1. Un tropiezo afortunado

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Hacía frío. Demasiado frío para ser primavera. No obstante, la estación arco-iris solo acababa de empezar y todavía quedaban algunos resquicios del invierno. Por eso mis primas y yo decidimos salir a jugar a La vuelta a los niveles en cuatro horas.

Aunque los señores mayores del Nivel 4 que tienen el poder prohíben residir a la gente de cualquier Nivel en otro que no sea el suyo correspondiente, tienen claro que para subsistir necesitan de los servicios de otras personas. Por eso no es raro ver a alguien más joven en el Nivel 4, al menos antes del toque de queda, sobre las siete de la tarde.

Por eso nada más terminar de comer al salir de clase, Luna, Sara y yo nos plantamos en la entrada del Nivel 4.

—Muy bien —comenzó a hablar Sara mirando su reloj rosa, exactamente del mismo color que su largo pelo recogido en una coleta alta—, ya conocéis las normas: tenemos un máximo de cuatro horas para recorrer los cuatro Niveles y volver a este mismo punto justo antes del toque de queda. No importan la ruta o el sistema de transporte que utilicemos mientras lleguemos a tiempo. ¿Preparados?

Luna y yo nos miramos y asentimos a modo de respuesta.

—¿Listos?

Otra pausa para dar tensión al asunto...

—¡Ya!

Yo salí corriendo en dirección al puente de la zona Este del Nivel 4. Puede parecer que se da más vuelta al principio, pero después hay una tienda de alquiler de bicis eléctricas. Nada mejor para ayudarme a subir sin esfuerzo las rampas que delimitan los cuatro Niveles. Y para bajar a la vuelta no hay problema, pero para subir... Desde el centro de las ciudades no se nota tanto el desnivel, pero lo hay. Supongo que es una estrategia de los de arriba para hacernos sentir inferiores a los de los niveles más bajos. Conmigo su estrategia ha fracasado. Cada vez que desafío sus estúpidas rampas me siento más invencible. No hay barrera física o psicológica que pueda evitar que me divierta como quiera. Forma parte de la esencia de los habitantes del Nivel 4. Por más que crezcamos, nunca nos abandona nuestro espíritu de pequeños. Esa vena aventurera, esa mirada desafiante que mira ilusionada a la vida. Nuestra esencia no se anula ni enterrándonos en lo más profundo y hondo de la tierra.

En dos horas y poco ya he llegado casi a la entrada del Nivel 1. No voy a negar que es preciosa. Se esforzaron mucho en aparentar tener lo mejor, ser el mejor Nivel. Si me lo preguntáis a mí os diré que creo que han fracasado en todos sus intentos por lograrlo. Las máscaras son muy difíciles de hacerlas creíbles... Pero reconozco que este parque es la excepción. Sus imponentes árboles, la brisa que juega con ellos siempre, ventajas de estar en los más alto, supongo... y sus muchos caminos y senderos hacen de él un lugar ideal para perderse, para pasear, para desconectar. Para tumbarte en su césped y no despertar. Pero no había tiempo para eso. Debía llegar hasta el final del Nivel 1.

Pero aquella vez me apetecía probar algo diferente. Quería probar una ruta distinta. En lugar de bordear el parque por el lado derecho, lo hice por el izquierdo. No sabía qué me iba a encontrar allí y eso me excitaba. Le di caña a la bici y me adentré en un mundo... digo, barrio, desconocido.

La parte Este de la ciudad me la conocía al dedillo. No en vano, era la zona más artística del lugar. Y con artística me refiero a que había muchas librerías y tres museos, uno de pintura, otro de esculturas y el último, de gastronomía. Otra cosa no, pero he de reconocer que en el Nivel 1 se come bastante bien. Aunque desde que nació mi hermano pequeño no hemos ido a comer allí. Tienen la entrada prohibida en cualquier establecimiento a los niños. Pero eso es otro tema...

Hacía muchos años que no iba por el centro de la ciudad ni por la zona Oeste. Tampoco es que me hubiera perdido mucho: bancos, edificios de negocios, el ayuntamiento y las oficinas gubernamentales... Y un centro de salud. Evidentemente, el único médico que tiene zona de pediatría es el del Nivel 4. Por eso nunca había venido al del Nivel 1. Como mucho, cuando había sido muy grave como cuando tenía 15 años y pillé una fuerte pulmonía me enviaron al hospital del Nivel 2. Ya entonces la gente de allí me había mirado raro.

Aunque para cosas raras, la rotonda de la zona trasera del edificio de salud. ¿Es que los ancianos no saben que las rotondas son redondas? Pues aquella parecía más bien una serpiente borracha intentado comerse su propia cola. No supe qué salida debía coger para seguir recto y me metí en una calle peatonal. ¿Y sabéis qué hay en las calles peatonales? ¡Peatones!

Intenté frenar lo más rápido que pude, pero no fue suficiente. Antes de que pudiera reaccionar, ya había atropellado a la Señora Catalina. Bueno, más que a ella, a su bolso talla XXL que casi le llegaba al suelo. Y dando gracias, porque fue él quien se llevó el impacto y no ella. Menudo disgusto si la llego a atropellar de verdad solo media hora después de enterarse de que le quedaban tres meses de vida.

—¡Malditos adolescentes!

—Perdone, señora, no la he visto...

—Vais por la vida sin preocupación alguna...

—¿Se ha hecho daño?

—...sois unos inconscientes...

—¿La ayudo en algo?

—...no utilizáis el cerebro más que para chiquilladas.

—¡Oiga! No es para que se ponga así...

—¡No sabéis la envidia que me dais!

—Perdone, ¿qué?

—Ojalá yo pudiera terminar lo que me queda de vida disfrutando sin pensar en nada más.

—Disculpe, no la he entendido. ¿Se encuentra bien?

—No. Me siento vieja e inútil. La gente del Nivel 4 no sabéis lo que es eso...

Me había quedado de piedra. No comprendía lo que estaba diciendo esa mujer. A lo mejor estaba pasando por una crisis existencial... ¿Qué podía hacer yo?

—Disculpe, señora. ¿Quiere que la invite a un café?

Ahí. Ese fue el punto de no retorno. Me dio mucha pena la mujer, pensé que a lo mejor necesitaba hablar con alguien, desahogarse y tomarse algo calentito. Y así lo hicimos.

Prefiero no aburriros como ella me aburrió a mí contándome sus batallitas de cuando vivió en cada uno de los 4 Niveles, en cómo siempre había tenido como objetivo de vida llegar al Nivel 1, ser la primera persona de su familia que alcanzaba tal "honor"... Y de cómo ahora su único deseo era volver al Nivel 4.

—Los columpios. Son lo que más echo de menos —me confesó casi al final de nuestra conversación.

—En el Nivel 4 tenemos un montón. En compensación por todos los que les faltan a los demás Niveles, supongo.

—Exacto.

—Pues venga mañana al Nivel 4. Yo le haré de guía por los mejores parques.

—No. Una visita no bastaría. Es algo superfluo y vacío. Jugar no es algo que hagas por placer estando de turismo. Jugar es algo que se hace desde el corazón.

—¿Y qué propone?

—Quiero volver a vivir en el Nivel 4.

Nivel 4Where stories live. Discover now