XXXI. Exterminio (Parte I)

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Las pisadas retumbaban contra el asfalto, levantando ligeras capas de polvo radioactivo a su paso. Tres hombres en una ciudad devastada por la mano del hombre, en ruinas y abandonada; la imagen viva de una ciudad fantasma. Un ejército de bestias radioactivas ya los había divisado desde los ventanales de las unidades habitacionales, desde las chimeneas de aquellos raídos edificios, desde debajo de algunos escombros, de entre la alta maleza que permitía al bosque y a la naturaleza recuperar su lugar, y que se extendía entre los amplios estacionamientos y surgía de las grietas del asfalto. Los tres jóvenes corrían una carrera contra el reloj, con prisas, agitados y concentrados en un único objetivo: encontrar al joven Davis antes de que los radioactivos lo hicieran.

Lucas McGregor era el más rápido, su complexión delgada y su condición atlética le permitía llevar la delantera contra el chico que muy poco conocía del ejercicio y, contra el otro joven que, pese a también tener condición y haber permanecido a un equipo de baloncesto en su vida pasada, no era más rápido que el joven Lucas. Incluso, corrían a zancadas, saltaban obstáculos que se esparcían cual juguetes en un cuarto de niños, ya sea escombro, algunos troncos, piezas de electrodomésticos, restos de pupitres, mesas, sillas o restos de carros aparcados de los cuales solo restaba su esqueleto metálico. Contenían la respiración y el miedo. «Respira hondo» pensó Kevin. No se ofreció, su instinto le incitó ir en busca de su amigo, nadie le refutó, ni siquiera su hermano Kyle o su novia Priscile, ambos sabían lo importante que Brad representaba para él. Kevin sabía que Davis era el asesinó de su padre, eso no podía negarlo, pero se hizo a la idea de que Davis no estaba consciente cuando lo hizo, que quizá fue fruto de una paranoia derivada de su enfermedad. O eso quería pensar. No lo culpaba del todo, aunque todavía tenía la ligera sensación de darle un escarmiento. Creyó que Davis ya había sufrido demasiado con esa muerte espantosa de su querida madre. Kevin también sabía que Brad amaba mucho a su madre, y aunque nunca le preguntó, estaba seguro de que Brad se sentía culpable por ello, ya que no estuvo con ella en esos momentos tormentosos de su enfermedad. Conocía tan bien al chico que lo aseguraba.

Lucas disminuyó la velocidad, aun así, las herramientas que llevaba en la mochila hacían ruido cuando chocaban entre sí. El joven hizo una seña, indicando dar vuelta a la izquierda. Los dos hombres que le pisaban los talones asintieron. Kevin se apartó unos mechones del rostro. Los tres transpiraban hasta no más, sobre todo porque el calor de la tarde no ayudaba. Respiraban pesadamente. Exhalaban. Inhalaban. Ambos agitadamente. «Estamos cerca.» pensó Lucas. Continuaron su trayecto, unos metros más hacia el poniente, tres calles abajo. Notaron en el camino, un par de autos estrellados entre sí, o lo que restaba de ellos, quemados. Más adelante, un camión de carga de casi tres toneladas descansaba volcado sobre la carretera. La cabina se hallaba unos metros distantes de la zona de carga, también derrumbada y abollada en la parte superior.

Arthur se afligió al ver la escena. Ni un alma, una zona devastada. Recordó unas imágenes de las guerras que alguna vez vio en los libros de historia que hubo leído en su tiempo de universitario: autos en llamas, autos esparcidos, edificios derrumbados, cadáveres aquí y allá, cristales rotos, materiales, humo, cartuchos vacíos. Una imagen similar veía entonces. No. No era igual. Ni similar.

Llegaron. El centro de investigaciones era un edificio únicamente de dos plantas, pero que se extendían una manzana completa. La entrada principal estaba cerrada, como estuvo el día de la explosión. Con candado. Como puso el guardia de aquella noche. «¿Cómo entró Brad?» se preguntó Kevin. Claro, si es que había llegado a su destino.

—George comentó que entráramos por la parte trasera, ahí hay un acceso para empleados —anunció Arthur, sin titubear para no mostrar su evidente miedo. Enseguida se encaminaron a la parte trasera. Una gran reja de dos metros se les presentó. Sin pensarlo Arthur comenzó a escalarla para acceder al sitio, Kevin imitó su acción. Lucas permaneció pensando.

Radioactivos II: Era Radioactiva.Where stories live. Discover now