Capítulo 1

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Hay tanto que contar en tan poco espacio. La vida de dos jóvenes en cinco años es muy extensa, y más, si se trata de estos chicos, Alfred y Amaia. Pero, vamos a ir poco a poco.

Alfred, tras la partida de Amaia, la esperó.

La primera semana fue lo más duro que pasó en su vida, se sentía solo, nada le consolaba, solo la vuelta de Amaia y eso, tardaría mucho en suceder, no tenía ninguna información sobre ella, como si la Tierra se la hubiese tragado por completo y la hubiera escupido en Marte.

Al cabo del tiempo se puso en marcha con su disco, 1016, todo dedicado a la música, a su música, Amaia. Al haber roto su contrato con Universal le tocó rehacerlo todo por completo, pero eso no le molestó. El disco fue todo un éxito, le trajo giras con todas las entradas vendidas, los fans crecieron como la espuma. Su trabajo era valorado como correspondía y como él quería, colaboró con sus ídolos y ganó infinidad de premios de la música cuyas galas siempre había visto desde el sofá de su casa.

Pero, no quedó todo ahí, tras el primer disco, vino el segundo. Ahí explotó todo su talento, o casi todo. Arrasó por donde pasaba y, todo lo que había conseguido con 1016, se multiplicó por dos. Eso sí, todo lo que hacía iba despacito y con buena letra, compuesto y producido por él mismo, no había prisa, era el secreto de su éxito.

Entre tanto éxito experimentó un centenar de emociones, esas que solo le había producido una persona, Amaia. Ella era música, era luz y, cuando Alfred se entregaba a la música se sentía de la misma manera.

Cuando arrasó con 1016 buscaba, para su siguiente disco, los pequeños detalles, esos que marcaban la diferencia entre sus composiciones y otras. Y, ahí, en ese pequeño bar, cerca de su tan apreciado Taller de Músics, la conoció. Aroa, fue la única que le sirvió, con todo lujo de detalles, el café que había pedido.

Alfred se volvió escrupuloso y medidor, siempre buscaba la perfección en todo y, cuando la encontraba, se sentía maravillado.

Empezó a hablar con ella, y a llenar su vida de cosas nuevas, al mismo tiempo. Fue, poco a poco, olvidando la promesa que hizo a Amaia en aquel aeropuerto. Había pasado casi tres años de aquello y sabía que no iba a volver, lo tenía asumido y comenzó a rehacer su vida.

Rápidamente, Aroa entró en ella, dulce, simpática, detallista y, sobre todo, música, cosa que terminó de llenar casi todos los huecos vacíos que tenía Alfred, todos menos uno.

Hoy por hoy llevaban 3 años de relación, vivían juntos en un pequeño piso de Madrid, suficiente para ambos y todo lo que tenían. Aroa tocaba la trompeta, cosa que volvía loco a Alfred y ayudaba mucho al joven con todo su tema musical siendo, de esa manera, su musa para casi todo su segundo disco.

Pero ahora, Alfred estaba preparando su tan ansiado tercer disco y, con este, quería cruzar hasta las Américas y expandir su música por ese continente.

Aunque claro, en ese continente, no era desconocido para todo el mundo, una persona lo conocía perfectamente.

Amaia

Amaia, al partir, se refugió desde el primer día en la música. Compuso maravillas que, en muy poco tiempo, comenzaron a llamar la atención a su nueva discográfica, la que le recomendó su hermano.

Empezó a sacar canciones que se volvieron hits mundiales e hizo un disco que fue asombroso. A, todo esto, ella quería continuar en la sombra para que nadie descubriese su paradero. Bueno, quien dice nadie, dice Alfred. Entonces, comenzó a utilizar un pseudónimo, todos sus trabajos fueron firmados bajo en nombre ''Aro'', compuesto por Amaia ROmero, su nombre original. Pero, este detalle, lo obviaba por completo.

Trato hecho | ALMAIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora