XXIV. El principio de la era radioactiva

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En el cielo, la noche se convirtió en día mientras una explosión sacudió la central nuclear, al suroeste de los límites de Pripyat. El estallido final, breve pero detonante, disparó hacia los cielos estrellados una nube en forma de hongo de fósforo caliente y magnesio cegador, que se expandió en zarcillos de fuego incandescente, lanzando partículas en llamas en todas direcciones. El sonido fue increíble: una enorme explosión sónica que rompió cristales encendió alarmas e hizo temblar el suelo, a kilómetros de distancia. La réplica de la explosión derribó árboles en un radio de dos hectáreas y lanzó una oleada de viento cálido que se esparció en los alrededores. Segundos más tarde, los habitantes de la nueva Pripyat estarían enfrentándose a una nueva catástrofe.

Justo ahí, en el décimo piso del Hotel Presidencial, en un cuarto, sede de una tragedia que sucedió minutos antes de la explosión, todavía permanecían la melancolía y la impotencia por no poder ayudar a la mujer que recurrió a su muerte de manera grotesca. La luz cegadora se desvaneció en segundos, Brad Davis se soltó del abrazo con la chica Cervantes, y con unos ojos anegados observó, a kilómetros de distancia, el reactor nuclear arder, casi como una quimera. Una ligera nube de humo brillante se lograba presenciar esparcirse en el ambiente. Las altas llamaradas de la explosión se alzaban sobre la central. Brad se apartó enseguida, pasmado, miró la central nuclear. Segundos después las luces se fueron apaciguando, primero en las manzanas cercanas a la central y, poco a poco, en menos de un minuto, la energía eléctrica desapareció y la luz también.

—Tenemos que salir de aquí —murmuró Andrea ayudando a los chicos a incorporarse. Se acercó a Brad y le habló—: vamos.

— ¿Por qué no hiciste nada para salvarla? —soltó el chico sin moverse de su sitio, mirándola con unos ojos amenazantes y llenos de rabia mientras se limpiaba las lágrimas y los mocos de la cara.

—Fue lo mejor—respondió el médico, luego bajó la mirada—, tú como todos sabíamos que este momento llegaría.

Brad no pudo controlar la ira que traía cargada en la sangre y antes de vituperar a la doctora se volvió hacia ella para asestarle un severo golpe. Nelly se percató de ello y enseguida, rauda y ágil, detuvo al chico—: ¡ESPERA! —aulló interponiéndose entre ambos— ¡¿Qué pretendes hacer?!

—Brad, tranquilo —le calmó Lucas, alerta. Andrea, agitada por el susto, se mantuvo petrificada, mirando al chico. A la espera del golpe—. Tranquilo Brad, no creo que sea buen momento para esto —agregó.

—¡Se supone que tú la cuidabas! —reclamó en llantos—. Ella no merecía esto —dijo más para sí mismo y se echó, de rodillas, al suelo. Nelly le acarició los cabellos a modo de consuelo. Andrea miró a Lucas, con los ojos abiertos y húmedos, temerosos—. Lo siento —resopló el chico con aire cansado después de meditar unos segundos—. Se supone que yo era su hijo —sollozó.

Unos pasos estallaban a lo lejos y se acercaban rápidamente a la habitación. Los cuatro aguardaron, inmóviles, la llegada de la persona. Arthur entró, agitado por la carrera, y se detuvo en el umbral para recobrar aire, su rostro angustiado y cansado no traía buenas noticias y todos le prestaron atención apenas llegó—: será mejor que vean esto —se apresuró a decir con grandes ojos.

Salieron del apartamento, sobre los pasillos los huéspedes corrían con maletas en mano hacia las escaleras ya que los ascensores no funcionaban. Bajaron de inmediato junto con una masa de gente que huía del lugar. Algunos empleados del hotel ordenaban a los habitantes regresar a sus apartamentos mientras todo se arreglaba, insistiendo que todo estaría bien en unas cuantas horas. Nadie hacía caso y se dejaban llevar por el pánico. Al lograr salir del edificio se encontraron con una horda de gente que rodeaba el cuerpo de Courtney Davis acompañado de un escándalo estrepitoso. Caótico.

Radioactivos II: Era Radioactiva.Where stories live. Discover now