Capítulo 3

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Recorría los bellos patios y jardines de Rivendell, embriagada por la belleza del lugar a la luz de las estrellas y de la luna. ¡Todo parecía bañado en plata! El agua era plata líquida al escurrir en las fuentes y los regatos. Los árboles se llenaban de frutos plateados, en ramas y hojas también de plata.

Amaba la belleza de la noche, mucho más sutil y misteriosa que la belleza del alba. Mucho más propicia a los misterios y, por tanto, mucho más agradable a una mujer con sus secretos. Pero no vagaba sin rumbo; por el contrario, tenía una meta muy bien definida, y fue cerca de un puente, en medio de un bosque, que encontró a la persona a quien buscaba: Légolas.

El príncipe de Mirkwood se reclinaba contra un árbol mientras observaba el cielo nocturno; estaba vestido de azul, la camisa contrastando maravillosamente con sus ojos color de mar. Con una sonrisa, se acerco.

—Solíamos hacer eso juntos, en Lothlorien. ¿Te acuerdas de cómo solías enseñarme los nombres de las constelaciones?

Saliendo de su contemplación, el elfo de pelo dorado abrió una amplia sonrisa y corrió hacia ella; le tomó entre sus brazos, la coloco contra su pecho antes de pegar los labios a los suyos en un beso lleno de nostalgia. Sonrío contra sus labios, retribuyendo la caricia con igual intensidad. Cuando, después de todo, se separaron, él no permitió que se alejara. Al mantenerla en sus brazos, dijo:

—Sesenta años sin vernos fue un tiempo demasiado largo, mi amor. Tus cartas eran tan escasas... ¿Qué pasó? Sólo me pediste que me quedara en Mirkwood, pero nunca me diste alguna explicación de tu alejamiento —Él la abrazó con fuerza, otra vez—. ¡Te extrañe tanto!

— ¡Yo también mi amor! —Responde, sintiendo una lágrima de felicidad escapar de sus ojos—. Sé que me aleje sin informarte, pero no podía arriesgarme a contarte nada importante en las cartas. Si la paloma mensajera fuese atrapada... Era demasiado peligroso contarte donde estaba, o lo que hacía —un largo suspiro escapó de sus rojos labios—, tengo mucho que contarte. ¿Vamos a un lugar más discreto?

Y besándola de nuevo, declaró: —Contigo, iré a cualquier lugar.

Sonríe y toma la mano de su amor, guiándolo hacia el lugar que tenía en mente, su lugar privado, en las pocas veces en que iba a Rivendell.

[...]

Su refugio era un hermoso lugar en medio del bosque. Amplio, protegido de las miradas indiscretas por una densa y altos arboles de pinos, rodeado por un arroyo cristalino, transformado en tu santuario privado. En el centro del lugar creo una fuente similar a la del espejo de Galadriel. También, había estantes con libros, una mesa de trabajo, sobre la que reposaban pergaminos, plumas y tinta, además de varios mapas y un "lecho" -en realidad, un diván largo y ancho, forrado de terciopelo y cubierto de cojines suaves-. Era un lugar donde iba cuando necesitaba pensar.

En la compañía de su amado, se libra de la postura rígida, fría y formal que le obligaban a mantener todo el tiempo. Allí, era sólo Eïna, y él era sólo Légolas; sin títulos, sin obligaciones, sin formalismos. El elfo era la única persona a quien se revelaba completamente, era su novio y mejor amigo.

El compromiso de ambos fue un acuerdo entre Thranduil y Galadriel, cuando contaban con sólo trescientos años de vida, era entonces una niña. El acuerdo atendía a las ambiciones del Señor de la Selva Sombría, que veía con buenos ojos la unión de los dos reinos de los bosques, y las artimañas de la Señora de la Luz, cuyas intenciones nunca eran totalmente claras. El príncipe y ella habían pasado a vivir bajo el mismo techo, en los Bosques Dorados y en el Bosque Oscuro, aprendiendo lo que los maestros de ambos tenían para enseñarles. Para la suerte de sus padres, la adolescencia traía consigo un amor recíproco, que sólo contribuía para fortalecer el acuerdo.

Se sentó en los escalones de su refugio, jalando a Légolas para que se sentase a su lado. El príncipe parecía ansioso por saber lo que había sucedido con ella, en los últimos sesenta años:

— ¡Cuéntame, Eïna! ¿Qué te sucedió, en todo este tiempo?

Colocando hacia atrás sus cabellos sueltos, sonríe.

— ¿Recuerdas lo que sucedió después de la destrucción de Esgaroth?

—Muchas cosas sucedieron.

—Me refiero al matrimonio ilícito de Tauriel y Kili. ¿Recuerdas eso?

— ¿Cómo no recordarlo? ¡Tauriel fue expulsada de Mirkwood, por eso! Supe que ofreciste tu protección a los dos... ¿Es verdad?

—Sí. Hoy, Tauriel es guardia de las fronteras de Rivendell, y Kili es el maestro herrero de Lord Elrond. Los enanos tampoco aceptaron su matrimonio —suspira—. Sentí pena de aquellos dos, cuyo único crimen ha sido enamorarse. Tauriel es mi amiga desde que somos niñas, as que le ofrecí mi protección, y algo más...

— ¿Cómo? ¿Qué más?

—Sin consultar a nadie, le di a Kili la bendición del alba. Le di la inmortalidad de los elfos, para que Tauriel jamás tuviera que llorar su muerte.

— ¡Pero eso está prohibido! —exclamó el príncipe, horrorizado—. ¿Cómo no fuiste castigada?

—Lo fui —Su mirada se volvió distante, mientras abría el broche de su capa y se libraba de la pieza, revelando sus brazos desnudos. En su hombro izquierdo, había una marca oscura en forma de hoja—. Fui quemada con oro ardiente, es la marca de mi desobediencia. Recién empieza a desaparecer. Mi madre lloraba al decretar el castigo, pero no podía concederme misericordia. Una princesa que viola la ley de su pueblo es tres veces más criminal que cualquier otro —Había sufrimiento en su mirada, lo que rompió el corazón del elfo—. Por diez años quedé confinada, sin poder ver la luz del alba o de las estrellas. Por diez años, todo lo que vi fueron las paredes de mi prisión. Pensé que iba a enloquecer, y varias veces considere matarme.

— ¿Cómo le pudo hacer eso a su hija? ¡Eso es monstruoso! —Había verdadera furia en los ojos azules del elfo—. Lady...

—Ella no tenía otra opción, Lego —Le interrumpió—. Como madre, habría concedido clemencia... Como reina, no podía hacerlo. No fui castigada por mi madre, fui castigada por mi reina. Y ella sufrió mucho más que yo, tenía el rostro abatido, y lloraba todas las veces que me visitaba. Sabía que sería el precio a pagar, pero no me arrepiento de lo que hice, sé que fue lo correcto, aunque las leyes dicen lo contrario —y sintiendo los dedos gentiles de su novio acariciar su rostro—. Pasados los diez años, recibí la libertad. Por increíble que parezca, la señora de Lorien estaba orgullosa de mí. Estaba orgullosa de haber hecho lo que creía correcto, incluso ante la perspectiva de tal castigo.

¹ 𝐋𝐀 𝐇𝐈𝐉𝐀 𝐃𝐄𝐋 𝐀𝐋𝐁𝐀 ━━ LegolasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora