la fiesta. Tommy nos hizo el favor de llevarnos a casa de Kate. Estábamos bajando del coche mientras él no paraba de hablar. Kate y yo sólo nos reíamos.

—Y recordad, no hagáis nada que yo no haría —nos dio un último aviso mientras Kate abría la puerta.

—¿Y qué es eso? Tú no piensas antes de hacer las cosas —le repliqué, no entendiendo a dónde quería llegar.

—Ese es mi punto, guapa —se rio—. Que lo paséis bien muñequitas.

Y se alejó. Yo suspiré y miré a Kate, que aún peleaba con la cerradura de la puerta. Hasta que al fin pudo abrirla, y ya solo teníamos cinco minutos.

—Esa maldita cerradura siempre me arruina todo —refunfuñaba Kate mientras subíamos las escaleras a toda prisa.

Cuando llegamos a su habitación me lanzó unos zapatos suyos tras rebuscar en el armario, pero uno de ellos me dio en la frente y ella se encerró en el cuarto de baño. Me froté la zona afectada temiendo que me saliera un chichón justo en ese momento y me los puse.

Cuando ella salió, ya estaba maquillada y me quedé mirándola unos cuantos segundos.

—¡Pero venga mujer! ¿Qué haces ahí parada? No tenemos todo el día —chilló ella haciéndome reaccionar y me levanté hasta llegar a ella como buenamente pude.

Después de unos cuantos brochazos en la cara y aplicarme el pintalabios, dio un paso atrás y sonrió.

—Perfecta —fue lo único que dijo.

Salimos del cuarto de baño y Kate cogió su bolso donde guardó también mis cosas. Bajamos las escaleras y nos quedamos esperando mientras nos calmábamos. Y entonces nos dio el ataque de risa.

—Ni Usain Bolt, tía —decía Kate entre risas.

Nos tiramos así un buen rato hasta que se nos pasó. Y nos dimos cuenta de que todavía no habían llegado y habían pasado casi diez minutos.

—Me parece que tu príncipe azul destiñe un poco —me burlé de ella. Aunque internamente me molestó porque quería volver a ver a Atlas. También me reprendí por pensar en él. Él no parecía de esos chicos y, cuanto antes lo asumiera, mejor.

—Cállate —Kate me fulminó con la mirada—. Espera que lo llame —y sacó su móvil del bolso y empezó a buscar.

—¿Una noche y ya tenías su número? Kate, esto ya no es normal —le dije sorprendida. Normalmente declinaba ofertas, y que hubiera aceptado la de Mike así por las buenas era... impactante, por lo menos.

Tal vez para alguien que no conociera a Kate, sería normal. Pero, cuando llevaba tantos años con ella y sabía que el único chico que llegó tan lejos se lo hizo pasar realmente mal, esto era verdaderamente preocupante.

—Sh —me dijo poniendo el dedo índice sobre sus labios, mientras tenía el teléfono pegado a la oreja.

—¡Mike! —gritó inesperadamente abriendo los ojos—. ¿Qué? ¿Quién eres? —frunció el ceño de repente.

Tras una breve pausa abrió los ojos exageradamente y me dio una sonrisita pícara. Yo me tapé la cara con las manos porque no sabía qué esperarme de sus tonterías y no quería que me viera de sonrojarme. Últimamente me pasaba mucho.

—Ah, Atlas, eres tú —dijo Kate, llamando mi atención—. ¿Dónde está Mike? —preguntó ella haciéndose la desinteresada—. Ah, entiendo. Bueno, no os preocupéis. Ya vamos.

Y colgó.

—¿Cómo que "ya vamos"? —le pregunté acusatoriamente.

—Por lo visto no encuentran las llaves —dijo para, seguidamente, encogerse de hombros—. Así que, si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma, ¿no te parece? —terminó.

Yo rodé los ojos. Lo que mal empezaba, mal acababa.

La excepción que confirma la regla ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora