XIV. Lo que viene después

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Roberth Black bajó de su auto dirigiéndose hacia la puerta del recinto Johnson, vestía una camisa polo azul ajustada que le marcaba muy bien los bíceps y los hombros, fruto de horas en el gimnasio. Siguió las indicaciones que su amigo Charles le hubo dado horas atrás. «La puerta estará abierta, entra hasta mi habitación».

Una vez que llegó a la habitación, cerró la puerta con sigilo y se quedó inerte, mirando a su amigo encorvado y tirado sobre su cama, llorando a mares y traumatizado por algo.

—¿Estás bien? —preguntó con la garganta seca, aunque la respuesta era obvia. Se acercó al pie de la cama mirando a su amigo empapado de sudor, los mocos le salían de las fosas nasales y no hacía algo para limpiárselos y sus ojos estaban tan hinchados como dos tomates— ¿Qué ocurre? —tartamudeó.

—¡Los maté! —soltó en un aullido sordo—. Maté a Aimee y a su familia. ¡LOS MATÉ! ¡QUEMADOS! ¡EN CENIZAS! —confesó ya.

Y de nuevo, se echó a llorar. La almohada ya estaba mojada de tantas lágrimas y mucosidad del varón. Roberth apenas y procesó la información. No quería lastimar más a su amigo, pero necesitaba que lo confirmara.

—¿Dices que tú mataste a Aimee y a su familia? —cuestionó con una mueca de incredulidad.

—¡Sí Rob! —aulló el chico regresando al llanto—. Mi padre quería deshacerse de ellos, yo solo quería serle leal —dijo sorbándose las narices.

—¡¿Qué diablos dices?! —exclamó perplejo su amigo—. ¿Es esto una broma? —preguntó queriendo que lo fuese. Su corazón estaba por salirle del pecho. Su respiración se agitó.

—No, Rob —respondió—. Incendiamos la casa donde se mudaron y ellos dormían dentro. Sin saber que sería su última noche.

Roberth cayó sobre la cama. No era capaz de ofrecer un consejo o una consolación. Su acto, no tenía perdón. Si bien, Roberth conocía la maldad del señor Johnson, quien en repetidas ocasiones recalcó su odio hacia los Tommison en presencia del chico Black, nunca imaginó que su odio lo llevaría hasta cometer tal atroz acto contra esa familia. Y mucho menos imaginó que su amigo Charles estuviese involucrado.

Soltó un lánguido suspiro. Escuchaba los gemidos y lamentos de su amigo. Sin duda se notaba su arrepentimiento. Demasiado tarde. Sintió un mareo repentino. No sabía cómo actuar, cómo reaccionar, qué pensar de su amigo. Salió disparado de la habitación, impactado y desorientado por la noticia. Estaba sudando de los nervios. Condujo sin rumbo, perdido en su miedo. Detuvo su auto a unas cuadras para soltar sus nervios, miró el horizonte dando respiraciones agitadas, como si hubiese corrido un maratón.

*****

Sobre la calle 'San Juan' se ubicaba una casa de dos plantas, pintada de un blanco reluciente, residencia de la familia Díaz. En la parte trasera, bajo el balcón sostenido por un gran marco grueso de madera, colgaba una hamaca donde Anna descansaba mientras mecía suavemente. Miraba el gran árbol moverse con el fino viento. Se respiraba una paz en ese sitio. Ella susurraba una melodía sin ritmo. Una llamada interrumpió su momento de paz.

—Hola, soy Priscile ¿Puedes hacerme un favor? —Preguntó desde la otra línea, Anna no alcanzó a responderle cuando la chica le pidió el favor—: ¿Puedes prestarme algo de ropa? Estoy en el hospital con Kevin, te explico después, por favor —suplicó con un suave tono de voz.

Anna aceptó sin más y en breve preparó una mochila para la chica, en eso, llamó a Roberth, pero el joven no atendió a la llamada. De hecho, a las llamadas. Le pidió el favor su mamá de que la llevase al hospital (puesto que ella no sabía conducir). Su madre notaba los bajos ánimos de su hija y mientras conducía intentó consolarla con una caricia.

Radioactivos II: Era Radioactiva.Where stories live. Discover now