Kyle Hemmings es un aventurero irlandés, que decide viajar a Sudamérica y conocer "el fin del mundo". El único lugar a dónde jamás se hubiera planteado ir, si no fuera por las ocurrencias de Chase, su gran amigo.
La travesía sería sencilla, pasaría...
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Kyle entendió que su vida no podía continuar de esa forma. Era hiperactivo, el sedentarismo lo ahogaba, ni siquiera aguantaba estar en la oficina de su propia empresa, ahora se encontraba estancado, bueno no del todo, pero sí lo bastante como para empezar a cuestionarse sus quince días en ese lugar alejado de la civilización.
Le gustaba la compañía de Marcos, aunque, tenía miedo. Sólo Dios sabía que iba a pasar si continuaban afianzando ese lazo, ni siquiera quería pensar en la reacción de su cuerpo cada vez que el hombre se acercaba.
Las sesiones multiorgásmicas ocurrían con demasiada frecuencia. Los condones se habían terminado y, en ese momento, agradeció no poder quedarse embarazado, sin embargo, al paso que iban, ya no estaba muy seguro de ello.
Se rio ante el mal chiste, mientras se encontraba pegado a la ventana esperando por enésima vez a los hermanos. Extrañaba a Paul, extrañaba a Chase, a su madre e incluso, había comenzado a extrañar a Jane. ¿Qué sería de ellos en este momento? ¿Lo buscarían? ¿Habrían perdido las esperanzas de encontrarlo? ¿Se reuniría con ellos de nuevo alguna vez?
El mundo parecía que iba a terminar allí afuera, sepultando sus esperanzas bajo la nieve. Marcos tenía razón, no sería eterno, no obstante, los días pasaban y la tormenta se mantenía estoica, devorando todo a su paso.
Pensó en todo lo que sufrirían los hermanos. El frío ya había matado a la mitad del rebaño, el resto de los pobladores debían estar en la misma situación. Vendría una temporada de hambre y desesperación para muchos. Miró el pequeño reloj ubicado en la repisa junto a los platos, llevaban cuatro largas horas luchando contra la nieve y las ráfagas desoladoras. El abrigo con el que contaban era escaso, sin ser el apropiado para ese trabajo, además de que estaba desgastado. Kyle se sintió impotente, debía hacer algo, la pregunta era qué.
Se alejó de la ventana y comenzó a preparar algo de chocolate caliente para cuando regresaran, seguramente vendrían al borde de la hipotermia. Colocó más leños en la chimenea y limpió el lugar lo mejor que pudo.
Media hora después estaba sentado en un viejo sillón de color gris degustando una taza de lo que había preparado y vio la puerta abrirse. Su corazón se detuvo. Sólo Lautaro estaba allí, con el corazón que prácticamente salía de su pecho.
― Lautaro, ¿qué ha pasado?
― Marquitos, él ha...
― ¿Qué?
El niño no terminaba ninguna frase. En su rostro se dibujaba el miedo.
― Un puma... un puma
― Lautaro habla ya carajo! ¡No entiendo!
― Un puma quiso atacarnos, el caballo se asustó, golpeó a mi hermano. Está lastimado, tienes que venir, ayúdame, no puedo solo... ¡no puedo!
El sollozo del Lautaro hizo a Kyle tragar saliva...
