44. La decisión

372 29 1
                                    


Sólo hay una cosa en este mundo que sólo tú puedes decidir sola. Estás a punto de conocer cuál es.

***

Después de la comida y el regreso de Loke, Quimera se cernió en una tranquilidad casi soporífera. Lucy había subido a su habitación y Natsu leía el periódico en la butaca más próxima a la ventana, mientras ella lo observaba con curiosidad.

—Tú.... Tú bailas el tango, ¿verdad? —Lucy le sonrió cuando levantó la vista del papel—. Sé que enseñaste a Gray.
Frunció el ceño y la miró.

—Sí, Lucy —Puso gesto de extrañeza y continuó leyendo.
—¿Quién te enseñó?
—Mi madre.

Bajó la mirada de nuevo para volver a subirla y observarla. Lucy se frotó las manos nerviosa; parecía que intentara de alguna manera romper el hielo de la situación tan delicada que había pasado. Suspiró, dobló la prensa y la analizó con curiosidad. Miraba hacia el suelo tímida, como si buscara una conversación que no llegaba.

—Mi madre daba clases en una asociación cerca de casa. Cuando podía la acompañaba. No tenía mejores cosas que hacer.

—Y... ¿Qué más te gusta hacer?

Era gracioso. Nadie le había hecho esa pregunta en toda su vida. Una pregunta tan sencilla y tan habitual en la vida... y que jamás le habían hecho. Sintió una soledad inmensa y una sensación de vacío que hacía mucho tiempo que no sentía. Un nudo en la garganta le impedía decir nada. Tosió suavemente y se revolvió en el asiento.

—No.... No sé, Lucy. ¿Por qué me preguntas eso?
—Me interesa... no sé, tanto de ti. No conozco tus aficiones, bueno... que bailas y que cocinas. —Sonrió—. Y que te frotas la barbilla cuando lees concentrado o cuando escuchas en la televisión algo que te interesa... —Se quedó pensativa—. Tienes manías y eso...

Se sorprendió al escucharla.

—Bueno... Cuando... cuando no te interesa algo que estás escuchando te tocas el pelo muy a menudo y cuando te enfadas lo primero que haces antes de decirlo o demostrarlo es tensar las... las mandíbulas, y los agujerillos de la nariz se te hinchan como si fueras a salir disparado como un toro.

Dominic puso gesto de asombro. Lucy balanceaba las piernas, que colgaban de la cama como una niña mientras las manos reposaban debajo de sus muslos.

—Ah, tienes una especie de manía que es muy siniestra, ladeas la cabeza hacía la derecha. Da miedo. Fue lo primero que hiciste cuando, ya sabes... cuando viniste por primera vez a mi trabajo... —Miró al vacío sin dejar de hablar—. y... y cuando Gray te dice cosas ridículas pestañeas muchas veces como si no salieras de tu asombro. —Rió, pero al poco se tornó seria—. Son las cosas que veo. —Le miró—. Pero la verdad es que no sé qué te gusta.

Se mantenía en silencio con el codo apoyado en el reposabrazos y la mano sujetándose la boca.

—Montar en bici... Ir al cine... ¿No? Coleccionar sellos...

Le dio la risa. Se frotó los ojos con los dedos de la mano y volvió a reír.

—Madre mía, Lucy... Llevó toda la vida trabajando, no... no tengo aficiones. No he dedicado mucho tiempo a divertirme.

—Bueno, lo entiendo. Olvídalo... No quería incomodarte.

Hizo un gesto con ambas manos y golpeó sus rodillas.

—Ven —le dijo.

Lucy se sentó en ellas y él le llevó la cabeza a su hombro. Ahora sí que parecía una niña en el cuello de su padre. Igual que Erza, cuando lloraba desesperadamente sobre él. Su barbilla rozaba su frente y podía oír el latido de su corazón debajo de aquel pecho que tanto le gustaba, su piel suave y ese leve olor a perfume que siempre tenía.

—Tú eres mi afición... y ya bastante trabajo me das. Cuando salgo de una, viene otra nueva... No tengo tiempo para coleccionables o deportes al aire libre, Lucy... Así me divierto. Luego están Sting, Gray, Loke... Creo que con todos ellos tengo bastante trabajo y entretenimiento.

Besó su frente y pasó la mano por su escote hasta rozar levemente su pecho izquierdo con las yemas de los dedos. Lucy apenas salía de nuevo de su asombro. Era como si hubiera cogido carrerilla y su sinceridad o sus sentimientos no dejaran de fluir. Bajó el tirante de su camiseta y la fina tela resbaló por su pecho quedando al descubierto. Pasaba el dedo por él mientras le hablaba.

—Necesito descansar... hasta de mí mismo. Y con todo lo que ha pasado estos últimos meses, tú también.

Bajó la mano y acarició sus muslos. Metió la palma por entre las dos piernas y subió suavemente por ellas hasta desaparecer por debajo de la falda, casi a punto de rozar su sexo. Su pecho se elevó como si suspirara; Lucy empezaba a sentir un leve cosquilleo de excitación al notar su mano subir y bajar tan despacio por su pierna. Un leve roce de su yema en su pelvis la hizo moverse; jugaba con el centro de su sexo, pasaba despacio el dedo por encima de su ropa interior. Le cogió la cara y besó sus labios muy despacio. Besó la punta de su nariz. Lucy estaba desorientada, se mantenía en guardia. Natsu era fuego, pasaba de lo delicado a lo duro en tan sólo milésimas de segundos. En aquel momento le hubiera pedido que fuera delicado, que necesitaba sentirle sin más, pero no se atrevió, tan sólo se mantenía alerta disfrutando de los momentos de delicadeza que le estaba brindado.
Besó su boca y le dio un leve toque con la nariz en la suya.

—Soy así, Lucy —volvió a decirle—. No puedo cambiar...

—Lo sé. —Observó sus facciones y meneó la cabeza—. Todos sois así. Es algo que me costó comprender y a veces me paraliza, pero ahora entiendo muchas cosas...

—Va a ser duro, nena... —La melancolía se apoderó de sus palabras y la abrazó con más fuerza. Apoyó la barbilla en su cabeza y suspiró—. Pero no puedo mentirte y prometerte una vida normal.

—Yo no quiero una vida normal —dijo—. Ya no. Reconozco que todavía me cuestan muchas cosas, me paralizo y me avergüenzo de ciertas situaciones, pero tenías razón en algo. —Hizo una pausa y se aferró a su camisa—. Ya no sería nada igual...

—De lo único que estoy seguro es de que me he pasado la vida esperándote y que podría pasarme el resto enseñándote. Todo lo demás son meras suposiciones, promesas que no sabría ofrecerte porque ni yo mismo sé qué va a pasar, cómo puedo compensar tanto dolor...

Hasta la dulzura con la que la miraba era intimidatoria.

—El día que te viniste a vivir conmigo te dije que no conocías muchas cosas de mí. Llevo educando a tu hermano y a Gray diez años de mi vida. —Se rió y se levantó dejándola en el suelo—. Pero hay algo que no puedo enseñarte, ni siquiera puedo decidir por ti, Lucy.

Lo miró extrañada mientras cogía algo del bolso del pantalón, lo escondió en su puño... y lo apretaba con fuerza mirando al vacio.

—Natsu, me estas asustando —dijo incorporándose—. ¿Qué pasa?

Se aproximó a la cama y se sentó en el borde de la colcha.

—Solo necesitaba saber que realmente necesitas esto tanto como yo.

—Ya lo sabes que sí —dijo—. Sigo aquí.

—No... Yo te forcé tiempo atrás a llevar una vida que te fue envolviendo. Complacencia o deseo, ambas cosas a veces se confunden.

Le cogió la mano y le abrió la palma. Besó su piel y cerró los ojos.

—¡Natsu! —No entendía qué pasaba. Realmente nunca entendía nada cuando su humor giraba ciento ochenta grados de súbito.

Natsu se rió y deslizó un precioso anillo de oro blanco en su dedo.

—Esto es lo único que no podré jamás obligarte a hacer por mí.

Lucy miró la joya y palideció repentinamente.

—Señorita Heartfilia ... ¿Quiere casarse conmigo?

V IWhere stories live. Discover now