30.

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La espera para la comida se le estaba haciendo eterna. Esa mañana se había levantado con cierto malestar por culpa de los nervios y no había desayunado mucho, pero, ahora, pasadas las dos del mediodía, estaba realmente hambrienta. Tan hambrienta, que ya no había ni rastro del pequeño trozo de pan que le habían servido hacía apenas escasos minutos.

Aunque pareciese que estaba siguiendo alguna de las miles conversaciones que se estaban entablando en esa mesa, su mente viajera iba más allá, ignorando todo el murmuro, ruido y ajetreo de su alrededor, desconectado completamente, perdida en su fuerte mundo interior. Estaba pensando en todo y a la vez en nada, desde las cosas más banales a las cosas más importantes, desde una canción, a su familia, pasando por zapatos y terminando, cómo siempre, en él, el chico de ojos oscuros y palitas separadas que tenía sentado en frente la enorme mesa redonda.

Alguien del equipo había reservado mesa para comer todo el grupo al completo en un restaurante cerca del colegio que habían visitado esa mañana, donde, ellos, entre música y sonrisas, habían sido, como siempre, los protagonistas.

—Mirad que bonita esta foto grupal —Ricky, sentado a su lado, la había despertado de sus pensamientos, devolviéndola a la realidad, mostrándole una foto de horas atrás que alguien había colgado en la red. En ella, salían ellos dos, en primer plano, sentados en el suelo verde de ese gimnasio y detrás, un enorme grupo de niños sonrientes levantando contentos las banderas españolas que ellos mismos habían pintado.

Suspiró recordando ese momento. Había sido una mañana completamente diferente de las otras, ya que les había permitido una total evasión durante un buen rato. El día anterior había sido duro en todos los aspectos, con mil ensayos, cámaras y peleas, había llegado un día medianamente relajante, donde habían podido dormir un poco más que los otros días y, después de desayunar tarde, se habían puesto en marcha en dirección al instituto español Giner de los Ríos de Lisboa. Esa visita había sido idea de Rodrigo, un estudiante de siete años que había escrito una carta pidiendo que fueran Alfred y Amaia a visitarles. Él era un niño con suerte, ya que sus palabras fueron leídas por las personas correctas y esa mañana, su deseo, se haría realidad.

El viaje, como ya era habitual entre ellos desde hacía un día, se había realizado en total silencio. La comunicación desde la discusión en ese ascensor del día anterior había sido la mínima, sólo pequeños monosílabos, preguntas simples y bufidos: «sí, no, no sé, voy al baño, ¿te falta mucho?, vámonos» eran las únicas palabras que habían dirigido. Nada más. Ella conocía sus miedos y él los suyos y ambos sabían que una palabra más y se podía desatar lo peor. Sin quererlo, estaban destinados a tener miedo.

Pero, como siempre, la situación cambió ante las cámaras. Al bajar del bus, sus manos se buscaron como dos poderosísimos imanes, sus ojos volvían a brillar y las sonrisas volvían a ser espontáneas. Durante esos locos minutos rodeados de más de mil niños, volvieron a ser ellos y sus juegos. La fuerza que les transmitieron esos pequeños era la energía que necesitaban. Les regalaron todos los abrazos y besos del mundo, pulseras y gafas de sol y un sinfín de canciones, pasando por Tu Cancióny terminando por un doloroso y punzante City of Stars.

Aunque le cantaban al amor, ya nada era igual y ya no había brillo en sus estrellas. Cantó cerrando los ojos, así no vería el amor que él no sentía mientras entonaba esa melodía que tan bien conocía. ¿A que juego infame jugaban para hacerse sentir de esa manera? Todas sus esperanzas se habían desvanecido. Algo tan simple, ¿dónde había ido?Cada momento junto a él era un desafío, era una prueba que quisiese o no, tenía que superar con éxito. Aunque terminase hecha mierda, destrozada y rota, lo tenía que hacer y punto. Y eso lo sabía perfectamente.

—Que monos eran... —añadió Ricky, volviéndola a despertar de sus memorias. Ella sacudió la cabeza, recordando dónde y con quién estaba, pero, el chico, al ver a su amiga tan desubicada, se preocupó—. Amaia, ¿estás bien?

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