Capítulo 4

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Pasaron los meses. Aquel día nos encontrábamos jugando en el interior del orfanato mientras oíamos las gotas de lluvia salpicando las ventanas.

— ¿Qué demonios es esto? ¿Es una broma?

Aquellas palabras nos sacaron a Xavier, Isabelle y a mí de nuestra partida de parchís.

Claude y Bryce habían empezado una de sus discusiones y nosotros, aburridos, nos acercamos para saber qué tripa se les había roto en aquella ocasión.

— No es una broma —contestó tranquilamente Bryce, apartándose parte de su flequillo blanco de la frente mientras observaba con aires de superioridad a Claude y le tendía un dibuje deforme.

El horrible dibujo retrataba a un chico sospechosamente similar a Claude que sonreía como un idiota y tenía escrito en un bocadillo:

«CREO QUE SOY LIZTO»

—¡Yo no soy así!

— Pues yo creo que te pareces bastante, tal vez deberías colgarlo en la placa al lado de tu cuarto, así te sería más fácil identificar tu habitación.

Claude se levantó de la silla en la que había estado coloreando y gritó:

— ¡¿Te estás riendo de mí?!

— ¿Te faltan neuronas para darte cuenta de que te estoy haciendo un favor? Así no tendrás que esforzarte en leer los kanjis de las puertas.

Claude se quedó blanco. Aquel había sido un golpe bajo. Bryce sabía perfectamente que se estaba quedando atrás en los estudios desde hacía tiempo, y no porque fuese estúpido o tuviese problemas con el nivel, sino porque se distraía fácilmente y no solía prestar atención ni en las clases ni cuando estudiábamos individualmente.

— Ya basta chicos —intervino Dave antes de que cualquiera de los dos tuviera la oportunidad de continuar—. Bryce discúlpate, esta vez te has pasado.

Bryce miró desafiante al mayor, poco dispuesto a hacer lo que le pedía.

— Eres como una serpiente —dijo Claude mirando con repugnancia al chico de pelo blanco—, normal que tus padres te abandonaran, no tienes corazón.

Un silencio cargado cayó en la habitación como un jarro de agua fría. Solo bastó unos instantes para que Claude se diera cuenta de que el que se había pasado en aquella ocasión había sido él.

— Yo... lo siento. No quería decir eso.

El otro niño se encogió de hombros.

— No importa.

A pesar de sus palabras, Bryce cogió los lápices de colores y unos cuantos folios y se marchó de la estancia, muy probablemente para buscar refugio en su habitación.

Nadie pronunció una palabra hasta que Claude también abandonó la sala, sin mediar palabra y conteniendo las lágrimas causadas por la rabia.

— ¿Qué acaba de pasar? —preguntó Dave, desubicado.

Nadie supo qué responderle.

Tanto Claude como Bryce eran... niños particulares. Nadie dudaba de que había que darles de comer en un plato a parte.

Pero todos sabíamos que el más raro de los dos era Bryce.

No era un mal chico, pero tampoco se podía decir que fuera un alma cándida, por no hablar de su incapacidad para empatizar con los demás. Aunque aquello último no era unidireccional, los demás tampoco sabíamos que era lo que sentía o pensaba realmente. A parte de su frialdad las cosas que más destacaban de Bryce eran su inteligencia —que era muy superior a la media de su edad— y sus capacidades académicas. Mientras nosotros estudiábamos cómo hacer operaciones sencillas y aprendíamos a leer y escribir bien los kanjis, él ya sabía hacer ecuaciones de segundo grado y leía literatura del periodo Nara. Sin lugar a dudas era un estudiante sobresaliente, incluso en deporte.

Querido amigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora